Por: Eduardo Ruíz-Healy.
Los primeros dos casos de COVID-19 en México se reportaron el 28 de febrero pasado.
Ese día, durante la conferencia de prensa del presidente Andrés Manuel López Obrador, el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud de la Secretaría de Salud, Hugo López-Gatell, declaró contundentemente que “no es una enfermedad grave, en su mayoría estamos hablando de que más del 90% son casos leves, leves quiere decir los síntomas de un catarro, son indistinguibles de un catarro”.
Menos de un mes después, el 18 de marzo, el número de casos llegó a 95. Esta cifra aumentó 118% en solo tres días ya que el 21 de marzo fue de 208 para de nuevo más que duplicarse en muy poco tiempo, en vista de que el 25 de marzo se incrementó 104% para llegar a los 425 casos.
Desde entonces, empecé a advertir en esta columna y a través de mis redes sociales que la pandemia podría agravarse dada la velocidad en que se estaba esparciendo el nuevo coronavirus SARS-CoV-2 que produce la enfermedad que, el 11 de febrero, fue denominada COVID-19 por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Muchos me calificaron entonces de ser un pesimista y agorero del desastre. Tristemente, el tiempo y los números de casos hasta ahora registrados corroboran que mis advertencias se sustentaban en hechos y no en opiniones.
En varias ocasiones, AMLO y sus supuestos expertos criticaron a quienes asegurábamos que la pandemia iba a matar a decenas de miles de mexicanos si es que no se aplicaban medidas drásticas para prevenir los contagios.
Dijeron que el país tenía los recursos humanos, materiales y económicos para enfrentar exitosamente a la pandemia a pesar de que las estadísticas oficiales mostraban que no se tenían los suficientes médicos especialistas para atender a los enfermos de COVID, ni la cantidad de respiradores necesarios para tratar los casos más graves, ni las camas ni unidades de terapia intensiva necesarias para darle una adecuada atención a los enfermos que tuvieran que ser hospitalizados.
Así, mientras unos advertimos que la situación era grave y los principales funcionarios de la 4T lo negaban, el número de enfermos y de muertos por la enfermedad fue aumentando.
El 19 de marzo se registró la primera muerte por COVID-19. Un mes después, el número de muertos llegó a 668; un aumento de 66 700% en solo 30 días. El 19 de mayo ya eran 5506 los muertos, un incremento de 667% en esos 30 días.
Y mientras el número de infectados y muertos continuaba creciendo aceleradamente, tanto López Obrador como los dos charlatanes mayores a quienes les dio la Secretaría de Salud, insistían en negar la realidad.
El 11 de junio, el charlatán menor dijo que “Empezamos en febrero, terminaremos en octubre y podríamos decir que a mitad de junio estaremos a la mitad del conjunto de curvas epidémicas”.
Ese día el número de infectados llegó a 133 371 y el de muertos a 15 863.
Ayer, el número de enfermos llegó a 1 009 396 y el de muertos a 98 861, es decir, 657% y 523% más desde ese 11 de junio en que se nos aseguró que esto terminaría en octubre.
Para el 31 de diciembre habrán muerto 20 911 personas más en México, de acuerdo al Instituto de Métricas y Evaluación Sanitaria (IHME) de la Universidad de Washington.
Nos dijeron que no era una enfermedad grave…
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