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Gustav Klimt, la trágica historia detrás de una obra de arte

Aída López Sosa
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Cultura, por: Aída María López Sosa.

“Todas las tragedias concluyen en una muerte; todas las comedias terminan en un matrimonio”. Lord Byron

Suele suceder que cuando visitas un museo en busca de
la obra protagónica te encuentras con sorpresas que intensifican la experiencia
estética agregando valor al conocimiento que de un artista se tiene al momento
de ingresar al recinto. Ese fue el caso cuando acudí a la Neue Gallerie, el
museo austriaco de Nueva York, para conocer a la Mona Lisa austriaca: La Dama
de Oro (1907), inmortalizada por el pintor también austriaco Gustav Klimt
(1862-1918). El retrato de Adele Bloch-Bauer ocupa 138 cm. x 138 cm. de la
pared central del salón del primer piso donde se albergan varias obras de Klimt
que se han recuperado con los años después de que la Gestapo las confiscara
durante la Segunda Guerra Mundial y el anexo de Austria a Alemania en 1938.  

La pared lateral dividida por un ventanal con vista al
Central Park tiene colgada de lado a lado dos pinturas de Klimt de 180 cm. x 90
cm., ambas retratos de María Munck (6 de noviembre de 1887-28 de diciembre de 1911),
conocida como Ria Munck, una socialité vienesa
quien contravino las buenas costumbres de la familia judía de principios del
siglo XX por usar faldas cortas, fumar, abrirse al sexo y finalmente enamorarse
de un alemán libertino 16 años mayor llamado Hanns Heinz Ewers (1871-1943),
escritor, poeta, guionista, actor y simpatizante nazi por su ideología
nacionalista, además de estar señalado como espía del Tercer Reich en los
Estados Unidos.  

Lo interesante de adentrarse en el arte es la historia
detrás de cada obra. Es verdad que La Dama de Oro tiene una romántica, incluso
se le ha relacionado de manera íntima con Klimt, sin embargo, lo que antecede a
los retratos de Ria es inquietante y hasta siniestro. El mediodía del 28 de
diciembre de 1911 a los 24 años en su departamento, Ria Munck se disparó al
corazón con un revolver calibre cinco milímetros, hallando la muerte de inmediato.
Hecho poco comprensible ya que perteneciendo a una de las familias más
acaudaladas y prestigiadas de Viena, gozaba de los privilegios de su clase.
Pronto se conoció que el motivo fue la decepción amorosa que sufrió al
enterarse que su amante no se casaría con ella. Ewers le escribió una carta
dando por terminada la relación, esto después de que la madre de Ria, con una
cuantiosa dote por delante, le había pedido casarse con su hija para reivindicar
su imagen transgresora de las normas morales.  

Ewers durante su amasiato con Ria escribió la novela “Alraune”
(Mandrágora). Los lectores de inmediato relacionaron a la protagonista con la
misma judía. El texto exalta el erotismo de una mujer nacida del semen de un
ahorcado depositado en el útero de una prostituta, esto a manera de
experimento, dando como resultado a una femme
fatale extremadamente bella como
malvada. El escritor le da una nueva dimensión a la leyenda medieval de que en
los últimos espasmos de un ahorcado este eyacula post-mortem y el semen fecunda la tierra de donde nace la
mandrágora, explicando la forma humanoide de sus raíces. Mandrágora es la
segunda de una trilogía de terror protagonizada por Frank Braun, alter ego de Ewers. Ria con la carta de su amante en el pecho dio fin a
su existencia convirtiendo su muerte en arte. Su madre, cuya hermana era
mecenas de Klimt, le solicitó al pintor un retrato postmortem basado en la
imagen de su hija en el ataúd. Reconocido por exaltar la belleza de sus
modelos, Klimt pensó que pintar a una muerta resultaría igual que pintar a una
viva, no consideró la imagen que la
familia tenía de la joven y se avocó a plasmarla tal como la vio, fracasando
una y otra vez.

Klimt realizó tres versiones antes de dejar
satisfechos a los padres: “Ria Munck en su lecho de muerte” (1912), “La
bailarina” (1916-1917) y “Retrato de Ria Munck III” (1917-1918). La primera le
pareció demasiado siniestra a la familia, ver el rostro pálido de Ria con los
ojos cerrados recostada sobre una almohada blanca rodeada de rosas, no era como
querían recordarla. Pidieron otro óleo a Klimt. Este pinto nuevamente a Ria
ahora en vida, erguida de cuerpo completo, los senos al aire, las piernas
visibles con medias de hilo. El óleo tampoco fue aprobado por la familia quien
lo calificó de atrevido, así tampoco querían que se recordara a la joven. El
pintor expresó en una carta a su amante que el retrato de Ria le estaba resultando
complicado, sin embargo, como en esos momentos estaba vetado por la Universidad
de Viena por lo pornográfico de su obra en los techos del Aula Magna, no podía
negarse a su bienhechora.  

La tercera fue la vencida. “Retrato de Ria Munck III”
pasó a formar parte de la colección de la madre de Ria, no se sabe si por convicción
o porque fue imposible reclamar a Klimt quien murió de un derrame cerebral el 6
de febrero de 1918 a los 55 años dejando la obra inconclusa. El retrato inacabado
está valorado en 26 millones de dólares por considerarse una de las últimas, si
no la última obra del artista. Esta y la segunda pintura son propiedad de la
colección privada de la Neue Gallerie ubicada en la milla de los museos en la
Quinta Avenida de Nueva York. Después de disputas legales entre la familia de
Ria y el Museo de Arte Moderno de Linz para su devolución, finalmente
encontraron su morada final. “Ria Munck en su lecho de muerte” pertenece a una colección
privada; ha sido expuesta en la National Gallery de Londres  

Como dije al principio, los museos resguardan más que
obras tangibles. Albergan temporalidades. Cada creación tiene una historia
fascinante que la precede y da testimonio de una época cuya evolución
constatamos a través de los años, por ello traje a la memoria este drama que
involucra directamente a uno de los escritores malditos de la literatura
universal, cuya maldición alcanzó a una rica y caprichosa judía quien pensó que
el dinero lo compra todo, incluso el amor de un alemán.

Aída López Sosa
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