Durante décadas, la vida en El Salvador estuvo marcada por la violencia y la migración. A principios de 2016, este país centroamericano, con apenas seis millones de habitantes, era conocido como la “capital mundial del asesinato”, con un promedio de un homicidio cada hora. La guerra entre pandillas como MS-13 y Barrio 18 obligaba a muchos salvadoreños a huir al norte, especialmente hacia Estados Unidos. Sin embargo, el panorama actual es muy diferente, con muchos ciudadanos regresando a su país, incluso después de haber construido una vida en el extranjero.
El cambio drástico en la seguridad de El Salvador se atribuye al presidente Nayib Bukele, quien desde su elección en 2019 ha implementado una serie de medidas que han logrado reducir los homicidios en un 97,7%. Esto ha dado paso a un ambiente de mayor paz, pero con un costo: la suspensión de algunos derechos constitucionales bajo un estado de emergencia “temporal” que otorga al gobierno poder autoritario para detener sospechosos sin cargos formales. Grupos de derechos humanos han criticado la medida, denunciando arrestos arbitrarios y violaciones de derechos.
A pesar de estas preocupaciones, muchos salvadoreños celebran los resultados. Víctor y Blanca Bolaños, una pareja deportada de Estados Unidos, son un claro ejemplo de quienes han encontrado nuevas oportunidades en este clima de seguridad. “Regresamos hace 6 años y todo era inseguro”, recuerda Víctor. Sin embargo, con la mejora en la seguridad, la pareja ha logrado establecer un negocio de joyería en San Salvador, algo que antes parecía imposible debido a la extorsión y el control de las pandillas.
Diego Morales, otro salvadoreño que huyó en 1997, también decidió regresar tras décadas en Estados Unidos. Con la seguridad restaurada, Morales invirtió en la construcción de un resort de playa en su ciudad natal, Tamanique. “Ahora es seguro y mucha gente está regresando”, comenta Morales, reflejando el creciente optimismo entre los ciudadanos.
Las cifras respaldan esta tendencia de retorno. Desde 2022, más de 19.000 salvadoreños han vuelto al país bajo un programa gubernamental que ofrece exenciones de impuestos para sus pertenencias y vehículos. Además, la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos reportó una disminución significativa en el número de salvadoreños detenidos en la frontera sur, pasando de más de 97.000 en 2022 a solo 61.000 en 2023.
Sin embargo, las críticas internacionales persisten. Grupos como Human Rights Watch han documentado casos de arrestos injustificados, como el de Juan Carlos Cornejo, quien fue detenido simplemente por su apariencia. Cornejo, un asistente veterinario, pasó cinco meses en prisión sin pruebas en su contra, hasta que un grupo de derechos humanos logró su liberación. Según Socorro Jurídico Humanitario, miles de salvadoreños han sido detenidos arbitrariamente desde que comenzó el estado de emergencia.
A pesar de las controversias, el respaldo popular a Bukele es notable. En barrios anteriormente dominados por pandillas, como La Campanera, los residentes ahora expresan gratitud al gobierno por las mejoras en seguridad. “Ahora es seguro, es tranquilo”, afirma Teresa Gutiérrez, mientras lamenta que su hijo, detenido bajo el estado de emergencia, aún no haya sido liberado.
La estrategia de seguridad del gobierno ha sido meticulosamente planificada. Gustavo Villatoro, ministro de Seguridad, defiende las acciones del gobierno aludiendo a la gravedad de los crímenes cometidos por las pandillas. “No tenemos piedad en los crímenes relacionados con la vida”, dijo en una entrevista, refiriéndose a los pandilleros encarcelados en el Centro de Confinamiento de Terroristas, una prisión de máxima seguridad.
Mientras el mandato de Bukele avanza, la pregunta que muchos se hacen es qué pasará después de 2029, cuando finalice su segundo periodo presidencial. Por ahora, los salvadoreños disfrutan de una paz que antes parecía inalcanzable. Blanca Bolaños lo resume con una convicción inquebrantable: “Voté por Nayib esta vez, y la última, y si se presenta nuevamente, votaré por él”.
El futuro de El Salvador está por definirse, pero el presente es uno de optimismo y esperanza para quienes, tras años de sufrimiento, ahora creen en la posibilidad de un nuevo comienzo.