La propuesta original se diluye en el mayor número de clichés del cine de horror
Por Carlos del Río
Resulta curiosa la llegada a nuestra cartelera de una cinta de género de Singapur, filmada en inglés para un público internacional. Su director, Kelvin Tong, no es ajeno al cine fantástico. En su filmografía destaca The Maid (女傭, 2005), una película de horror que rompió récords de taquilla en su país cuando se estrenó.
El exorcismo de Anna Waters cuenta con dos actores estadounidenses en su reparto –Elizabeth Rice (Mad Men) y Matthew Settle (Gossip Girl)–, Tong narra la historia de Jamie Waters, una mujer que viaja a Singapur tras la extraña muerte de su hermana Anna. Allí tratará de dilucidar lo que sucedió y acompañará a su sobrina, quien se encuentra en estado de shock y negación ante lo ocurrido. De manera paralela, un par de sacerdotes católicos investigan lo que podríamos describir como un hackeo sobrenatural en portales de la Iglesia. A la vez, surge un peculiar desafío a la fe que pretende erigir una nueva Torre de Babel, con el sustento de un lenguaje universal digital. O algo así. Tal vez ni el propio realizador lo tenga del todo claro. Y ese es el principal problema.
En un afán desmedido por tratar de aportar originalidad, Tong recurre a una mezcla y sumatoria indiscriminada de elementos del género que en lugar de proponer, desdibujan cualquier propósito original. Lo mismo encontramos la casa embrujada, que los espectros, apariciones y contactos de ultratumba, que mensajes cifrados, símbolos paganos, ceremonias profanas, posesiones y –por supuesto– un exorcismo que reproduce uno de los momentos climáticos del trascendental filme de William Friedkin (El exorcista, 1973). No ayuda que las actuaciones sean poco creíbles y en general malogradas. Ante la evidencia constante de fuerzas espectrales, las reacciones de los personajes son mínimas.
Lo más perturbador quizás resulte el título en nuestro país. ¿Por qué se llama El Exorcismo de Anna Waters? Si bien el ritual para la expulsión demoniaca es parte –solo parte– de la historia, en ningún momento se le practica a Anna Waters. Es cierto que hay algo interesante en la idea iniciática del registro en video de ciertos acontecimientos, así como la viralidad de un posible comportamiento de culto online. Pero se pierde en un excesivo reciclaje de temáticas del horror, con un resultado más abrumador que efectivo. Y aun así nos podemos preguntar, ¿será que la curiosidad de lo que pudo haber sido valga la pena?
