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José Francisco Lopez Vargas
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Claroscuro, por: Francisco López Vargas. 

Ese 6 de diciembre de 1914 Agustín Casasola tomó la
foto icónica de la entrada triunfal de los revolucionarios a la capital del
país. En su estampa, se veía a un Pancho Villa sonriente sentado en la silla
presidencial coronada por el águila y a su lado a un Emiliano Zapata pensativo
porque para él, la silla presidencial representaba todo aquello contra lo que
la Revolución luchaba: el abuso de poder, las injusticias, la pobreza de su
gente.

Zapata no podía ocupar el puesto de quienes, desde
ahí, tomaban las decisiones que tenían a su país en la miseria; le horrorizaba
la simple idea de sentarse donde tantos mandatarios habían ordenado reprimir al
mismo campesinado que integraba las filas zapatistas.

Doroteo Arango sonreía y preguntaba a todos: ¿es por
esto que nos matamos? Y se sentó. Sin embargo, a ninguno de los dos les
interesaba gobernar el país. Villa pensaba en fregar a los gringos y Zapata
sólo en su gente de Morelos.

Para muchos, la silla debió quedarse vacía, pero no ha
sido así y hoy, 110 años después, México se batirá de nuevo en una elección
presidencial luego de un periodo de partido hegemónico que sobrevivió 90 años
de gobiernos en el país aún ahora, y 24 años de transición democrática que ha
llevado al poder, en cuatro sexenios a tres partidos distintos.

En el 24 la consigna hoy es sacar a Morena del poder
ante la intención oficial de desaparecer al órgano electoral que le dio 22
triunfos en los estados y a la presidencia porque el presidente López Obrador
no ha superado sus derrotas en dos elecciones previas. Alguien tiene que pagar
por esos, para él, fraudes que lo privaron de la banda presidencial.

Y aunque parezca obsesivo, el presidente, ese que juró
hacer valer y respetar la Constitución y sus leyes, hoy es quien dice que a él
no lo digan que la ley es la ley y la manipulación de la Constitución le ha
valido sendos reveses en la Corte.

La marcha ciudadana que le dejó claro que los
ciudadanos no permitirán la desaparición del Instituto Nacional Electoral,
provocó que promoviera una marcha en lo que más parece una contraofensiva que
un entendimiento de lo que la sociedad le ordena respetar.

La marcha ciudadana ofendió a quien se considera dueño
de las calles y las protestas y se le olvidó a él que fue el opositor más duro
y más oportuno que ha tenido México que desde el poder no se ve bien convocar a
manifestaciones y menos obligar a ciudadanos a participar en eventos
financiados por el gobierno para el lucimiento personal del presidente.

El que tenía la respuesta oportuna, la estrategia
correcta, la ironía a flor de piel hoy no parece oír y menos escuchar a quienes
le dieron su apoyo para ser presidente. Es como si su proyecto personal fuera
más importante que los que ofreció a los mexicanos para ganar el voto.

Y la marcha del domingo reflejó lo que es Morena en el
gobierno y como partido: una desorganización impresionante, la dilapidación de
cientos de millones en renta de autobuses, pagos de hospedaje y viáticos para
alimentos desde las arcas del gobierno federal y los estatales mientras los hospitales
tienen cuatro años sin medicamentos, el sistema de salud está colapsado, el
sistema de transporte capitalino fenece sin mantenimiento, la economía naufraga
con medidas poco inteligentes, y la atención social se basa exclusivamente en
repartir dinero mientras el presupuesto de educación se achica a pasos
agigantados y tratan de desaparecer las escuelas de tiempo completo.

Así, el presidente del “humanismo mexicano” consiente
los cerca de 90 muertos diarios por el crimen organizado; los once feminicidios
que todos los días ocurren en el país y se deja morir sin atención no sólo a
niños con cáncer sino a pacientes de padecimientos crónicos a los que se les ha
suspendido su tratamiento por la austeridad en el presupuesto de salud.

En el cuarto año de su gobierno, López Obrador ofreció
un discurso para “festejar” su ascenso a la presidencia e hilvano, como es su
costumbre, una serie de datos que distan mucho de los que hoy nos acreditan que
el país está detenido.

López Obrador negó que pretenda reelegirse y también
se negó a medir los resultados de su gobierno como lo hacía “la obsesión
tecnocrática” por lo que no basta pensar en crecimiento económico. “No se puede
medir todo en función de indicadores de crecimiento que no necesariamente
reflejan las realidades sociales.”

Pero las marchas a favor del gobierno no siempre
funcionan. Díaz Ordaz hizo una para reivindicarse después del 2 de octubre de
1968 y sólo consiguió pasar a la historia como un asesino y represor de
estudiantes; lo mismo Luis Echeverría que recurría a ellas en medio de un país
asediado por la Liga Comunista 23 de septiembre, el Partido de los Pobres y la
beligerancia de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas en la sierra de Guerrero.

Salinas y Zedillo hicieron las propias. Salinas llegó
al extremo de una huelga de hambre al finalizar su gestión y después del
encarcelamiento de su hermano Raúl, pero nunca consiguió el apoyo de quienes él
creía le debían todo.

López Obrador no entendió el mensaje de la marcha
previa y los que la organizaron se han quedado pasmados ante el derroche sin
límite de un gobierno herido en el ego de quien lo encabeza.

Lo único que es cierto es que este domingo 27 empezó
la elección de 2024 y López Obrador será quien vaya a la cabeza mientras sus
opositores terminan de ponerse de acuerdo en quien será el elegido para
enfrentar a la corcholata favorita.

Mientras Monreal se desdibuja y Ebrard empequeñece, la
oposición parece aturdida sin reaccionar a los excesos del autócrata mientras
éste presume una popularidad que eleva él al 70 por ciento pero que en realidad
está muy lejos de Carlos Salinas y su 80 por ciento al empezar su último tercio
de gestión en 1992, o del 61 por ciento de Zedillo en 1998; y del 59 por ciento
de Calderón en 2010 y del 57 por ciento de Fox en 2004.

Sólo supera a Enrique Peña Nieto en cuyo gobierno la
calificación llegó al 26 por ciento en 2016 empezando el último trecho de
gestión, a pesar de que en ese gobierno si hubo resultados, mediocres si se
quiere pero muy elevados a los que aporta hoy el gobierno de López Obrador a
cuatro años de gestión.

Lo que está claro es que ni una sola elección es una
fotografía idéntica aunque algunas sean icónicas, como esa del 2018 en la que
el que decía que era fácil gobernar, y que tenía todas las soluciones ganó gracias
al hartazgo de un país que hoy lamenta el error.

Así es la democracia, esa que hoy pretendían
aniquilar, pero ya no se pudo…

José Francisco Lopez Vargas
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