Por Guillermo Vázquez Handall /
José Antonio Meade tiene las condiciones y las virtudes
para aglutinar las simpatías del llamado voto útil,
proveniente de muy diversas fuentes.
Hace algunos meses, antes de la elección de la gubernatura del Estado de México, en muy diversas charlas con todo tipo de personajes de la cúpula priista, desde altos funcionarios públicos, legisladores, gobernadores y alcaldes emanados de esa fuerza, percibíamos un ánimo de derrota y resignación.
Incluso el plan alternativo para ellos como parte de una estrategia para impedir la victoria de López Obrador, que por ese entonces se daba anticipadamente por inminente, era apoyar la eventual postulación de Margarita Zavala por Acción Nacional.
En esas fechas llego a trascender que desde los Pinos se fraguaba una suerte de acuerdo en ese sentido y que curiosamente el interlocutor era nada más y nada menos que el Secretario de Hacienda José Antonio Meade, quien también lo había sido en el gobierno de Felipe Calderón.
Sin embargo, desde ese momento hasta ahora fueron muchas las cosas que cambiaron, que transformaron radicalmente los escenarios y las posibilidades, al grado de que el giro ha sido de 360 grados.
Primero la victoria priista en el Estado de México, que reconfirmo las carencias de estructura de Morena y en sentido contrario la fortaleza de un PRI, que cuando no simula ni se engaña, cuenta con la mejor operación electoral del país.
Después de ello, lo que además nadie hubiera podido calcular, vinieron los sismos del pasado septiembre, que independientemente de su trágica condición, no solo le han dado al gobierno la facultad de invertir sumas multimillonarias de recursos públicos para la reconstrucción.
Le permiten hacer una labor de gestión que es simultánea a una campaña política antes de la campaña formal, donde se ha desplegado una administración eficiente tanto del dinero como de la imagen presidencial.
Por ello no es de extrañar que desde septiembre la figura presidencial venga recuperando aceptación social, que se vea al presidente Peña Nieto en la zona donde mejor se desempeña y donde más le reditúa a su partido.
Pero como si eso no fuera suficiente, fueron sus propios rivales quienes debido a sus disputas internas, poco a poco fueron dinamitando sus fortalezas, primero López Obrador con el desencuentro que sostuvo con Ricardo Monreal, que aun y cuando no termino en una escisión, hizo mucho daño.
Por otro lado, en la intención lógica de crear un frente conformado por Acción Nacional, el PRD y Movimiento Ciudadano, que como tal parecía invencible, se impusieron las vanidades y eso está a punto de provocar su disgregación.
La soberbia de Ricardo Anaya, no solo va a impedir que el frente subsista, al provocar por su cerrazón ambiciosa la salida de Margarita Zavala del PAN, Anaya dejo ir al menos una decena de puntos porcentuales a favor de esa fuerza con o sin frente.
Más aun, fomentó una división que está resquebrajando la fidelidad de una militancia añeja acostumbrada a elegir a sus candidatos de forma democrática, que hoy se encuentra en una contradicción mediante la cual están por definir al suyo por imposición, cuando ese concepto es el que han combatido siempre.
La suma de todos estos factores llevó al presidente Peña Nieto a decantarse a favor de José Antonio Meade como su abanderado, decisión que no tuvo tintes afectivos sino políticamente pragmáticos.
Meade tiene las condiciones y las virtudes para aglutinar las simpatías del llamado voto útil, proveniente de muy diversas fuentes, pero sobre todo de un panismo desencantado y desilusionado.
Además, Meade le representa al Revolucionario Institucional, una especie de escudo en contra del discurso tradicional opositor en contra de la corrupción, porque al menos él, a pesar del rechazo hacia el partido, no tiene en su expediente publico ninguna acusación en este sentido.
Este blindaje le permite suscribir una oferta en la cual ese argumento no podrá ser un elemento de debate y esa sola razón lo convierte, independientemente de sus antecedentes profesionales, en el personaje a seguir en la campaña.
En política el tamaño si importa, la dimensión de la honestidad probada que no valiente, la envergadura de la preparación académica y profesional, el mensaje de estabilidad que tendrá impacto no solo en el ámbito local, lo tendrá también en el internacional y eso en términos de la proyección económica del país resulta fundamental.
Desde su nominación, al más puro estilo de la liturgia priista, Meade ha logrado provocar en los priistas y hasta en muchos que no lo son, una inyección de energía inusitada.
Daría la impresión que esa sensación de derrota y resignación de la que hablábamos al principio de esta columna, no solo ha quedado atrás, sin o en el olvido, en contraparte lo que hoy se percibe es confianza y una gran esperanza, basada precisamente en las condiciones que aporta el candidato, aun y cuando resulte anecdótico el hecho, de que Meade será el primer candidato no priista del revolucionario institucional en toda su larga historia.