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El puño en alto

Raul Sales Heredia
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Por: Raúl Sales Heredia. 

Ese día estaba enfermo y no había asistido a la escuela así que a las 7:19 a.m. estaba aún en pijama, mi mamá estaba abajo hablando con alguien y el suelo empezó a moverse, a mis escasos 10 años fue emocionante, en ese momento nunca habíamos tenido un terremoto de tal magnitud, no existían alarmas sísmicas y los protocolos ante un sismo eran del todo desconocidos para la enorme mayoría sino es que la totalidad de los habitantes de la ciudad de México… a mis escasos 10 años por 90 segundos bailé mientras trataba de guardar el equilibrio… el llanto vendría después.

Por unos días no me dejaron salir, mis hermanos salían en las mañanas, llegaban llenos de polvo, hechos polvo, comían y se iban otra vez, yo escuchaba las conversaciones y sabía que algo había pasado en la ciudad, preguntaba y me decían que se habían caído edificios, que no se podía pasar por las calles y entonces hubo una réplica y la cara de espanto de todos fue patente. Cuando por alguna razón tuve que salir (me llevaban a algún lado pero, eso extrañamente no lo recuerdo), perdí buena parte de mi inocencia infantil cuando vi los edificios derruidos, las personas formando cadenas humanas acarreando piedras, pidiendo silencio, los servicios públicos habían colapsado las caras eran largas, las tiendas con los aparadores destrozados y las cosas, seguían ahí, nadie las tomaba, a nadie le importaban en ese momento. Luego viene el peor de mis recuerdos, dicen que el olfato es la llave de la memoria, bueno pues, el olor a muerte, impregnaba la ciudad, fue un golpe a mi cordura saber que lo que a mi nariz llegaba era la descomposición de seres humanos que días después, seguían bajo toneladas de escombros.

Veía sufrimiento por todos lados, llantos de padres gritando el nombre de sus hijos, hijos gritando el nombre de sus padres… dolor, desesperación, miedo.

Pero ahí estaba la gente de mi país, esos que friegan, esos que se ríen de la muerte, esos que bromean de todo y que ahora serios, ayudaban a desconocidos, se arriesgaban por ellos, se quitaban la comida y el agua de la boca por un semejante, que metieron bajo su techo a desconocidos, que vaciaron sus despensas para cocinarle a miles de voluntarios que no les importaba nada más que rescatar a un ser humano buscando aliviar la preocupación y angustia del otro… Hace 34 años, hace dos… México enseñó su potencial como nación y llamarse mexicano, cobró otro sentido, dejamos de ser los del valemadrismo irreverente, los del chinga que te vienen chingando y nos transformamos en una sociedad coordinada, participativa, entregada que dio cátedra de cómo deben ser los buenos seres humanos. Afloraron todos nuestros valores y por un tiempo, fuimos lo que siempre quisimos ser y nos levantamos de la peor tragedia y seguimos y nos reconstruimos.

Podemos decir muchas cosas malas de nuestra sociedad, hasta parece deporte nacional pero, en la noche más oscura fuimos luz que alejó las tinieblas. Recuerdo el dolor, el llanto, la desesperanza pero, cada año, mientras nuestra bandera ondea a media asta por la tragedia, me aferro al recuerdo de lo bueno que sacó ese desgarrador dolor.

Esos días tristes, fueron también los que me demostraron que somos dignos de nuestra tierra, de nuestros ancestros, de nuestro futuro.

Hoy, a pesar de mi corta edad en esos días recuerdo, recuerdo el momento en que la tierra me demostró su poder, en que me arrebató mi inocencia pero, también recuerdo y agradezco ver cómo nos transformamos para bien y levanto mi puño, en silencio, como homenaje a los que ya no están con nosotros pero, también en honor a la mejor versión de nuestra sociedad, al México que me llena de orgullo hasta las lágrimas cada vez que ese recuerdo llega a mí.

Raul Sales Heredia
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