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¡Gracias, presidente!

José Francisco Lopez Vargas
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Claroscuro, por: Francisco López Vargas. 

De todo lo malo podemos sacar algo bueno. Estoy
convencido que los peores desastres pueden dejarnos tendidos o levantarnos de
golpe. Es un tema de convicción de vida: la disfrutas o la padeces y para ser
mártires no hay muchos protagonistas de novelas.

La mejor prueba de que el sistema electoral en México
funciona ha quedado claro desde el año 2000 cuando la transición democrática se
concretó. Lo que muchos habíamos considerado como un imposible, vimos que si se
podía, que era factible ganarle al gran traidor, al gran ladrón, al gran
abusivo del poder que se había mantenido con la hegemonía política durante
sexenios.

La revolución mexicana y la independencia tenían un
objetivo común: independizarnos, darnos mejores condiciones de vida, hacernos
un país próspero en el que todos tuviéramos las mismas oportunidades y, para
lograrlo, hubo quienes estaban dispuestos a ofrendar su vida en esas luchas.

Vaya que hubo mártires en la revolución e
independencia. Es cierto que muchos de ellos, desde la narrativa del ganador,
pretendía presentarlos como prohombres, seres extraordinarios que habían
logrado lo indecible. Falso, quienes hicieron la revolución e independencia
eran personas como ud y como yo, gente común y corriente que habían decidido
que su vida no podía seguir cómo era hasta entonces. Patria o muerte, gritaban.
Libertad o muerte, gritaban.

En el México del siglo XX, los mexicanos entendimos que
tampoco vivíamos en un país que nos gustara, que fuera el que soñábamos y menos
que nos hiciera sentir orgullosos.

El ejercicio vertical del partido hegemónico, del
partido de Estado, del partido que no perdía elecciones y que se arrogaba el
calificativo de “democrático” pasándose el poder entre sus diferentes
facciones, había llegado a su fin desde la mitad del siglo, pero no lo
entendió: el mundo cambiaba, era distinto y evolucionaba, pero siguieron
robándose las elecciones, fingiendo leyes democráticas que estaban muy lejos de
serlo, proscribían a sus opositores, les negaban su participación legal en
procesos electivos.

Los incidentes del 68, del 71 hizo abrir los ojos, en
el 85 el hartazgo se hizo manifiesto en la desgracia a la que el estado mexicano
llegó tarde. Fue quizá el primer despertar ciudadano que hizo conciencia de la
solidaridad lejos de la política, pero encendió los ánimos. Esos que se
caldearon a favor de la oposición en 1988 cuando el hurto más descarado no dejó
paso a las opciones: o cambiamos o el país revienta, entendió Salinas que, sin
embargo, no estaba dispuesto a dejar su poder en manos de cualquiera y menos en
las de quienes habían abandonado por él su partido y le disputaron teté-a-teté
a la presidencia y se la ganaron, aunque no la cedió.

Tuvieron que matar a Colosio y a Ruiz Massieu para que
los focos rojos se encendieran: Salinas les quería quitar el poder a quienes lo
habían heredado de la revolución, que lo habían detentado en el último siglo,
desplazarlos, quitarles los privilegios que usufructuaban.

Colosio contra Camacho, peleaban ser los
privilegiados, pero se entendieron y eso definió su futuro: el proyecto Salinas
de relevo en la clase en el poder se concretaba, se hacía evidente con el
acuerdo de sus dos alfiles, de sus dos mayores afectos. La muerte los separó y
frustró ese relevo terso al que aspiraba Salinas, ese relevo de continuidad que
también acabó con Camacho y su aspiración.

Fue 1997 cuando la efervescencia social se manifestó
para quitarle al partidazo la mayoría en el Congreso, funcionó el IFE e inició
la transición democrática de un país que le apostaba a la democracia, que creía
que con ella se llegarían a otros niveles de vida, de igualdad, de menor
desigualdad.

Pero la transición no fue lo rápido que la gente
esperaba. Es como el combate al narco que siempre se tendrá que dar y no para
extinguirlo sino para limitarlo y acotarlo.

La democracia jamás llega a su madurez plena, siempre
sigue perfeccionándose y aunque cada vez podría ser más eficaz, nunca les dará
gusto a todos aunque si a una mayoría que puede elegir, equivocarse y volver a
elegir. Esa es la magia: poder elegir y cambiar hasta que haya quien merezca
reconocimiento, jamás reelección, pero ese tema es otra historia.

Lo que no debería pasar es que quien llegó por la vía
democrática y su objetivo no fue jamás servir a sus electores sino llegar al
poder, pretenda quedarse con él a pesar de las evidencias de que el órgano
electoral sí funciona y legitimó a 22 gobernadores de su partido, llevados al cargo
por el impulso del cambio.

Hoy, cuando la crisis de partidos es más aguda porque
el que llegó como excusa para cambiara las cosas, no sólo no ha dado resultados
sino que el órgano que validó su elección hoy le estorba porque se dio cuenta
que no le permitirá quedarse en el poder otro sexenio ni tener la mayoría
abrumadoras que tuvo en su primer trienio y que le urgen para que obedezcan sus
designios que jamás serán los de la sociedad mexicana.

Dice José Woldenbeg sobre el gobierno actual que “No
falta, sin embargo, aquel que reivindica la gestión gubernamental por su
preocupación por la cuestión social, por atender a los más desprotegidos. Pues
bien, otra vez, el “Informe de Evaluación de la Política de Desarrollo Social
2022” que hace unos días presentó el Coneval indica que eso no está sucediendo,
sino al contrario. Acudo a una nota de Alejandro Páez Morales (La Crónica, 17
de febrero): entre 2018 y 2020 el número de pobres creció en 5.9 millones. En
términos porcentuales se pasó del 41.9% al 43.9 de la población. La pobreza
creció en 3.3% en las zonas urbanas (4.5 millones). 15.6 millones dejaron de
contar con cobertura de salud. Los mexicanos en situación de pobreza extrema se
incrementaron de 8.7 millones a 10.8; del 7% al 8.5.” en su colaboración en El
Universal de la segunda quincena de febrero.

Los mexicanos debemos darle las gracias a López
Obrador porque jamás pensamos que lo que sucedió en Nicaragua, en Cuba o
Venezuela podría sucedernos en México.

López Obrador nos ha abierto los ojos porque la
democracia es tan abierta que permite incluso que quienes la desprecian se
sirvan de ella y se posicionen en lo más rancio del prieto del siglo pasado.

No quepa duda: López Obrador no llegó al poder para
trabajar por México, ni por los mexicanos y menos por los más pobres. Él se
hizo de la presidencia para darse gusto, para hacer su voluntad y ganar ese
respeto que nunca ha merecido precisamente por su manera de violentar los
procesos cuando no gana.

Él no se sumó a la oposición por el gran fraude electoral
de Bartlett en la elección de Salinas. Él se sumó a la oposición cuando no le
dieron la candidatura del PRI al gobierno de Tabasco y rompió con Salinas, pero
su visión tricolor del gobierno siguió en su ADN.

López Obrador jamás acepta la derrota ni cuando fue
dirigente del PRD y le toca dejar la presidencia de su partido. Hasta ahí
volvió una pugna su relevo porque sabía que económicamente le fincarían
responsabilidad por los desfalcos a las arcas perredistas.

Hoy, cuando el INE le validó su elección, la de sus 22
gubernaturas, de su mayoría legislativa en la Cámara de diputados y en el
Senado, pero leyó su caída electoral en 2021, emprendió un ataque sistemático
al órgano electoral porque tiene claro que con las mismas reglas que se han
realizado los comicios hasta hoy no tiene futuro su permanencia en el poder, su
sostenimiento de sus programas y caprichos, y si se vislumbran un camino de
muchas demandas legales y judiciales para él y sus colaboradores.

Agradezcámosle a López Orador que nos permitió abrir
los ojos, nos dejó claro que un presidente que habla en nombre de los pobres y
se asume como su mesías no es más que un demagogo dispuesto a todo en nombre de
ese pueblo que él dice encarna.

Agradezcámosle por dejarnos claro que los apetitos de
poder de los políticos siempre estarán presentes y que por más blindados que
pensemos estamos en temas electorales, un presidente que logre mayorías
absolutas puede dinamitar los diques que contienen el poder presidencial.

López Obrador merece que le reconozcamos su calidad de
rufián electoral, de farsante democrático y la torpeza de los mexicanos por
creer que el cambio del país depende de un solo hombre y no de todos los
ciudadanos y la construcción de instituciones fuertes y sólidas.

La democracia tardará en ayudarnos, en aportarnos
beneficios, más ahora que el país está en plena destrucción por quien nos dijo
que tenía la solución para todos los problemas y nos deja claro que siempre nos
dijo que su solución era destruir todo y empezar de cero a su manera.

México no es perfecto, estamos muy lejos de una
democracia plena y ahora tenemos que agradecerle a Andrés que nos puso más
lejos aún de la meta por alcanzar. Démosle las gracias, pero también la
despedida y mandémoslo a su rancho de Chiapas.

José Francisco Lopez Vargas
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