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Grandeza en el triunfo

José Francisco Lopez Vargas
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Claroscuro, por: Francisco López Vargas.

López fue capaz de fingir ser vecino de la Ciudad de México para competir como jefe capitalino y la autoridad electoral se lo permitió dando como su dirección la sede del PRD donde no vivía, desde ahí le quedó claro que de la ley lo que le acomoda es lo que respeta.

Dicen que la grandeza de una persona siempre se ve cuando triunfa, sin embargo pareciera que esa grandeza no está hoy en día a la disposición de todos y menos de nuestros políticos.

El presidente Andrés Manuel López Obrador no tiene claro que esos 30 millones de votos de ventaja que logró en la pasada elección deberían ser el motivo para tratar de ampliarla, de moverse un poco en sus actitudes y discursos. Es como si el presidente no tuviera presente que aún en el país vivimos 130 millones de personas, cien millones más que las que votaron por él.

En la grandeza del triunfo, el presidente debería tener claro que nadie le objeta el triunfo y que si lo logró fue porque hubo demasiados mexicanos que decidieron no votar ese día y que quienes lo hicieron lo consideraron el mejor proyecto para cambiar al país y su desigualdad.

Cada mañana, Andrés Manuel sale a dar su conferencia de prensa y todos los días le falta el respeto a quienes no piensan como él y hasta a quienes lo apoyan: se atrevió a convocar a las juventudes a inscribirse en la guardia nacional sin que ésta esté legalizada o validada por las reformas constitucionales que aún están pendientes en el Congreso.

La forma es fondo, pero el presidente ya dio por sentado que tiene una absoluta mayoría de abyectos para sacar adelante su pretensión: los diputados como validadores incondicionales de sus deseos sin que parezca darse cuenta que eso era precisamente lo que la gente ya no deseaba de los diputados: que sean levanta dedos o calienta curules, de ahí su mala fama y el rechazo social en amplios márgenes sociales.

Las aversiones del presidente pueden verse con amplitud en cada dicho suyo, en cada palabra: canallas, fifís, neoliberales y demás adjetivos siguen siendo usados para dividir al país en lugar de unirlo. Para marcar a quienes no piensan como él o no le dan la razón.

Es como si el titular del Ejecutivo sólo viera a quienes lo apoyaron, que no necesita esforzarse para convencer a quienes no lo hacen y que su máximo argumento para imponerse es la cifra mágica de votos: 30 millones.

Un gobernante con grandeza no sólo se nota cuando gana sino en lo que propone y cómo pretende hacerlo.

El presidente de la austeridad grita y señala quienes sí merecen tener a Juárez en sus estandartes, en sus oficinas pero él en lo personal no honra al de Oaxaca porque no defiende el federalismo y cercena la autonomía de los gobiernos locales y municipales. Les impone súper delegados que tendrán a su cargo la dispersión de recursos públicos federales en nombre del gobierno de López Obrador en una franca invasión a las facultades consagradas en el pacto federal.

Mientras descuenta centavos a sus colaboradores, despide a legiones de burócratas que le costarán millones en demandas laborales –ya se contabilizan más de 15 mil amparos-, el 30 por ciento del personal de educación y cancela proyectos que ya sabemos dañan el patrimonio nacional en 145 mil millones de pesos, cifra que alcanzaría para comprar 72,500 casas de hasta 2 millones de pesos a igual número de trabajadores del país donde podrían vivir 290 mil mexicanos. La cifra se magnifica si el predio baja de valor.

De ese tamaño el despilfarro, que crece si se trata de casas de Infonavit de 885 mil pesos o autos de 184 mil pesos. Y en el ejemplo utilicé pesos cuando el daño es en realidad 145 mil millones de dólares, multiplíquese por el tipo de cambio del día.

¿Dónde quedó la visión de futuro de Lázaro Cárdenas?

Y lo más delicado es que todo lo anterior no es más que una manera de manipular a la gente, de hacerse de clientelas electorales que recibirán una limosna a cambio de sus votos pero desconociendo a las autoridades electorales que, desde ahora, señala como desconfiables. La nueva versión de la torta y el juguito que ya creíamos superada.
Desde hoy, el nuevo presidente presenta a candidatos futuros para las elecciones de 2021, con la certeza de que manipulando o distribuyendo los recursos del gobierno federal tendrán la venia de quienes sean los beneficiados.

Algo así como el esquema clientelar priista de 80 años y una réplica de las clientelas políticas integradas por René Bejarano y Dolores Padierna en el gobierno capitalino en los días del tabasqueño como jefe de gobierno. El uso de los ambulantes y de la necesidad de la gente, de los más pobres.

¿Se atreverá López Obrador de ofender a Francisco I. Madero el padre de la democracia y de la no reelección o nos dejará claro que sólo lo usó como muletilla política?

¿Se atreverá a corregir, a entender que no se le dice que está equivocado sólo por llevarle la contraria o seguirá imponiendo medidas que dañarán más su aceptación social como esa de combatir el huachicol cerrando ductos, pero no deteniendo a nadie?

Muy grave como ha sido el primer mes de un gobierno que sigue en campaña: tratando de avasallar, de imponer y de usar como escudo los 30 millones de votos que usa como un escudo para no dialogar, para no acordar, para imponerse y para vulnerar la libertad de expresión, esa misma que él dice que está garantizada.

Muy grave si, como lo ha acreditado, en lugar de combatir la delincuencia pretende acabarla sin meterlos a la cárcel, sin imponer el imperio de la ley, esa que pareciera desprecia si no se amolda a su conveniencia.

López fue capaz de fingir ser vecino de la Ciudad de México para competir como jefe capitalino y la autoridad electoral se lo permitió dando como su dirección la sede del PRD donde no vivía, desde ahí le quedó claro que de la ley lo que le acomoda es lo que respeta. Acreditémosle que el hartazgo social que lo llevó a Palacio es precisamente contra los gobiernos déspotas, sordos e impositivos.

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