Por Enrique Vidales Ripoll
Los temas complejos siempre abren la puerta a la polarización. Pero lo peor de todo es cuando se llega al punto del todo o nada. Eso impide que a partir de la coincidencia se puedan encontrar soluciones que puedan satisfacer a todos los involucrados.
A lo largo de la historia la humanidad ha encontrado elementos culturales y sociales fundamentales para la convivencia humana. A partir de ellos se han creado los diversos sistemas normativos que tratan de conciliar los intereses y el bien común y público. Por la conceptualización universal de los procesos biológicos y de conservación de la especie se definió a la familia como la unión de hombre y mujer. Es un principio de complementariedad biológica.
Pero también no podemos olvidar que el hombre ha superado por la racionalidad los instintos. Es por ello que en la conducta humana se dan matices en la expresión de los intereses, las motivaciones y percepciones. La realidad objetiva y natural es clara: todos nacemos ya sea hombres o mujeres.
A lo largo de la evolución personal y construcción de una identidad y personalidad la forma de manifestar esta sexualidad ocasiona algunas formas de expresión de ella. La sociedad ha juzgado de buenas y aberrantes algunas formas. Hasta hoy es castigada la violación la pederastia o la necrofilia – mantener relaciones sexuales con cadáveres – por la implicación indignante que provoca ante la integridad física, emocional y sexual de los involucrados.
En el caso de la homosexualidad se reconoce una serie de mitos y una segregación social a lo largo del tiempo. Mientras el acto sea voluntario entre dos personas que por preferencia eligen esta forma de manifestación de la sexualidad la sociedad no debe menospreciarlos. Hace algún tiempo me ensañaron que al homosexual no hay que entenderlo, sino aceptarlo. Al final su existencia tiene el mismo valor como hombre o mujer como también se le debe considerar como miembro de la sociedad.
El asunto de las parejas homosexuales – masculinas o femeninas – debe ser reconocido por la ley. Merecen contar con un instrumento legal que les permita vivir la naturaleza de su relación, que los proteja de terceros intereses. Sin querer disminuir el valor de su decisión y actos de vida se debe igualmente respetar a otras instituciones sociales como lo es la familia.
La sociedad tiene una tarea substancial de apoyar a la consolidación de la familia. No es un asunto de iglesia, religión o ideología. La experiencia de la familia es crucial en la construcción de la sociedad por el interés público que debe protegerse. Como igualmente la relación homosexual debe contar con un mecanismo legal que les de viabilidad a sus derechos y obligaciones.
En la claridad, precisión y coherencia del pensamiento lógico los fenómenos tienen una esencia que los caracteriza. No es una cuestión de discriminación en la medida que se busque dar certidumbre y seguridad jurídica.
La igualdad de hombre y mujer es sustantiva. Los marcos jurídicos otorgan una igualdad de acceso al Derecho sin dejar de reconocer diferencias que nacen de situaciones tan naturales y comunes por el papel biológico de la mujer en la concepción y procreación de los hijos. Recordemos que antes solo la mujer tenía días menos y más a partir de la probable fecha del parto. El hombre se convertía en un testigo pasivo en los momentos que ponían toda la carga a la mujer. Hoy en día se ha reconocido el derecho del padre a estar en el parto de un nuevo hijo. Es por ello que se le otorga 3 días y así pueda disfrutar a su nuevo hijo.
Si el tema fuese una igualdad en sentido estricto ¿no debería estar en las mismas circunstancias hombres y mujeres? ¿Podría alegarse una forma de discriminación al hombre la negación de darle los mismos días que la mujer?
El asunto es un tema de derechos. Pero además de saber conciliar con la sociedad en lo que se ha considerado fundamental: el respeto a la familia. A este grupo social de donde todos venimos y pertenecemos.
No es posible el todo o nada. El respeto también se debe ganado en el respeto a los demás. No es admisible que los actores que solicitan este reconocimiento descalifiquen al que no estar a favor de ellos como homófonos. La polarización violenta no conduce al entendimiento. Como tampoco se puede negar el derecho a manifestar sus ideas e intereses en el tema. Estrictamente hablando es un derecho constitucional siempre y cuando se ejecute con respeto.
En un mundo de derechos y obligaciones todos contamos.