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Raul Sales Heredia
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Por: Raúl Sales Gasque.

Hace un poco más de tres meses, en la ciudad de Campeche amanecimos con el caso de envenenamiento de perros callejeros, animales que si bien podían considerarse un problema en ciertos puntos como en la cercanía de un supermercado donde la enorme cantidad de ellos los hacía parecer una jauría, no era como para que seres sin escrúpulos soltaran veneno por cada rincón de la ciudad. Más de 400 perros perecieron entre dolores abdominales, retorciéndose entre su vómito y heces sangrientas. Una sociedad se refleja en cómo trata a sus animales y en este caso, aunque la sociedad reaccionó indignada, en la que exigió justicia, en la que pidió que se encontrara a los responsables de un acto que sacudió lo más profundo de nuestro ser. Hasta el momento, sigue sin tener responsables, ni razón de lo sucedido.

Algunas voces dicen que hay cosas más importantes que los perros callejeros envenenados, si bien, tienen toda la razón, el caso es que no es solo ello pues, durante cuatro años nos vendieron la idea de que nuestra seguridad estaría atendida por un gigantesco aparato de video vigilancia, miles de cámaras a un precio que no sé si sea certero o no, pero que, por la inutilidad de encontrar a quien puso veneno en diferentes puntos de la ciudad, en especial en el malecón que es la principal vía de la ciudad, en una hora y día en la que el tráfico era reducido por no decir inexistente, el precio de las cámaras, por barato que fuera, resulta exhorbitante si no da resultados.

Más allá de la salvajada que se hizo con los perros (callejeros y mascotas cuidadas), el no tener una respuesta de nuestras autoridades esperando que se nos olvide es quizá el más duro golpe a nuestra confianza en lo que se dice fue comprado para cuidarnos.

Además de lo anterior, escribir en contra de una acción de este tipo expone al que lo plasma (sí, así es, también en los estados seguros del país, ser periodista u opinar en un medio, se vuelve una profesión de alto riesgo).

Esta cuestión de los perros envenenados es un asunto que no es menor, no por la crueldad, sino por la situación posterior, o no sirvió o se encubrió y ambos son dolorosos recordatorios de que la comunicación entre sociedad y autoridad no pasa por el mejor de los momentos, de que se puede prometer y no cumplir, donde la simulación es suficiente para ser considerado acción completada, donde la crítica no se recibe como la exposición de un problema a ser resuelto sino como una afrenta personal en una muy, pero muy sensible piel.

Más de tres meses y no ha pasado nada, no fue un hecho aislado, quien lo hizo se movió por diversos puntos, se bajó en ellos, soltó el veneno y nadie vio nada, nadie sabe nada, no hay indicio alguno, ergo, la impunidad campa libre por la ciudad mientras que, los pocos que tienen idea callan ante el miedo de perder su trabajo o ellos sí, recibir todo el peso de una justicia a modo.

Exacto, no son los perros y la crueldad manifiesta, es la falta de acción y el atole con el dedo que nos brindan con una sonrisa en el rostro mientras nosotros callamos por censura, autocensura, conveniencia o miedo.

Nada de lo escrito es nuevo, quizá el acto de envenenamiento masivo pero, nada más, lo otro es algo que tristemente vemos en nuestra sociedad, cada día a cada rato, la selectividad de unos para con otros, el desigual piso por donde caminamos, en otras palabras la autoridad preguntando “¿qué hora es?” Y la sociedad respondiendo al unísono “la que usted quiera señor”.

Servidores públicos, su nombre dice lo que deben ser, las preguntas que me hago ¿Lo saben ellos? ¿Lo sabemos nosotros?

La impunidad dura hasta que queramos, la corrupción surge mientras dure la primera, eso nos tiene hundidos como país y no obstante, como siempre, la solución no está en otras manos que no sean las nuestras.

Si hemos de ser selectivos en algo, hay que hacerlo en aquellos que hacen la promesa de servirnos, en otro caso, no seremos más que perros callejeros en espera de que alguien nos apapache pero, que en lugar de extender su mano y darnos unos golpes consoladores en el lomo, nos entregue alimento envenenado mientras sonríe sabiendo que nada, absolutamente nada… le pasará.

Raul Sales Heredia
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