La mayoría de las fobias son adquiridas a través del tiempo por quienes las padecen. En este sentido hay temores sociales que sobresalen por su alarmante incidencia en la población. Tal es el caso del miedo a hablar ante una audiencia.
La mayoría de los estudios científicos, como el de Stein, Walker y Forde (1996), arrojan números impresionantes. Aproximadamente una de cada tres personas experimentan miedo a encontrarse en una situación en la que se vean obligadas a hablar públicamente. La cantidad de individuos que manifiestan temor a efectuar una exposición oratoria, solo puede ser equiparada con el monto de quienes manifiestan una fobia a la idea de su propia muerte.
Lo grave es que, al igual que es inevitable morir, es prácticamente inevitable tener que expresarse con uso de la palabra ante un auditorio, en algún momento de la vida. Sin embargo, a diferencia de la muerte, que solo se da una vez, es altamente probable que se deba dirigir un discurso a un público en más de una ocasión.
El literato Mark Twain decía: “Existen dos tipos de oradores, quienes están nerviosos y los que mienten”. Es natural que la ansiedad moderada esté presente cuando se va a compartir una plática en público. De hecho, hasta los oradores más experimentados, confiesan padecer un cierto nerviosismo antes de pasar al escenario.
Claro está que, como toda habilidad, la retórica se desarrolla a través de la práctica y la experiencia. El arte de persuadir por medio de la palabra debe perfeccionarse, pues es complejo e involucra múltiples rubros a observar. La voz es la materia prima, pero si el lenguaje corporal no proyecta seguridad, el discurso no será convincente. La modulación de la voz y el manejo de las tonalidades, también es fundamental para lograr que la oratoria sea atractiva para quienes la escuchan. Los ademanes y la expresión facial deben reforzar lo que las palabras comunican. La armonía es la clave para que el orador consiga transmitir el mensaje a los presentes, para lograr que las ideas motivadoras se transformen en acciones y provoquen un cambio tangible.
El liderazgo juega un papel determinante en el orador. Cuando se habla en público, la forma es tan importante como el fondo, pero nunca debe descuidarse el contenido discursivo. Si solo se busca la estética de las palabras, sin aportar un mensaje trascendente, se corre el riesgo de caer en la demagogia. El líder orador debe comprender que carga con una enorme responsabilidad. Lo que diga impactará en uno o varios miembros de la sociedad.
Es necesario romper con falsos paradigmas, como pensar que solamente los abogados o los políticos, deben tener facultades como oradores. Hablar en público correctamente es útil para absolutamente todas las personas. Desde luego, representa una ventaja competitiva en el ámbito profesional, pero no solo eso. La persuasión oral, puede emplearse en cualquier aspecto de la vida cotidiana, muchos problemas pueden ser resueltos con el apoyo de la elocuencia.
El poder de las palabras radica en la forma de ser usadas. La comunicación efectiva es una herramienta que permite ejercer activamente el liderazgo. El notable orador griego, Pericles aseguró: “Quien sabe pensar, pero no sabe expresar sus ideas, se encuentra al mismo nivel de quien no sabe pensar”.
Mejorar las aptitudes oratorias toma tiempo y esfuerzo, pero es gratificante. Pronto la expresión oral se vuelve una afición para aquellos que descubren su relevancia. Empieza hoy por dar el primer paso para vencer el miedo y convertirte en un gran orador. Cuando hay disposición, todo es posible.