Cultura, por: Francisco Solís Peón.
No entiendo en qué me benefició la ley seca:
1.- Seguí tomando igual.
2.- Tuve que salir a comprar a un clandestino.
3.- El alcohol me costó el triple.
4.- Como me reclamaron todo eso le pegué a mi mujer.
Tony Peraza.
Día del niño en los tiempos del coronavirus, estamos a punto de dejarnos de soportar los unos a los otros.
Claro, en el mejor de los casos muchos núcleos familiares han terminado por conocerse intrínsicamente de manera completa, que no es lo mismo que cohesionarse, y aunque los resultados no siempre han sido los óptimos considero saludable cualquier exceso de verdad ante un leve asomo de mentira.
Y no conformes con el confinamiento además nuestras autoridades estatales nos recetan de manera totalmente innecesaria una prohibición de venta de bebidas alcohólicas con catastróficas consecuencias prácticas.
Huelga decir que esta medida no es privativa de Yucatán, pero también es menester señalar que a lo largo y ancho del país la ley seca ha resultado un fracaso. El caso extremo lo encontramos con los 16 muertos en Jalisco por aguardiente adulterado.
Vale la pena transcribir lo apuntado por el Profesor Marcelo Pérez Rodríguez:
“No es fácil estar en la casa las 24 horas del día con todos los integrantes de la familia, menos cuando hay el deseo de tomar unas cervezas o licor y calmar los ánimos, el aburrimiento y el fuerte calor, pero hay que recalcar que el tomador debe también relajarse si por ahora no hay el consumo y buscar otras opciones” (Diario de Yucatán, 29 de abril del 2020).
Pues bien, está comprobado que las bellas artes constituyen un poderoso instrumento para combatir la neurosis y el crispamiento de los nervios. Como lo nuestro es la literatura intentaremos colaborar con la paz mental de algunos aficionados a la enología que un poco demasiado extrañan un buen trago.
Para comenzar remontémonos a la propia infancia cuando días como éstos eran sinónimos de dulces, regalos, juegos infantiles, marquesitas, helados y hamburguesas o panuchos. Los parques se encontraban repletos posteriormente surgieron los centros comerciales que permitían a cada integrante de la familia encontrar algo de su gusto, hasta una impensable patinada en hielo. En cada kínder y primaria se celebraban sendos festivales desbordantes de entusiasmo que los imberbes protagonistas recordarían el resto de sus vidas.
Una vez hecho esto, vale la pena reunir a la familia y tomarse el trabajo de leer, al menos por media hora. El libro de la inocencia por antonomasia: El principito de Antoine de Exupery.
No conozco otra obra que estreche más los lazos afectivos en una familia después de una agradable lectura colectiva que ésta. Es susceptible de ser ampliamente disfrutada por niños y adultos al unísono, moviendo las fibras sensibles de cada escucha, de cada lector sin importar su edad, haciéndonos parte de ella tocando los temas que nos otorgan nuestra condición de ser humanos: El amor, la vida, la amistad, la sinceridad, la confianza, la búsqueda de uno mismo; tópicos eternos que lo hacen un libro eterno.
Cuando fue publicado originalmente en 1943, en plena segunda guerra mundial, se vivía una situación caótica parecida en muchos aspectos a la de hoy pero muy diferente porque diferentes eran sus causas. En medio del horror bélico y la crueldad humana, Saint Exupery buscó la inspiración (que al menos yo calificaría como divina) en su condición de aviador. En aquel entonces se volaba en frágiles naves que daban la impresión de surcar a través de una suerte de limbo que a veces, a la misma altura, tocaba el cielo como una dimensión etérea y otras, se instalaba en una condición totalmente terrenal.
En El principito conviven exitosamente la realidad de la reflexión con la fantasía pura del argumento, se yuxtaponen hasta convertirse en el mismo ente, ambas existen gracias a los sentimientos del ser humano.
Miro desde el balcón el parque de la colonia, está desierto y como tal la atmósfera reviste un calor sofocante, ni un solo niño en lontananza ni el más mínimo soplido de aire que mueva tenuemente un columpio ¡Deseo con todas mis fuerzas una chela cadavéricamente fría!
Entonces recuerdo aquel mítico niño rubio de capa y espada que con tan solo 8 años va de planeta en planeta en busca de una rosa y que le dice a un zorro:
HAY QUE AMAR LO QUE SE TIENE. LO ESCENCIAL ES INVISIBLE A LOS OJOS, LO IMPORTANTE ESTÁ EN EL CORAZÓN.