Por Víctor Corcoba Herrero
“Maestro, qué bien se está aquí” (Lc 9, 33): es la expresión de éxtasis de Pedro.
Esta noche tomé a soledad de la mano
y me puse, con desvelo, a mirar al cielo
como si fuese un mar de abecedarios
para crecerme como jardinero de sueños,
recreándome en lo que soy y puedo ser.
Después de tantas visiones bebidas
en mi frente sombría, a la sombra
del silencio, me puse a interrogarme
igual que un niño en su inocencia,
y a reconocerme en la sonrisa de la luna.
Todo es hermoso en este mar celeste
por el que transitamos cada día,
sólo hay que dejar el alma desnudarse
sobre el espejo de la vida, para sentir
lo bien que se está aquí con Jesús.
Son tantos los sentimientos revividos
que el viento esparce por los caminos,
que de pronto las estrellas iluminan
la esperanza para que todo despierte,
según nuestro pulso y las pausas de Dios.
Avive el corazón, que un corazón vivo
teje la música más armónica sembrada,
el poema más sublime, la nívea balada
del amor en los labios del astro radiante,
hasta fundirnos de gozo con la musa.
Pues las alegrías de Cristo, son regocijos
nuestros, para seguir haciendo camino,
con el Salvador siempre a nuestro lado,
como perenne guía, como perpetuo
defensor que nos sustenta y nos sostiene.
Perdónanos por no ser agradecidos,
y haz que cultivemos el amor
como necesidad, que no dejemos
de amarte y de amarnos;
con tu santo aliento, con nuestras caídas.