por Enrique Vidales Ripoll
En verdad lo digo con respeto a todos los usuarios que invirtieron la cantidad, no onerosa, de casi 20 mil pesos para presumir la posesión del último modelo de Iphone7 y que cayeron en la trampa de la broma cibernética y perforaron sin sentido tan valioso equipo.
Para irnos ubicando, el sofisticado equipo no posee entrada de audífonos. Como suele suceder en el mundo global de la información, un usuario propuso una solución al problema. En un vídeo que pronto se viralizó mostró la alternativa de taladrar el equipo para abrir el “hueco” y usar los audífonos.
En el analfabetismo funcional que no permite analizar y valorar la veracidad de la información varios usuarios tomaron la palabra y procedieron a aplicar la medida en sus equipos. Como resultado, se tiró a la basura la inversión, ya que resulta más que claro para las mentes inteligentes que la solución no era viable.
Hay quienes han expresado su molestia contra el causante de la broma. Sin embargo, es más que claro que expresar ésta no es más que dejar en evidencia una gran estupidez por la incapacidad de razonar, o por lo menos, de valorar la credibilidad de la medida y el potencial de daño que significaba aplicarla. Con la acción intencional no podrán exigir la garantía, por lo cual deberán considerar que tienen un equipo dañado en su estructura o inservible en muchos de los casos.
No por tener y usar tecnología queda claro que nos hace inteligentes, o por lo menos, hombres y mujeres de entendimiento tecnológico. Lo que ha sucedido y trascendido en notas en el mundo tecnológico es la muestra de un analfabetismo funcional: que, aunque se use la herramienta tecnológica, no se tiene las capacidad o competencia para aplicarla debida y pertinente.
Esto lo debemos llevar a la vivencia de la escuela. La transformación que implica en la formación y preparación de nuevas generaciones que debe transitar de un conocimiento a la aplicación de la tecnología; como también, de un análisis interno de nuestra capacidad de análisis de información. No podemos negar que ahora el conocimiento lo tenemos en la palma de la mano literalmente con los nuevos dispositivos tecnológicos portátiles que nos permiten interconectarnos a grandes bases de datos e información. Pero también tenemos que reconocer que hay muchos que por ignorancia no saben emplearlos debidamente.
Lo peor es la carencia en el análisis de la veracidad de la información que se publica en la web y las redes sociales. La democratización que permite que cualquiera pueda publicar algo conlleva a que no exista ningún control ni validación formal de los contenidos y mensajes. Esto ha llevado a cierto caos por la potencialidad de la viralización de mensajes. Bien dice la frase “una mentira dicha muchas veces se convierte en una verdad”.
Vivimos irremediablemente en este mundo global de mucha información, algunas mentiras, otras parciales y muchas verdades a medias. Sin capacidad de análisis crítico donde es fácil establecer tendencias sociales sin grandes fundamentos. Una libertad que no se quiere controlar, pero que, por ello ha tenido un gran costo social y en la calidad de información.
Algo que debemos ponderar de las fuentes de información que permiten contextualizar los datos, su validez y trascendencia. Esto implica una actitud crítica para no ser embaucados con la información falsa.
Aunque está fue una situación en un extremo que resulta irrazonable, no es más que un ejemplo que refuerza que hay situaciones que debemos considerar nosotros mismos y en los procesos formativos formales, si al final, lo que queremos contar con información de calidad y con aprendizajes que realmente sirvan para solucionar problemas o contextos de la realidad cotidiana del hombre y la interacción con la tecnología y el mundo global donde nos desenvolvemos.