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Pascal Beltrán del Rio
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Por Pascal Beltrán del Río

“¡Viva
la democracia!” fue una de las arengas que lanzó el presidente Andrés Manuel
López Obrador en el Grito de Independencia del miércoles. No es la primera vez
que el mandatario hace un elogio de la democracia. Parte central de su discurso
ha sido pedir “que el pueblo decida”.

Suena
extraño para un demócrata tener como invitado de honor en la principal
ceremonia cívica para los mexicanos al presidente de un país que tiene un
sistema político de partido de Estado y en el que las elecciones son una
simulación, muy a semejanza de lo que pasaba en México en los tiempos de la
hegemonía priista. Me refiero a Miguel Díaz-Canel, presidente de Cuba, quien
pronunció un discurso en el Zócalo, previo al desfile del 16 de septiembre.

Tomemos,
como ejemplo de la “democracia” cubana, los resultados de los comicios para
gobernadores y vicegobernadores celebrados en la isla el 18 de enero de 2020,
organizados en el contexto de la reforma de 2019 a la Constitución.

“Reflejo
de un ejercicio legítimo de votación, los delegados a las Asambleas Municipales
del Poder Popular, constituidos en colegios electorales, eligieron estos cargos
a propuesta del presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez”, se
puede leer en la página del Consejo Nacional Electoral.

Allí
mismo puede uno ver los resultados de las elecciones, provincia por provincia.
Los porcentajes de votación para los candidatos a gobernadores fluctúan entre
94.73 y 99.85% y a vicegobernadores, entre 93.67 y 99.68 por ciento.

La
última vez que Cuba celebró una elección real –o, por lo menos, pluripartidista
y competida– fue en 1948. Esa vez, el candidato de Partido Auténtico, Carlos
Prío Socarrás, obtuvo 45.8% de los votos contra 30.3% de Ricardo Núñez, del
Partido Liberal, y Eduardo Chibás, del Ortodoxo.

Pese a
haber quedado en tercer lugar, Chibás fue la sorpresa de las elecciones,
impulsado por simpatizantes jóvenes, entre los que se encontraba un estudiante
de derecho llamado Fidel Castro. Se pensaba que se beneficiaría electoralmente
cuando muchos de sus seguidores alcanzaran la mayoría de edad y que eso lo
llevaría a la presidencia en 1952.

Implacable
denunciador de la corrupción, Chibás protagonizó una polémica cuando no pudo
sostener una acusación contra un funcionario del gobierno de Prías. Ante la
imposibilidad de encontrar pruebas de sus dichos, se suicidó en 1951.

Para
entonces, ya había comenzado la efervescencia electoral. El expresidente
Fulgencio Batista anunció su candidatura. Por el oficialismo destacaba el
canciller Carlos Hevia y por los ortodoxos, el sociólogo Roberto Agramonte,
sucesor natural de Chibás. Viendo que era imposible ganar, Batista dio un golpe
de Estado, cuando faltaba un semestre para que terminara el gobierno de Prío,
acusando a éste de fraguar un fraude electoral.

La
dictadura de Batista acabó con la democracia cubana, cosa que se mantuvo luego
del triunfo de los revolucionarios encabezados por Castro. Tanto Hevia como
Agramonte –efímero canciller del nuevo régimen– vivieron el resto de su vida en
el exilio.

Para un
presidente que alaba la democracia, como Andrés Manuel López Obrador, la
invitación a Díaz-Canel resulta una enorme contradicción.

El
tabasqueño parecía estar siguiendo el libreto del viejo PRI, en el que México
apoyaba a Cuba para no ser avasallado por Estados Unidos. Pero ya no son esos
tiempos. Para Washington, la presencia en México del líder cubano habrá
parecido una excentricidad más que una molestia real.

Al
condenar el embargo comercial contra la isla –“bloqueo”, le llamó–, López
Obrador calcó la vieja retórica que siempre deja de lado que esa política
estadunidense es una de las razones por las que el Partido Comunista sigue en
el poder.

Y decir
que las protestas que se vivieron este verano en la isla son parte de un plan
malévolo para “enfrentar al pueblo de Cuba con su gobierno” fue una auténtica
bofetada a quienes allá luchan por la democracia, como aquí lo hizo López
Obrador durante los años del autoritarismo priista.

No creo
que haya un foco rojo en la relación de México con Estados Unidos por ese tipo
de desplantes. Pero si éstos se acumulan, quién sabe.

Pascal Beltrán del Rio
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