Por Ángel Verdugo
Los acontecimientos relacionados con el proceso que enfrenta la presidenta Rousseff en Brasil para separarla del cargo, no parecen haber impactado —al menos públicamente—, el ambiente político nuestro.
No obstante la efervescencia electoral —un tanto desangelada, hay que decirlo—, en trece entidades federativas, y la posibilidad de hacer del tema de la corrupción una bandera política que para algunos —no muchos—, pudiere ser redituable electoralmente, parece que a nadie conviene enarbolar esa bandera.
¿Acaso el sacarle al bulto se explica porque, aquí, en materia de corrupción y enriquecimientos muy explicables, prácticamente todos los políticos cuentan con un expediente abultado, por decirlo suavemente? Sea cual fuere la causa del silencio entre nuestros políticos y sus partidos, que rodea a lo que pasa en Brasil, no debemos descartar el impacto que empieza a tener entre los estudiosos, en centros de investigación y también, entre los que se hacen llamar intelectuales.
Si bien no es desdeñable y menor la importancia de la tarea que estos últimos realizan, para convencer a los ciudadanos de la necesidad de tomar consciencia del daño que la corrupción causa, en la medida que el tema no lo hagan suyo amplios grupos de la sociedad, su esfuerzo podría, espero equivocarme, no tener efecto en las elecciones de este año, y quizás menos en la del 2018.
Sin embargo, al margen de lo que sucediere este año y en los dos próximos en materia electoral, y del papel que el tema de la corrupción pudiere jugar en las propuestas de los partidos, vale la pena entrarle al tema, y emitir algunos comentarios.
Por lo pronto, le doy algunas opiniones que espero, le sean útiles; no para que las adopte, pero sí para que le ayuden a fijar una posición acerca de lo que pasa en Brasil y sus efectos en México. Veamos.
La Presidenta no ha sido —a la fecha—, señalada por cometer actos de corrupción, sino de tomar decisiones que tienen que ver con la manipulación de las cuentas del gobierno, para presentar una cara amable —por decir lo menos—, con miras a elevar su aceptación electoral en los días previos a su segunda elección.
Sus adversarios —ellos sí acusados de haber cometido actos de corrupción—, que la quieren ver ya fuera de la Presidencia, parten del silencio que mantuvo cuando, en los periodos presidenciales de Luiz Inácio Lula da Silva, nada dijo de lo que le tocó presenciar (¿Aprobar quizás?), tanto desde su posición en el Consejo de Petrobras, como de la Jefatura de la Oficina de la Presidencia de Brasil.
El ambiente en las calles, producto de la situación creada por la caída de los precios de las materias primas, cambió radicalmente al no poder financiar ya, sanamente por la caída de los ingresos públicos, tantos beneficios sociales carentes de toda viabilidad financiera.
Llegamos entonces al punto que debe interesarnos: la percepción o la idea del elector mexicano, frente a tanta corrupción y la fácil manipulación de la cual es objeto.
¿Qué va a pasar en México, frente a esto que vemos hoy en Brasil? Tome en cuenta usted, que los niveles de cultura política en ambos países son similares y en consecuencia, el elector es presa fácil de la demagogia de políticos sin escrúpulos y éstos, las más de las veces, son igual o más ignorantes que el elector mismo.
¿Habrá entonces en México, un Efecto Brasil el año 2018? Y de haberlo, ¿quién sería el beneficiario? ¿Alguno, o ninguno? ¿Por qué no le pensamos un poco?