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Filosofía política

José Francisco Lopez Vargas
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Claroscuro, por: Francisco López Vargas.

Hace 20 años falleció Carlos Castillo Peraza. Compañero en la redacción del Diario de Yucatán, Carlos fue quizá el político más aventajado en el siglo pasado.

Polémico como pocos, me distancié de él cuando todavía colaborábamos en el periódico de la vida peninsular y volvimos a ser compañeros en el semanario Proceso, donde ambos colaborábamos: él como analista político y editorialista y yo como reportero, corresponsal en esta zona del país.

Inteligente como pocos, Piolín, como le decían sus amigos, fue más cercano a mi familia que a mi y de ello me enteré por los relatos de mi suegra Margarita Menéndez Molina, quien fue su compañera de bailes en la juventud de ambos.

El 9 de septiembre de 2000 falleció víctima de un infarto en Bonn, Alemania.
En 2004, dentro de las instalaciones de Los Pinos, entonces casa de los presidentes mexicanos, se develó un busto de él, en el llamado “Paseo de la Democracia”.

El 18 de octubre de 2007, fue premiado “post mortem” con la Medalla Belisario Domínguez del Senado de la República, máxima distinción que otorga esta Cámara, recibida durante una sesión solemne, por su viuda Julieta López Morales de manos del entonces presidente, Felipe Calderón Hinojosa.

En Mérida, la Preparatoria Estatal # 8 lleva su nombre, y también en el Estado de México hay una institución educativa con su nombre.

En Mérida y en Cancún, Quintana Roo hay calles que llevan su nombre y en Ciudad Juárez hay también un barrio nombrado en su memoria.

Sin embargo, su mayor legado fue quizá su participación en el Partido Acción Nacional y su aportación al país en términos democráticos y esa claridad de conceptos que plasmaba no sólo en sus artículos sino también en sus discursos.

Luis Correa Mena, uno de sus mejores amigos, fue quien logró reconciliar al reportero con el entonces dirigente al que me tocó entrevistar en su campaña para dirigir al PAN siendo ambos compañeros de páginas de nueva cuenta.

Ya dirigente nacional, Carlos Castillo le imprimió un sello único a su dirigencia y aunque muchos le critican sus acuerdos con Carlos Salinas, la realidad es que muchos de los avances democráticos conseguidos en esos años se deben a esa relación que ambos políticos sostenían.

En 1993 fue nombrado presidente nacional del PAN. Sus colaboradores más cercanos fueron Felipe Calderón Hinojosa, Jesús Galván Muñoz, Enrique Caballero Peraza, Germán Martínez Cázares y Luis Correa Mena.

Hoy, lo recordamos con nostalgia y extrañamos que esos ideologos hayan desaparecido en un país donde prevalece todavía el encono, el rencor y los retrocesos democráticos están a la orden del día. ¡Celebremos su vida recordándolo siempre!

La ofensa mayor

Ese disgusto que vimos el 18 de julio entre los que votaron por Andrés Manuel López Obrador tenía la justificación del hartazgo social por los excesos de la clase política.

El hoy presidente fue muy capaz de identificar las conductas que la gente deseaba no se dieran más en las autoridades del país.

La Casa Blanca de Angélica Rivera sólo acreditaba una machincuepa para justificar lo que todos veíamos como un conflicto de intereses por el pago, del proveedor y constructor consentido del gobierno estatal y luego federal, por los contratos recibidos: era corrupción.

Las constantes crónicas de las fiestas de los altos funcionarios, las bodas, los cumpleaños y demás banquetes ofendían no sólo a aquello que pasan penurias para llevar alimento a sus casas todos los días, sino también para aquellos que teniendo buenos trabajos y buenos negocios veían o ven como ofensivo llegar al gobierno para enriquecerse en lugar de para servir.

La insensibilidad del presidente Peña Nieto se sumó al repudio generalizado a la violencia que se vivía desde hace lustros en el país y que se manifestó con mayor crudeza cuando Felipe Calderón intentó combatirla. Mucho abonó al hartazgo que el general Gutiérrez Rebollo, zar antidrogas, viviera en la Lomas en el mismo departamento donde llegaba Amado Carrillo, durante el gobierno de Ernesto Zedillo.

Más de uno recordaba con asco los excesos de El Negro Durazo, su enorme descaro y cinismo para delinquir desde el poder política y desde su amistad con el presidente López Portillo que llegó al exceso de, por decreto, nombrarlo general sin tener una carrera militar.

Mucho trecho hemos caminado los mexicanos de mi generación desde el oprobioso asesinato masivo de estudiantes en octubre de 1968 y que se repitió en 1971.

Quizá lo más ofensivo lo vivimos cuando Manuel Bartlett Díaz, secretario de Gobernación en el gobierno de Miguel de la Madrid, cometió el mayor fraude electoral para imponer a Carlos Salinas de Gortari en la presidencia de la República a pesar del triunfo claro de Cuauhtémoc Cárdenas.

Repudiado por muchos, Salinas entendió que necesitaba lavarse la cara y que para ello tenía que abrir las elecciones, que ganaran otros partidos y que los vicios de la “revolución” fueran desterrados de la Constitución que se reformó en serio durante ese sexenio.

La popularidad de Carlos Salinas pagó los excesos de sus hermanos. Su partida secreta exhibida para negocios sucios por Raúl que terminaría en prisión acusado de múltiples delitos sin que haya sido encontrado culpable de ni uno de ellos aunque purgó diez años de prisión. Quizá la denuncia más grave fue la del homicidio del diputado Muñoz Rocha que lo vinculaba con el asesinato de Luis Donaldo Colosio y su cuñado José Francisco Ruíz Massieu. Tampoco fue sentenciado por ello.

Sin embargo, la gente sufrió el mayor desencanto por la transición política que llegó en el 2000 de la mano de Vicente Fox Quezada, con un bono democrático que no sólo dilapidó sino que los excesos de su mujer Martha Sahagún y los de sus hijos lo metieron de lleno en quejas, denuncias y evidencias de corrupción que jamás llegaron a juicios.

Fox intentó, en una jugada excesiva, desaforar a Andrés Manuel López Obrador que era jefe de Gobierno capitalino, a pesar de que nunca pudo, como candidato, acreditar su residencia en la capital del país.

Fox intentó, al más viejo estilo del PRI, dejar a su sucesor y cargó su apoyo y el de su gobierno a Santiago Creel Miranda, secretario de Gobernación, que a la postre perdió la nominación panista contra Felipe Calderón Hinojosa.

En los comicios de 2006, Fox y el escándalo del desafuero hicieron muy popular al autoritario jefe de gobierno al extremo que Calderón ganó la elección por un poco más de 200 mil votos en medio de alegatos y de multas y sanciones por las intromisiones el presidente en el proceso electoral. López Obrador, según múltiples testimonio, perdió la elección porque se negó a cambiar sus discursos y sus actitudes.

Hoy, con todos esos excesos a cuestas del país, con cargo a los ciudadanos, pareciera que poco hemos avanzado, que poco entendieron la historia varios de sus protagonistas mientras el país sigue a la deriva con un presidente que se niega a hacerlo, que se niega a dar resultados, y una oposición más preocupada por sobrevivir que por consolidar sus argumentos contra un gobierno que vaya que tiene números rojos.

En el inicio formal del proceso electoral, el presidente repite lo que se quejó le hizo Fox y Salinas, se convierte en el más férreo apoyador de su partido y en lugar de garantizar la limpieza del naciente proceso electoral, se encarga de no dejar duda que nunca será el estadista que muchos creyeron era.

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