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Hoy (Vota) por Mí, Mañana (yo Voto también) por Mí

Jorge Valladares Sánchez
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Por: Jorge Valladares Sánchez.*

En Facebook y en Youtube: Dr. Jorge Valladares.

Cuando vemos en todo su apogeo la actuación el circo recurrente de nuestro Congreso de la Unión, todavía hay quien se pregunta ¿realmente para qué sirve?, y ¿con qué derecho deciden por nosotros/as cosas tan importantes y con tan aparente indiferencia a nuestras realidades? Yo ya no, pero… ¿cómo lo explico?… ¿cómo lo explico?…

Quisiera desde mi saber y técnica de abogado o doctor en derechos humanos decir que en la Constitución está, ¡y muy claro!, lo que tenemos que saber. Pero… como psicólogo y doctor en ciencias sociales entiendo que mucho de lo que pasa nada tiene que ver con esa Ley Suprema, son usos y costumbres, son manías y negociaciones, son abusos, juegos de poder y hasta meras ocurrencias que quedan impunes, como tantas cosas quedan por estos rumbos y en estos tiempos…

Y lo que sí está en la Constitución, paso de ser un documento inicial de preceptos, digamos, claros, a un código amplísimo que acumula todas las necesidades pactadas o impuestas a lo largo de más de un siglo; de 12 hojas (a tres columnas) en el diario oficial del 5 de febrero de 1917, a más de 150 páginas de word en letra tamaño 10 de una versión que ni caso tiene imprimir pues en pocos días será obsoleta. Pero eso sí, el 136, y último artículo, es de los contados que no se han modificado y se refiere a la inviolabilidad de la Constitución; así que ha contemplado las decenas y luego cientos de manoseos que de sexenio en sexenio se han hecho, cada vez con mayor voracidad y desorganización.

Así que, contados son quienes la han leído, menos quienes la entiendan y mucho menos quienes logren seguirle el ritmo. Me gustaría decir que excepto los diputados/as, pero no es un artículo humorístico. Es recurrente saber que quieres deben saberla no la saben, y que lo poco que saben lo usan a conveniencia, incluso más allá de lo que los propios fallos y omisiones legislativas ya de por sí permiten. Además, ya por decreto, en estos tiempos ni siquiera les debo salir con que “la ley es LA LEY”. Así que… ¿Cómo lo explico?…

Para que sirva de algo, si es que ha de servir, tampoco tiene caso irme al extremo de repetir lugares y quejas comunes, como que “todo es lo mismo en la política”, que “esto así ha sido siempre y nunca va a cambiar”, que a los congresistas “sólo les importa su siguiente hueso”, que “de política, religión y fútbol ni al caso hablar entre gente de bien” o que “yo no soy político, así que me ocupo de lo que sí importa y allá ellos/as con sus cosas y sus conciencias”…

Porque, aunque muchas buenas explicaciones justifican estas ideas, lo cierto es que existe “lo público”, y ya en siguiente artículo desarrollaré el porqué es nuestro (de todos/as, de la ciudadanía, de la gente) y cómo podríamos llegar a sentirlo y aprovecharlo como nuestro. Y pues… son funcionarios/as públicos, que usan y abusan de nuestros recursos (públicos) y se apropian y nos despojan de lo nuestro (lo público).

Entonces… pruebo combinando un poco de lo que dice la ley, con lo que nos dicen habitualmente los/as políticos perennes y lo que vemos reiteradamente desde las calles y en las ventanas desde las que podemos ver lo que en realidad hacen con nuestros recursos y en nombre de “nuestro bien” (del Pueblo).

Resulta que en México tenemos una democracia, como sistema político, que, como en cualquier país, puede significar lo que sea, pero en esencia se pretende que la ciudadanía tendría un cierto poder en decidir. Para ello se nos permite votar y nombrar a quienes administren lo público, aunque no cualquier persona tiene acceso genuino a ser candidato, y entre quienes lo tienen la competencia no suele ser pareja, y aunque lo fuera, las opciones que se nos presentan… francamente… Así que eso de que nosotros/as elegimos, tiene demasiados “asegunes”. Pero, también, contamos con la posibilidad, en peores términos, pero tenemos, de elegir a quien nos represente.

Y esa persona que nos represente sería quien pueda llevar nuestra voz, procurar por nuestras necesidades y defender lo que nos importa, tanto en el instrumento base llamado ley, como en la práctica frecuente llamado gobernanza. Así, con un voto, convertimos a alguien en diputado/a, bajo el supuesto de que hará lo mejor para quienes representa. Ya he recibido suficientes respuestas a mi pregunta, que coinciden con mi experiencia: en los 7 sexenios que he tenido oportunidad de elegir no ha habido ocasión alguna en que mi diputado/a local o federal vote en el sentido que me haga creer que me representa. Ni cuando eran 300, ni siendo 500.

Desde luego, sí he tenido más de una decena de ocasiones en las que de cerca o lejos varias personas me piden que vote por ella para ser quien me represente. Y alguna gana en cada ocasión, sea con mi voto a favor o no, pero siguen pasando los años y no, nadie me pregunta nada, ni me explica nada, ni siquiera parece que le importa lo que yo piense o vaya a hacer o pueda pasarme con el efecto de su voto.

Y de los/as senadores, mejor ni hablo, pues explicar su rol de representatividad es todavía más complicado, e igual de inútil para fines de entender que, de todas maneras, no votan por algo que tenga que ver conmigo, a pesar de que igual piden o suplican mi voto.

Bueno, el punto es que cuando se arma el circo legislativo, vemos desfilar ocurrencias, histrionismos, insultos, discursos pretenciosos, actitudes reprobables, señas, carteles, amagos, promesas, risas, gritos… pero… ¿y representatividad?

¿Por quién vota o por qué vota quien debería representarnos? Respuestas simples:

A. por lo que le indique el líder de su fracción,
B. por lo que cree que quiere el Presidente (muy de moda),
C. por lo que le convenga en términos de negociaciones que sospechamos, pero no vemos,
D. por lo que su conciencia le dicta (como si nos alquilara su conciencia por el gran sueldo).

Y, como en algunas películas o en las mejores novelas, observamos (cuando nos damos el tiempo) y generamos expectativas de que va a pasar lo que deseamos, lo que pensamos, lo que nos hace falta… y, nada, sucede lo mismo otra vez. Al igual que en esas pantallas, los/as actores no cambian su línea por mucho que queramos, y acaba como iba a acabar.

Sobra decir que necesitamos, como ciudadanía, un mecanismo de control para hacer que la representatividad exista y podamos accionar a quien nos representa en el sentido que, tema por tema, consideremos adecuado; ya conversaremos más de ello. Me refiero a una forma auténtica, que hoy no tenemos. Porque aquello del “voto de castigo”, es una frase inventada por los/as políticos perennes y no algo que tenga sentido o funcione para la ciudadanía, por lo ya dicho y más; y lo de “que la nación se los demande” sólo da risa, si nos permitimos un poco de sarcasmo. Porque, como peor chiste, su único “castigo” es que si faltan alguna vez (una sesión, en esos seis meses en los que “pueden ser llamados”), je, se les descuenta ese día de “dieta”… Y Chico Ché a todo volumen en los pasillos de la Cámara, con su “Uy, qué Miedo”, tan popular.

Las dos semanas pasadas, en este amable espacio que nos brinda La Revista Peninsular, escribí sobre la forma en que el Congreso atendió el antojo de la persona a la que empleamos como Presidente, respecto a seguir poniendo en las fuerzas armadas todo lo que su falta de habilidades como gobernante y las deficiencias del gabinete que nombró le impiden atender y, ni digamos, resolver. En particular, algo que cada vez resentimos más y que lleva sexenios creciendo: la inseguridad pública.

La función que presenciamos, dividida en actos, acabó en sainete. Resulta que luego del primer acto los votos con el motivo A y motivo B no alcanzaban, así que hubo un segundo acto; donde, previo esfuerzo para activar el motivo (c), sí alcanzaron para modificar un artículo transitorio de la Constitución. Y para simular el motivo (d) ese artículo pasó de un párrafo a varias hojas.

El chiste, local, jurídico, es doble: que un transitorio sólo cumple la función entre el tiempo en que una norma se aplica, pero lo que decía el artículo cambiado simplemente no sucedió; y que el artículo 71 establece que no podrán tener carácter preferente las iniciativas de adición o reforma a la Constitución, pero ya vemos que sí.

Confirmo en esta novela/película lo que antes ya describí, por mucho que tú y yo queramos, pensemos u opinemos, nuestros “representantes” acaban en lo mismo. Y sí, sé que tu opinión puede ser diferente u opuesta a la mía, es normal, es esperable y sano dentro de eso a lo que aspiramos como democracia, pero tu opinión y la mía son iguales en algo actualmente, y lo seguirán siendo mientras no hagamos tú y/o yo algo al respecto: a quienes nos “deberían representar”, sean de un partido u otro, u hoy de uno y mañana de otro, ni tu opinión, ni la mía, les importa al momento de votar.

Y sí, cuando querían el cargo (y las muchas bondades que con él vienen) pidieron tu voto y el mío. Mi punto hoy es: ya que votamos por esa persona (o por la otra, pero al hacerlo validamos que una quede), ella ¿nos devuelve la atención en algún memento? Hasta ahora, no. El hoy por ti, mañana por mí, no aplica aquí. Con el poder que les otorgamos votan por lo que les conviene, y si coincide con lo que tú o yo queríamos no es más que una casualidad, una afortunada, pero volátil coincidencia.

Y ojo, que no sería un acto de bondad, moral, nobleza, generosidad o justicia. Cobran, y muy bien, por “representarnos”, pero al igual que el texto de la Constitución, entiendo que hay francas lagunas en la comprensión de lo que ello implica.

Tenemos que clarificar lo que sucede y, con nuestras opiniones coincidentes y divergentes, articular un mecanismo que efectivamente asegure que quien nos representa efectivamente va a actuar como esperaríamos en una democracia:

a. cumpliendo los compromisos de una agenda que ofreció en campaña, o
b. congruente con unos principios claros de un partido al que se adscribe y en el que permanece durante su gestión, o
c. producto de una deliberación con especialistas en el tema y de un sondeo (al menos) de las personas a las que afecta su decisión, entre el sector al que representa, o
d. en respuesta al resultado de un ejercicio de consulta a sus representados/as, o
e. de acuerdo a lo que se comprometa con otros representantes y gobernantes y siempre que se cuente con mecanismos de revisión de que está funcionando lo decidido.

Mientras tanto, el circo sigue. Y aunque la Constitución diga en su artículo 49 (que quizá pocos han leído) “No podrán reunirse dos o más de estos Poderes en una sola persona o corporación”, hoy todo el debate entre “nuestros/as representantes) es si hacemos o no lo que diga el Presidente. No hay (como normalmente no ha habido, pero ahora es más descarado) tal división, todo el poder está en la palabra del Presidente, quien en un descuido efectivamente también “encarnará al Pueblo”, pues todos los días nos informa lo que sentimos y queremos y apreciamos. Tú y yo, aunque tu opinión y la mía no coincidan, o sí, pero ¿a quién le importa?

Así que, insisto, mientras tanto, una posible explicación está en la continuación de ese artículo: “salvo el caso de facultades extraordinarias al Ejecutivo de la Unión, conforme a lo dispuesto en el artículo 29”. Y para que no tengas que buscarlo entre esas más de 150 páginas, se refiere a “casos de invasión o perturbación grave de la paz pública, o de cualquier otro que ponga a la sociedad en grave peligro o conflicto”; entonces, dice, “el Presidente con la aprobación del Congreso de la Unión podrá restringir o suspender los derechos y las garantías… que fuesen obstáculo para hacer frente, rápida y fácilmente a la situación; pero deberá hacerlo por un tiempo limitado…”.

… No sé… No sé… de repente… ya estamos en esa situación… y entonces todo tiene sentido, y por eso el Congreso le aprueba todo… y quien se oponga es un traidor/a y merece todas las descalificaciones y epítetos… Y, así, aunque no nos representen, sí están dentro del marco de La Ley, aunque hagan tanta alaraca, para cambiar hasta un transitorio, que de un párrafo ahora suma bastante a las muchas hojas ya existentes.

Dos años… ¡Uff!, pero, bueno, sí es “un tiempo limitado”; así que vamos conversando de cómo hacernos representar como merecemos o dejemos que vengan otros seis años de facultades extraordinarias por salvedad.

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*Jorge Valladares Sánchez
Papá, Ciudadano, Consultor.
Representante en Yucatán de Nosotrxs.
Doctor en Ciencias Sociales.
Doctor en Derechos Humanos.

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