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Escoger presidente

José Francisco Lopez Vargas
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Claroscuro, por: Francisco López Vargas

Más de uno de los que vimos el debate consideramos realmente que afectará muy poco las preferencias electorales. De hecho, el elector muchas veces decide frente a la boleta, en la soledad de la urna, a quien escogerá.

Es verdad que la historia del partido hegemónico, capaz de cualquier trapacería no desaparece con los años, pero también es cierto que la conciencia cívica de quienes resultan funcionarios de casilla evita esa tentación que llegó a dejar evidencias tan nefastas como la elección municipal de 1993, cuando tomó posesión el “segundo lugar” luego de que quien “ganó” la elección, en medio de un fraude descubierto y protegido por la gobernadora Dulce María Sauri, se negó a renunciar a pesar de las evidencias de casillas rellenadas de votos de manera irregular.

Yucatán en lo particular fue testigo, dos años después, del fraude que llevó a Víctor Cervera Pacheco a la gubernatura, por escasos 20 mil votos de diferencia, en desacato no sólo de instrucciones de su partido y del gobierno federal sino también en medio de un escándalo por la manipulación de la elección por parte de la autoridad electoral, cuya presidenta argumentó que ella haría lo que Cervera le ordenara, como negarse a digitalizar las actas de casilla.

En el México del siglo XXI pareciera que la leyenda negra de los fraudes electorales no ha desaparecido del todo a pesar de que hoy los funcionarios de casilla son ciudadanos insaculados por la autoridad electoral tanto local como federal.

En ese contexto, las elecciones de este 2018 pareciera un regreso al pasado y no precisamente por las amenazas de fraude sino por el regreso de una práctica política que representa a lo más rancio del PRI, pero vendiéndose como una opción independiente, honesta y libre sin serlo.

Los debates parecieran un tanto frívolos: ¿quién se vio mejor? como si todo se centrara en un concurso de popularidad y de capacidades histriónicas. Es verdad, los ciudadanos necesitamos conocer a quien contrataremos como nuestro administrador general, pero definir el voto para vengarse o lastimar a otros pareciera una justificación con efecto bumerang.

El debate debería ser un proceso más de una elección y no el “suceso” de la campaña donde quienes acuden tratan de “ganarse” al auditorio con argumentos más bien ya repetidos en sus propuestas de campaña.

Cierto, los debates nos muestran el temperamento de cada candidato, pero también exhiben a quienes, desesperados por figurar o remontar, recurren a tácticas ridículas y hasta espectaculares.

El debate del domingo 22 de abril fue ágil, entretenido y nos permitió ver el lenguaje corporal de los aspirantes que hasta pueden ser divertidos. Sin embargo, no hubo grandes sorpresas: todos se le lanzaron a la yugular al puntero de la campaña, Andrés Manuel López Obrador quien salió airoso pero desperdició la oportunidad para defenderse al extremo de que prefirió hacer un vídeo al salir del lugar del debate para responderle a sus adversarios.

La acción pareció probar lo que se dice de Andrés: sólo se escucha a sí mismo y le es difícil argumentar o defenderse cuando alguien lo contradice. La realidad es que López habla para cada auditorio y dependiendo de él modula sus propuestas y hasta las cambia o no las expone lo que ha provocado que hayan más de mil versiones de sus propuestas: las de él y la de sus seguidores que, tratando de justificarlo, las suavizan, las justifican y hasta las maquillan para hacerlas más digeribles.

Pero no estamos eligiendo a un administrador común. Estamos por definir qué proyecto de nación es el que debemos de tomar porque el actual hay quienes no lo aceptan y argumentan que no ha dado buenos resultados y hay hasta quienes proponen cambiarlo todo para empezar desde su visión de nación.

Sin embargo, el candidato que se vende como un político diferente debe acreditar con hechos que los es. No basta con decirlo sino tiene que demostrarlo y en eso ha quedado corto el candidato puntero en las encuestas porque no sólo se ha rodeado de lo peorcito de la clase política sino que justifica sus pretensiones de amnistía a criminales como si la fórmula no estuviera contraponiéndose a las víctimas.

Andrés se ha convertido en el basurero de la política al recoger a lo peor de otras expresiones: Bartlett, Bejarano, Napito, Elba Esther y la lista sigue pero agrediendo él y su gente a quienes ellos, por no apoyarlos, consideran lo peorcito, quizá sin serlo quizá porque no se han sumado a su campaña.

No mentir, no traicionar y no robar, dice Andrés que son sus principios, pero en el debate faltó al primero de ellos porque dijo que dos de sus departamentos ya no estaban a su nombre y aunque argumentó que los entregó a sus hijos, en el registro público de la propiedad siguen a su nombre a pesar de que los papeles dicen que lo hizo hace 15 años, pero no lo registró por lo que los deptos siguen a su nombre.

¿Cuándo faltará a los otros dos? … Esperemos no verlo cuando gobierne.

José Francisco Lopez Vargas
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