En la pantalla, por: David Moreno.
Desde su primera temporada, Euforia se convirtió en un refrescante ejercicio televisivo que aborda la crisis por la que actualmente atraviesa un sector amplio e importante de la juventud. Chicos y chicas que tienen que lidiar con una presión social nunca antes vista – generada en buena medida por la tecnología y la facilidad de llevar consigo todos los problemas en un dispositivo de comunicación – y por dificultades que se han acrecentado ante la decadencia de la sociedad, particularmente la norteamericana, cuyo sueño se ha transformado en una pesadilla en la que las drogas parecen constituir un escape cuando en realidad ahondan más el viaje hacía infiernos personales de los cuales es sumamente trabajoso salir.
La adicción y sus consecuencias ha sido tratada con gran crudeza y realismo en la serie. Rue (la maravillosa Zendaya) es una chica de tan solo 17 años adicta a sustancias que le han ido mermando emocionalmente. Su dependencia es contada a partir de cómo ésta termina por afectar a todos quienes le rodean, para convertir a su historia en un crudo y doloroso proceso autodestructivo, una marea que crece y arrasa con lo que encuentra a su paso y que solo puede ser contenida a partir de la solidaridad de otros y de encontrar de algún modo la fuerza para salir a flote. No es la única fase de autodestrucción narrada en la serie: la necesidad de sentirse aceptado, de amar a toda costa, también arrastra a otros personajes a abismos muy profundos. Nadie sale inmune de un viaje lleno violencia física y emocional que necesita de procesos de expiación para girar a un mejor destino.
Y en esta segunda temporada ese proceso llegará de la forma más lúdica que existe: a través de la ficción y concretamente a través del teatro. Lexi Howard (Maude Apatow, grandiosa) vuelca todas sus frustraciones y las de sus compañeros y amigos de escuela, en una puesta en escena que narra desde su propia perspectiva el drama que les ha rodeado y moldeado en los años de preparatoria. Su puesta en escena desafía todos los convencionalismo y se convierte en un poderoso y exhibidor retrato de si misma y de los personajes de la serie. El arte, particularmente la ficción narrativa, se muestra como un espejo incómodo pero también como una manera de reivindicación, de encontrar caminos. Evidentemente las reacciones que generará una puesta en escena tan provocadora son encontradas, el reflejo en el que se miran los personajes es brutalmente honesto y por lo tanto a algunos los llevará a la ira, a la descalificación, mientras que otros encontrarán en la obra a un mecanismo redentor que les permitirá, tal vez, enfrentar de mejor manera a sus demonio. Es Euforia dentro de Euforia, pues el televidente también podrá a partir de la obra teatral, conocer más detalles sobre el pasado de los personajes y las atribulaciones que los han conducido al momento presente, lo que convierte a la obra en un punto no solamente climático de la actual entrega, sino en uno de partida a nuevas narrativas.
No ha sido fácil el enfrentarse a una segunda temporada cargada de momentos despiadados, sobre todo si se tiene en cuenta que lo que se nos está contando se refiere a adolescentes que deberían estar disfrutando al máximo la vida en lugar de intentar sobrevivir a ella. Pero ese es el gran acierto de Euforia: explorar los lados más oscuros de un grupo de adolescentes que viven en un mundo con una tendencia cada vez más creciente a olvidarlos, a hacerlos a un lado, a ignorarlos. Con padres que no los comprenden porque las brechas generacionales se han hecho más grandes o por que quizá la paternidad y la maternidad no necesariamente son para todos los seres humanos. Euforia lleva esas cuestiones a límites poco antes vistos, extremos, pero necesarios para una ficción que busca incomodar, provocar y reflexionar sobre la condición humana en tiempos de drogas sintéticas y redes sociales.