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José Francisco Lopez Vargas
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Claroscuro, por: Francisco López Vargas. 

Los políticos, en campaña, ofrecen las perlas de la virgen como si fueran reales. Usan todos los argumentos a su disposición para pintarle a los electores que ellos son los que saben cómo y tienen no sólo el conocimiento sino las relaciones y los colaboradores para darles lo que tanto anhelan, claro con el dinero de todos.

De acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, Coneval, arrojó este año cifras alarmantes sobre la evolución de la pobreza en México.

Los indicadores van en aumento, tras elevarse de 49,5 millones de personas en pobreza, a 52,4 millones, entre los años 2008 y 2018; lo que demanda políticas más efectivas para combatir este flagelo social.

La pobreza extrema registró niveles un poco más alentadores, en este sentido, la Coneval reportó que la población afectada por este flagelo pasó de 44,4% a 41,9%, entre los años 2008 y 2018; lo que representa un ligero retroceso, no obstante, es necesario más programas tendientes a favorecer a los estratos sociales bajos. Ante este panorama, las promesas dan para todo.

El Instituto Nacional Electoral es un órgano que regula las campañas, pero los partidos son libres no sólo de elegir a sus candidatos sino también la oferta con la que éstos crean que pueden lograr la simpatía de los electores.

En la campaña pasada, vaya que lo recordamos, hubo candidatos que con detalle, con números, le dijeron al candidato López Obrador que su propuesta de gobierno no tenía márgenes de operación sino que los dineros públicos, esos que aportamos vía impuestos todos los mexicanos, no le alcanzarían para sus planes y proyectos.

Nadie pensó que López Obrador en lugar de meterse a analizar lo que recibiría como país al ganar las elecciones, empezara su gestión cancelando una obra no sólo ya financiada que no le costaría al erario sino que de un discurso dejó sin trabajo a 45 mil personas que lo construían.

A partir de eso, el presidente que momentos antes había protestado guardar y hacer guardar la Constitución y sus leyes, empezó a faltar a su palabra al asistir a un acto de culto indígena, en un estado que presumía su laicidad y que en lo personal él idolatraba al padre de ella: Benito Juárez.

En sus campañas, López Obrador nunca fue más camaleónico que al cierre de la de 2018: dependiendo del auditorio era su discurso, a los empresarios ofrecía que habría crecimiento pero no el mediocre 2 por ciento de los últimos años sino 6 y luego lo bajó a 4; a los maestros les decía que echaría abajo la reforma educativa y de hecho entregó la educación a la CNTE, que lo apoyó en campaña.

Si estaba frente académicos e investigadores hablaba de elevar el presupuesto para investigación y ciencia; si los médicos y enfermeras eran el auditorio a ellos les prometía más hospitales, más recursos que en los hechos cortó y evitó comprar insumos, medicamentos y hasta instrumental para hacer eficiente esa labor.

El presidente siempre, en todos los auditorios, hablaba de la corrupción que padecíamos y que hacía enojar a todos; hablaba de que él no tenía dinero, que sólo cargaba doscientos pesos en su cartera y que él no mentía, no robaba y no traicionaba.

Sobre la seguridad, siempre dijo que no militarizaría el país, de hecho ofreció mandar a los cuarteles a los soldados y todos aplaudimos esa visión que era la de pacificar el país, pero no sólo no lo cumplió sino que en un discurso apuntó que para su gobierno no era prioridad perseguir a los narcos y dio instrucción a las fuerzas armadas de no ir contra ellos porque son pueblo y tenían derechos humanos.

Las contradicciones de lo que el presidente ofreció en campaña no es única de él porque varios candidatos proponen muchas cosas y al llegar al gobierno se encuentran de que no era cómo creían y terminan por recular o, de plano, las condiciones mundiales no les permiten cumplir sus propuestas, como a Calderón que del presidente del empleo pasó al de la guerra contra el narco.

Todo lo anterior debiera de servir a los ciudadanos para entender que lo que se propone en campaña puede ser útil, pero más si le exigimos a quien lo propone que nos explique cómo lo logrará.

Hoy pagamos el costo de las ideas y ocurrencias de un candidato que era acomodaticio, que se iba a donde el viento lo llevase y la necesidad y hartazgo de la población le sirvió como atenuador de la desconfianza popular que terminó por elegirlo.

En un país con las cifras de pobreza arriba descritas, la prioridad de la gente no es sólo comer ese mismo día, sino que una parte de su enojo también tiene que ver con quien se la paga, con quien es el responsable y no se equivoca del todo cuando voltea a ver a los gobernantes y sus resultados.

Hoy, cuando la polarización está por demás exacerbada, los comicios del próximo año será una oportunidad para que reflexionemos sobre si a los candidatos se les permitirá ofrecer fantasías o si se les exigirá probar que si saben hacerlo.

En cuatro sexenios –este apenas empieza y ya es una desgracia lo que vemos- hemos tenido decepciones enormes precisamente por seguir a candidatos carismáticos o por votar con el hígado o la cartera. Ojalá que como ciudadanos seamos más exigentes con quienes se nos proponen como empleados y representantes para corregir lo actual o hacer más por nosotros. Al tiempo.

José Francisco Lopez Vargas
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