Claroscuro , por: Francisco López Vargas.
El presidente López Obrador quiere convencernos a todos de que no habrá tapado, ni dedazo y que ganará la nominación de su partido el que la gente decida. También, como si los mexicanos tuvieran retrasos mentales, dice que él no intervendrá en la selección de su partido y que la encuesta será un instrumento imparcial y efectivo para la decisión de quién lo sustituirá.
Además, como si su mandato no terminara en 2024, ya dispuso que todos tendrán espacio y que los aspirantes que no salgan “electos” para la competencia electoral serán los coordinadores de los diputados y senadores y que los otros tendrán acomodo en el gabinete.
Su visión del país y su urgencia de continuidad tiene que ver con que su proyecto de transformación no se quede “a medias” y que quienes lleguen al próximo gobierno -él cree que será de Morena- harán todo lo que el disponer y haya dejado en esa especie de testamento político que anunció hace muchos meses que ya había redactado.
López Obrador no termina de entender que su visión personal del país no obstante pasa por el tamiz de los ciudadanos que, no obstante, lo ven con simpatía pero censuran a un gobierno que no sólo no ha dado resultados sino que ha cometido delitos y negligencias en el ejercicio del poder.
Esa agenda a cumplir cuando el ya no sea presidente, ha dicho López Obrador, es cambiar a los integrantes de la Corte para elegir a otros mediante votación popular. Desaparecer al INE y crear otro órgano electoral. Desaparecer el Inai. Y meter a los militares hasta en la sopa.
En manos del Ejecutivo quedarán el Poder Legislativo, el Poder Judicial, el control de las elecciones, no se rendirán cuentas del dinero público a los ciudadanos que lo demanden, y el Ejército será brazo armado de su proyecto político.
Con un presidente como el actual, las leyes son un obstáculo para conseguir sus aspiraciones que no sólo pasan por convertirlo a él en un poder metaconstitucional sino además el consultor y gurú del próximo gobierno.
Sin embargo, López Obrador tendrá de la mano, hasta 2028, la espada de Damocles que blandirá sobre el cuello de quien lo sustituya no importa si es de Morena: la revocación de mandato y el apoyo de la guardia nacional por aquello de que se le salgan del huacal o se olviden de los compromisos contraídos con “su” proyecto de transformación.
Violando la ley desde que tuvo que adelantar su sucesión, Andrés Manuel ha tenido como aliados a los miembros de la oposición que han sido más que tibios en señalar los actos fuera de tiempo y la cantidad de los mismos que serían factibles no sólo la inhabilitación de quien los realiza sino también la sanción al partido que se los permite y hasta los solapa.
“No me vengan con que la ley es la ley” pareciera la patente de Corzo que enarbola el presidente mientras avasalla a la Corte y controla a las cámaras que dirigen sus auténticos empleados y solapadores. En un país presidente ¿quién le pone el cascabel al gato?
Las elecciones de 2000 que ganó Vicente Fox tuvieron que contar con el aval de un presidente demócrata y unos operadores comprometidos con la democracia porque los intentos de ex gobernadores duros como Manuel Bartlett en Puebla, o Víctor Cervera en Yucatán, además de los aspirantes a candidatos presidenciales derrotados en el proceso interno en el que salió Francisco Labastida como Humberto Roque o Roberto Madrazo hicieron todo tipo de protestas para evitar se reconociera la derrota del tricolor.
Hoy, López Obrador aspira no a ser como Ernesto Zedillo sino el discípulo de Bartlett que aspira a retomar esa caduca manera priista de hacer política sólo con los simpatizantes de Morena como era en los tiempos del tricolor hegemónico que era incapaz de reconocer a opositores y siempre recurría al mayoreo en las cámaras y la ofensa en la vida diaria.
Marcelo Ebrard pareciera si creer en la “democracia” de López Obrador -lo han bajado dos veces de la candidatura presidencial- y al anunciar su renuncia a la cancillería abre una veta peligrosa que dejaría al gobierno actual sin secretario de Gobernación, jefa de Gobierno – por ser elegido no puede renunciar al cargo-, y sin coordinador del Senado que anunció el pasado miércoles que también solicitaría licencia para dejarlo.
Sin embargo, ¿le cree a López Obrador esa veta democrática que presume? No, así engañó a millones de electores que hoy ven con desencanto como no hay militares en los cuarteles, 9 mil guarderías, escuelas de tiempo completo, salud como en Dinamarca y menos una democracia activa en la que el pueblo tenga la primera voz: hoy hay 5 millones de pobres más que al empezar su gestión.
El presidente de los pobres necesita aumentarlos para tener más votos, y en eso anda…