Oklahoma City Thunder atraviesa un momento que supera cualquier expectativa razonable para un campeón defensor. Lo que comenzó como la confirmación de un proyecto ganador ahora se perfila como una aspiración mucho más grande: colocarse entre los equipos inmortales de la NBA. La temporada 2025-2026 todavía es un terreno incierto, con lesiones intermitentes, ausencias inesperadas y la irrupción de la NBA Cup, que divide opiniones. Sin embargo, en medio de todos esos matices, hay algo que permanece constante: el Thunder domina cada frente al que se presenta.
Su Big Three, compuesto por Shai Gilgeous-Alexander, Jalen Williams y Chet Holmgren, ha alcanzado una química que roza lo quirúrgico. Las victorias no solo llegan, sino que se imponen. Salvo aquella noche improbable en la que Portland sorprendió, Oklahoma City ha convertido cada duelo en un trámite inapelable. De ahí surge la pregunta que muchos consideran exagerada pero que empieza a cobrar forma: ¿puede este equipo aspirar a ser el mejor de la historia?
El argumento no es tan descabellado. Incluso sin Gilgeous-Alexander, quien “se perdió el primer partido por una lesión en el codo” y aún así vio a su equipo ganar por treinta puntos, el Thunder funciona como un organismo perfecto. No es que uno lo haga todo, es que todos responden por todos. La ausencia de Williams en gran parte del calendario tampoco ha frenado el impulso. Su registro individual de “23 triunfos y una sola derrota” en los juegos que ha disputado es la segunda mejor marca jamás vista, solo detrás del legendario arranque 24-0 de los Golden State Warriors de 2015-2016.
Ese mismo equipo de los Warriors ostenta el récord de la mejor temporada regular con 73 victorias, una cifra que el Thunder observa hoy con una mezcla de ambición y calma estratégica. Más allá de las comparaciones históricas, lo que hace distinto al equipo de Mark Daigneault es su equilibrio perfecto entre juventud, voracidad y precisión matemática. Permiten apenas “102.6 puntos cada cien posesiones”, la mejor eficiencia defensiva de toda la liga, y anotan “118.9 unidades cada cien ofensivas”, cifras que pintan el retrato de una aplanadora moderna.
A esto se suma la irrupción de nombres que han elevado la profundidad del plantel. Ajay Mitchell emergió como sostén ofensivo durante la recuperación de Williams, mientras que Caruso, Wallace y Lu Dort se han convertido en una primera línea defensiva comparable con una jauría disciplinada y voraz. Cada pieza cumple un rol en un sistema donde el margen de error parece inexistente.
Sam Presti, arquitecto de la franquicia, sostiene un presente brillante y un futuro todavía más prometedor. La acumulación de selecciones de Draft convierte a Oklahoma City en un proyecto sin fecha de caducidad. Con un plantel cuya edad ronda los veinte años, el Thunder vive en una paradoja cautivadora: es un equipo joven que juega como si ya hubiera visto todas las batallas posibles.
En ese camino, buscan un lugar entre las dinastías que definieron la NBA: los Bulls de Michael Jordan y Scottie Pippen, los Lakers de Jerry West, los Spurs del bien colectivo, los Warriors del tiro perfecto. La misión no es sencilla, pero la manera en que encaran cada partido invita a pensar que no están tan lejos de ese Monte Rushmore reservado para los equipos infinitos.
Ganar es el primer paso; convencer, el segundo; infundir respeto, el tercero. Oklahoma City ya cumplió el primero, avanza firmemente en el segundo y comienza a generar el tercero. “Ni exagerado ni apresurado: justo”, decía el análisis original, y esa frase resume el momento exacto que vive esta franquicia. El tiempo, siempre juez implacable, definirá si este grupo se convierte en leyenda. Por ahora, todo indica que el trueno no planea disiparse.
