Ahí donde lo veis, un tipo duro como Harrison Ford, que ha interpretado a Indiana Jones y Han Solo en el cine, se viene abajo cuando tiene que hablar de la enfermedad de su hija. Y no es para menos, porque la enfermedad de un hijo es una de las peores cosas de sobrellevar para un padre. Ver sufrir a quien es sangre de tu sangre no es fácil y aún mucho menos cuando se puede hacer poco por ayudarle y la incertidumbre es parte de su futuro.
Durante la celebración de una gala en Nueva York para recaudar fondos en la búsqueda de una cura para la epilepsia y las convulsiones, el actor no pudo contener las lágrimas al sincerarse sobre la enfermedad que durante años ha condicionado y sigue haciéndolo la vida de su hija Georgia, de 26 años, a la que Ford dedicó estas bonitas palabras recogidas por el New York Daily News: “Admiro muchas cosas de ella. Admiro su perseverancia, su talento, su fortaleza. Es mi heroína. La quiero”.
Lo dijo después de agradecer a FACES, organizadora de la gala, el trabajo que hacen en busca de una cura y al doctor Orrin Devinsky la ayuda que ha prestado a su familia. Que Ford haya hablado públicamente de la enfermedad de su hija no ha hecho otra cosa que poner en boca de muchos una enfermedad que es una gran desconocida. Algo que, viniendo de él, se trata de un gesto sincero y que seguro que le ha costado dado lo poco amigo de los flashes que es. Pero la ocasión lo merecía y su sinceridad puede abrir muchas puertas.
El protagonista de Star Wars reconoce que la situación es devastadora, ver que “un ser querido sufre una enfermedad como esta”, como le afecta a su vida y que lo único que uno quiere es “encontrar una solución. Una forma que les permita tener una vida cómoda”.
Migrañas. Ese fue el diagnóstico que le dieron a Georgia tras su primer ataque, en una fiesta de pijamas cuando solo era una niña. Le mandaron medicación para combatirlas. Ford, que no pudo contener la emoción al recordar cómo fueron los primeros momentos de la enfermedad, relató como “unos años después sufrió otro ataque, esta vez fue muy fuerte. Estábamos en la playa en Malibú, fue una suerte que la encontrara. Me dije a mí mismo, estamos en Los Ángeles y tenemos algunos de los mejores médicos del mundo, así que ellos deberían saber qué es lo que le pasa. Pero nunca le diagnosticaron epilepsia”.
Los médicos tardaron años en dar con la causa de esas convulsiones. Ya de más mayor, cuando estudiaba en Londres y se repitió otro episodio, dieron por la recomendación de un amigo con el doctor Devinsky y él dio con lo que le ocurría a su hija. Desde entonces, y hace ya ocho años de aquello, no ha vuelto a tener una convulsión gracias al tratamiento adecuado de la enfermedad.