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Empezar por los Significados

Jorge Valladares Sánchez
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Por: Jorge Valladares Sánchez.*

En Facebook y en Youtube: Dr. Jorge Valladares. 

Empezar por los Significados
Comunicarnos con Calidad

Gracias a la gentileza de La Revista Peninsular,
por algunos años he podido compartir ideas y experiencias en este espacio. En
varias de esas ocasiones he procurado hacer precisiones o aclaraciones de
conceptos, disposiciones y sucesos que considero importantes. Algo que en
general me gusta llamar conceptualizar, o que corresponde con simplemente
empezar por definir de qué hablamos.

Esta manía mía tuvo su primer documento
académico en los inicios de mis estudios de licenciatura en psicología, cuando
luego de algunas horas de reflexiones con el bien querido Víctor Castillo
Vales, nos pidió escribir una especie de ensayo sobre alguno de los temas de la
filosofía de la ciencia. No encontré uno mejor que lo que acabé intitulando
“Definir antes de Discutir”, como breve homenaje a nuestras coincidencias
cuando el nos ilustraba con maestría y además me obsequiaba respuestas a las
preguntas que algunos compañeros/as daban por obvias.

Y se fue desarrollando en un
acompañamiento frecuente del diccionario y una reconciliación para siempre con
la etimología, la cual hoy es costumbre y amor a la vez. Al grado que, quienes
me escuchan con alguna frecuencia saben que una de mis pocos deseos pospuestos
es el de impartir un taller en el que el único contenido sea el uso de las
palabras.

Décadas de trabajo profesional en
psicología y educación, leyes, procesos institucionales, funcionamientos
organizacionales y relaciones familiares y sociales han dado cada vez mejores
ejemplos y claridad funcional a la utilidad de empezar por mencionar de qué
estamos hablando y qué entendemos por ello para empezar. Ni siquiera porque el
diccionario pueda resolver varias controversias, simplemente para visualizar si
alguna línea de lo que dice una persona tiene algún punto cercano de
coincidencia con lo que dice la otra.

Aun en los casos en que realmente tenemos
algún interés en conversar, discutir, aclarar, debatir o simplemente charlar,
es demasiado frecuente que nuestra arrogancia, ignorancia o indiferencia nos
lleven a quedarnos en opinar y asumir que la forma en que entendemos el
contenido de nuestras expresiones será idéntico en quien escuche, o que la
opinión que escuchamos de otra persona corresponde en significados con nuestra
forma de entender las palabras. Clínica e institucionalmente he visto miles,
tal cual, miles de situaciones en las que las personas coinciden, pero se
enfrentan por las palabras o significados que usan, mismos que no fueron
aclarados. A veces llegan a darse cuenta, muchas otras veces no, y se rompe la
comunicación, la viabilidad o hasta la relación.

Y aquí empiezo con ejemplos. El concepto
de comunicación es tan diversamente entendido, que podemos compartir muchas
palabras y no estarnos comunicando o comunicarnos sin usarlas. Comunicar
simplemente significa volver algo común. Algo que una persona tiene en su mente
(ideas, sentimientos, información) logra que otra también lo tenga en común, que
se haga mutuo. Eso tiene pocas probabilidades de pasar si cada cual entiende a
su modo, o incluso ni entiende, las palabras que se usen. Sean muchas o pocas
palabra, si no tienen esa comunalidad, no procede avanzar a entendernos.

En una potencial pareja, compartir con
claridad en los primeros encuentros algunos significados generarían un
potencial enorme para propiciar una buena relación, evitar una zona cotidiana
de conflicto o disfrutar de lo que decidan compartir. Entre ellos: ser pareja,
amar, vivir juntos, apoyo, sexualidad, convivencia, diversión, placer, amigos/as,
honestidad, problema… Quizá escribir nuestros significados breves y claros,
pueda ser un inicio. Es frecuente que ni hayamos pensado en ello y ya estemos dando
por hecho esos temas, y que obviamente jamás lo hayamos compartido. Pero es
cierto que mucho de lo que redunda en peleas, decepciones y frustraciones tiene
que ver con que sigan sin ser compartidos esos significados y otros.

No tenemos que usar los mismos conceptos,
entender lo mismo, ni opinar lo mismo para amarnos y hacer juna vida o
convivencia buena juntos/as, pero saber los significados, formas de ver y
opiniones de la pareja es fundamental para decidir si queremos intentarlo,
comprometernos o hacerlo por años. “Si dos no se engañan, mal pueden haber
desengaños”, dice el buen Sabina.

En el plano familiar (donde puede o no
haber una relación de pareja) igual se materializa esa necesidad de
significados comunes; pero se acentúa, sobre todo hacia los hijos, la
frecuencia con que pretendemos que el nuestro es el concepto correcto en temas
tan importantes como familia, educación, respeto, colaboración, obediencia,
armonía… Retomo este último para decir que es el ingrediente principal a
mantener para que la vida en familia sea nutricia, disfrutable y equilibrada
para todas las personas que formen la familia. Pero, claro, entendiendo armonía
como lo que es: “Proporción y correspondencia de unas cosas con otras en el
conjunto que componen”, o sea que cada cual tenga su espacio, tiempo y
aportación-recepción dentro de esa unidad familiar. Alguien tiene que iniciar y
abrir el espacio donde se compartan esos significados, para ampliar el conjunto
de palabras y las ocasiones de intercambiar sin pretender que el resultado sea
convencer, sino ganar/ganar, disfrutar de compartir y proyectar metas en
colectivo.

En las organizaciones hay un factor que
agrava la situación, a la vez que otro que en ocasiones la endereza
parcialmente. La diversidad de prioridades, necesidades, orígenes y
personalidades de quienes se unen en esos colectivos amplían las diferencias y
reducen la importancia y tiempo que se dedica a entenderse, de hecho es más
frecuente que se pueda considerar a jefes, colaboradores, subalternos y
personas de otras oficinas como adversarios o simplemente gente de la cual es
mejor cuidarse. Aunque también ocurre en muchas organizaciones algo que no pasa
frecuentemente en las familias ni en las parejas: en algún lugar suele estar
escrito lo que hay que hacer. Ya sea en la ley, en un manual, en un oficio o en
un whatsapp hay indicaciones, generalmente insuficientes, pero que señalan algo
de lo que significan conceptos como: resultados, deber, plazos, liderazgo,
responsabilidades, costo, servicio o calidad. Más adelante retomaré este
último.

En la vida social se abre por completo lo
que en otras modalidades de convivencia se vive, y con ello la utilidad que
puede tener entendernos, por lo menos en los significados. Digamos que queda a
criterio de cada cual, o por lo menos de cada familia, la amplitud e
importancia que tiene eso de sociedad o convivencia social. Puede ser tan acotado
como unas cuantas personas conocidas o el contacto con ciertas instituciones o
comercios que me sirven, o tan amplio como un sentido de ciudadanía, bien común
y “efecto mariposa”. Desde la política nos tienen acostumbrados al desdén por
definir palabras tan importantes como gobierno, legalidad, justicia, opinión
pública, ciudadanía, impuestos, servicios, instituciones, democracia y
bienestar; tanto que se nos hace normal que hagan lo mismo quienes tienen a su
cargo las instituciones y cada vez con mayor descaro usen la palabrería y
demagogia como si fuera parte del servicio por el que les pagamos, y muy bien,
con nuestros impuestos. Sería un ejercicio de nuestro derecho exigir que
atiendan nuestras peticiones dentro de lo que son sus obligaciones, pero como
ciudadanos/as incluso dejamos en baja prioridad saber y exigir, cosa que
naturalmente les facilita mucho su día a día y les mantiene la vía para seguir
aspirando a cargos públicos.

Entonces… la propuesta es iniciar por
saber de qué estamos hablando, qué significa eso que queremos, pedimos, compartimos,
ofrecemos, esperamos, exigimos o necesitamos… con nuestra pareja, con las
personas de nuestra familia, con la gente que trabajamos o a la que servimos y
con quienes tienen obligaciones de servicio con nosotros/as. O sea en algo y
con alguien que nos importe, para ir acomodando las cosas que no estén donde
queremos.

Vuelvo ahora a la palabra calidad, ya que
tiene mucho que ver con esto de lo que realmente queremos y sirve a la vez de
instrumento para ir pensando en el segundo si logramos dar ese primer paso. La
calidad ha tenido sus tiempos de irrelevancia u obviedad social, así como
periodos de enorme auge y moda, que incluso han generado estándares, fórmulas
mágicas y normas muy bien pagadas en las empresas y en ciertos sectores del
gobierno. Para ser congruente con el sentido del artículo, lo primero que
tendríamos que hacer es conceptualizar la palabra, para luego aspirar (o no) a
ella, intentarla y quizá lograrla.

Y es que la palabra calidad precisamente
se refiere a la cualidad del QUÉ, o sea es sinónimo de decir “a qué nos
referimos en tal o cual cosa o situación”. Así, una comida de calidad es
aquella que corresponde a su forma o receta original, un auto de calidad es
aquel que cumple con lo que es ser un auto, un servicio de calidad es aquel que
se realiza conforme efectivamente sirve. Y de allí que se haya usado como
apellido o adjetivo de muchas cosas, que en el periodo de auge se oyen mejor
diciendo: política de calidad (no calidad en la política), indicadores de
calidad, normas de calidad, calidad en el servicio, productos de calidad,
máxima calidad…

A reserva de algunas aportaciones que
pudiera hacer desde lo que hago en psicología organizacional, baste ahora
pensar en que lo primero para valorar la calidad de algo consiste en saber qué
es o el concepto adecuado que tenemos o queremos darle a ese algo. Y entonces
es el punto de partida comentado. Si quiero una pareja de calidad, tengo que
empezar por definir lo que para mí significa eso, y compartirlo con quienes
estén candidateando o ya tengan el título, para combinar o atender ambos
significados. Respondido el qué, podríamos transitar ya a las características
básicas o procesos que deben darse en ese ser pareja de calidad y saber si queremos
(o no), podemos (o quién sabe) y vamos a hacerlo (o lo dejamos así).

Y dar tiempo de calidad a nuestros hijos,
ser padres de calidad, ejercer un liderazgo de calidad, hacer un servicio
público de calidad, tener un producto de calidad que ofrecer, lograr un
relación de calidad en el vecindario o vivir una democracia o ciudadanía de
calidad son ingredientes posibles para una vida de calidad, que no sería otra
cosa que vivir la vida QUE realmente queremos vivir.

Si ya lo tenemos definido, sigamos andando
hacia el cómo, y si no, tomemos un momento para pensarle y definir. Si no
sabemos a dónde vamos es muy probable que nunca sepamos si ya hemos llegado.

——————————————-
*Jorge Valladares
Sánchez

Papá, Ciudadano, Consultor.
Doctor en Ciencias Sociales.
Doctor en Derechos Humanos.
Psicólogo y Abogado.

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