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El Valle de la Paz, donde descansan los hijos de la guerra

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La muerte nos iguala en su veredicto. El príncipe y el indigente conviven en el silencio y la oscuridad que cubren a los cuerpos inertes. Y en la descomposición de la materia ya sin títulos ni glorias. En pocos lugares esta verdad es más absoluta que en Wadi-us-Salaam, el mayor cementerio del mundo.

Abarrotado paraíso

El Valle de la Paz (significado de Wadi-us-Salaam) yace al noroeste de la ciudad iraquí de Nayaf, a unos 160 kilómetros del Bagdad. Si continuamos la ruta hacia el oeste penetraremos la inmensidad árida, al desierto de Siria, un infierno a más de 40 grados Celsius.

En un terreno de 917 hectáreas, el equivalente a cerca de 1.300 campos de fútbol, se congregan más de cinco millones de tumbas. La cifra es una estimación. No puede ser de otra manera porque el cementerio recibe difuntos desde el siglo VII después de Cristo. Ningún otro en el planeta ha funcionado sin cesar durante tanto tiempo.

Los sepulcros comunes aglomeran el barro cocido y el yeso. Sencillas memorias de hombres y mujeres, chiitas en su mayoría, que vienen a descansar no lejos de la mezquita donde reposa Alí, el yerno de Mahoma, considerado por los seguidores como el primer Imán. Aquí se juntan los restos de iraquíes, iraníes, libaneses, indios, sirios, paquistaníes, afganos… Y a pocos metros del profeta o del líder religioso, el hijo de vecino, el musulmán sin nombre en la posteridad.

Los fieles a Alí creen que en este rincón de tierra parda les garantiza un despertar en el paraíso. Cuando llegue el día del Juicio Final, despertarán los bienaventurados para adorar en la nueva vida a su líder espiritual.  

Las fuentes discrepan sobre el número de cuerpos enterrados en Wadi-us-Salaam. Los cálculos van de cinco hasta 10 millones. La población de la vecina Nayaf no supera el millón de habitantes. Si el Valle de la Paz ha contemplado la violenta historia de Iraq durante tantos siglos, entonces su suelo alberga mucho más despojos que cualquiera de las estimaciones actuales.

En comparación, en el Cementerio General de Chile, el mayor de Sudamérica, reposan dos millones de cuerpos; en el antiguo Cementerio Karacaahmet, en Turquía, descansan más de un millón, aunque el dato también carece de exactitud pues su fundación se remonta al siglo XIV; el Cementerio Ohlsdof, en Alemania, acoge 1,5 millones de personas fallecidas.

El camposanto de batalla

Las turbulencias incesantes en Iraq han desfigurado el cementerio, que ha sido escenario de combates y demoliciones para destruir los refugios de grupos rebeldes.

El Valle de la Paz alberga una parte de las víctimas de la guerra entre Iraq e Irán (1980-1988), de la represión del régimen de Saddam Hussein, de los civiles y militares muertos en la invasión estadounidense de 2003 y en las sucesivas rebeliones y conflictos entre sunitas y chiitas.

Cuando las tropas estadounidenses aún controlaban la región, los milicianos se escondían en el laberinto de tumbas. Sitio ideal para emboscadas, los ocupantes preferían no adentrarse demasiado en el camposanto.

Más de un centenar de militares iraquíes, caídos en el combate al Estado Islámico, nutren la vecindad exánime cada día. La endémica violencia en el Medio Oriente hace temer que ese número no descenderá en el futuro cercano.

Nadie puede adivinar mejor ese destino que los enterradores. Muchos provienen de familias que han ejercido ese oficio durante siglos. Ellos atesoran de generación en generación el conocimiento profundo de un país cuyo dolor no parece tener fin.

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