Por: Manuel Triay Peniche.
En mi larga vida en esta noble palestra, de casi medio siglo, he conocido y convivido con políticos que en algún momento de su carrera se creen todo lo que dicen, aunque saben que lo que dicen dista mucho de la realidad. Algo así como aquel viejo adagio: una mentira repetida mil veces se vuelve verdad.
Hoy, cuando los políticos disfrutan de mil libertades que antes no tenían, legal y partidista, la situación es más propicia para caer en la auto adulación y esto, en muchísimos y repetidos casos, es un fenómeno que ocurre en estos tiempos pre electorales, algo así como la temporada de ciclones que arrecia en este mes patrio.
El viejo líder cetemista Fidel Velázquez solía decir: “el que se mueva no sale en la foto” y hoy es todo lo contrario: el que no se mueva correrá peligro que le pase lo del camarón, que se lo lleve la corriente. En otras palabras: en los tiempos de D. Fidel había que esperar la señal para comenzar las campañas y nadie podía abrir la boca mientras el partido no ordenara abrirla; hoy, quienes no están haciendo campaña desde hace meses o años, ya no tienen posibilidades de una candidatura.
Esto último ha llevado a muchos aspirantes a sentirse con derechos, los ha auto convencido de que son los buenos, los mejores para los cargos que persiguen y si no lo obtienen se sentirán defraudados, timados, molestos con su Partido, al grado que pregonarán por los cuatro vientos que aquel ha cambiado, que hace oídos sordos a sus bases y que cometerá un error al postular a otro que, desde luego, no les llega ni a los tobillos.
Y como desde luego no todos son iguales, ni valen lo mismo, ni tienen las mismas posibilidades, ni el mismo apoyo, quienes despuntan son víctimas de la traición, la maledicencia o el golpeteo, y los adversarios se vuelven enemigos y comienza el fuego amigo y el poder de unos y los recursos del erario llegan a la arena política y con esa postura se pone en riesgo, no sólo el triunfo de quien represente al Partido, sino también las bondades de un gobierno que han aflorado a lo largo de cinco fructíferos años.
Así las cosas, podemos colegir que en Yucatán hay más de uno que se siente con derechos sólo por estar desgastándose los zapatos en una pre campaña que nadie le pidió, hay más de uno con recursos económicos y poder que han comenzado la guerra interna y con ella ponen en riesgo la estabilidad económica y social del Estado, y también el buen gobierno que ha realizado su jefe en turno.
Habrá que jalar las riendas, aporrear la mesa y poner a algunos en su lugar, porque no es momento de debilidades y el daño que se puede ocasionar es mayúsculo, no sólo por la reacción interna que llevaría a la pérdida de votos, sino porque Yucatán no merece que intereses personales y mezquinos suplanten al bien común.