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Por Gonzalo Lira Galván

La salud, en muchas ocasiones, parece ser juzgada por el ojo ajeno de acuerdo al deterioro físico que ésta represente en el afectado. El “te veo enfermo” pocas veces se torna en un “te siento enfermo” pero, ¿qué pasa con el silente deterioro interno?  David (Tim Roth) es un enfermero a domicilio encargado de pacientes terminales y con un pasado, cimentado en una tragedia familiar, que parece estar minando su equilibrio mental y emocional por igual. La necesidad de compañía y de liberarse del lastre que la pérdida de su esposa le dejó a cuestas, hacen de sus interacciones con los enfermos una obsesiva búsqueda de empatía que pronto levanta incomodidades en los familiares de éstos y que naturalmente culmina inconclusa con sus decesos.

El alma de David, consumida por la muerte que le rodea se ha extinguido, dejando sólo la carcasa de un hombre común y corriente, agotado, habitando casas de familias ajenas y adoptando los intereses personales de gente pasajera en su vida. Ya sea por causas naturales o incluso muertes asistidas por él mismo, los pacientes a su cargo parecen llevarse siempre un poco de él con ellos, despojándolo de toda personalidad y relevancia.

El actor Tim Roth, quien suma con esta su segunda participación en un filme dirigido por talento mexicano, después de aparecer también en 600 millas de Gabriel Ripstein, da una discreta y casi estática cátedra de actuación como el contenido David. Bajo la dirección del mexicano Michel Franco (acreedor por esta cinta del premio a Mejor guión en el Festival de Cannes), Roth se desprende de toda ornamenta para interpretar puntualmente a un alma atormentada y desvanecida, cuyo único contacto con la vida real es la inminencia de la muerte como recordatorio de su propia fecha de expiración.

Franco logra que el espectador se sume en el desasosiego de David y las personas bajo su cuidado con sus planos fijos y múltiples exposiciones de cuerpos decadentes. Y aunque el manejo de la narrativa es intencional para ese fin, la película a ratos peca de un letargo innecesario que finalmente, y para mala fortuna, cierra abruptamente con un evento que, lejos de servir como un irónicamente cruel desenlace, muestra una ausencia de rigor por parte del director que termina actuando en su contra.

El último paciente (antes llamada Chronic) no es fácil de digerir y su ritmo no es amigable con una gran audiencia, eso es verdad. Son los pequeños detalles, así como los incómodos silencios prolongados, donde yacen sus mejores momentos, elevados por la soberbia actuación de Tim Roth. La tercera película de Michel Franco continúa mostrando a un director con tacto y talento suficientes para seguir participando en festivales por todo el mundo pero, no obstante un resultado bastante efectivo, necesitado ya de mejores historias que contar y excedido en las manías de su propio estilo.

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