Por: Bernardo Graue Toussaint.
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Estoy sumamente encabronado… pido perdón a mis lectores por utilizar estos términos, pero mi enojo me rebasa. Me explico.
Yo tengo un hijo con discapacidad. Un hijo adorable del que me siento inmensamente orgulloso por sus esfuerzos diarios en sus duros procesos de rehabilitación. Lucas es el más grande de mis héroes conocidos. Justamente cuando Lucas y yo regresábamos hoy a casa (luego de que estuvimos en su sesión de fisioterapia) me enteré de una noticia que me impactó el alma.
En Zapopan, Jalisco, Luz Raquel Padilla, madre de 35 años de un chico autista, fue quemada viva en la vía pública por tres hombres y una mujer que le rociaron alcohol y le prendieron fuego. Luz Raquel falleció tres días después.
Luz Raquel ya había denunciado diversas amenazas de muerte por parte de sus vecinos, quienes no toleraban los ruidos producidos por el menor autista en sus momentos de crisis.
Mi indignación es inmensa, porque a pesar de las denuncias de Luz Raquel, las autoridades no brindaron la debida protección a la madre de ese chico con discapacidad. ¡Cómo no estar muy encabronado y profundamente indignado!
Pues sí, ESTOY ENCABRONADO, INDIGNADO, TRISTE. No puedo quedarme callado mientras en mi país suceden estos horrores.
Mi tristeza es INMENSA. El sólo pensar que a un chico con discapacidad aguda le han arrebatado a su madre, me parte el alma.
Traigo el alma profundamente triste, porque ese chico pierde no sólo su apoyo frente a la discapacidad, sino que pierde el abrazo, el beso, la palabra dulce, el aliento, el amor incondicional que sólo una madre puede dar. ¡Carajo!
