Claroscuro, por: Francisco López Vargas.
Pocas cosas exhiben más la calidad humana de una
persona que el agradecimiento. De hecho, Miguel Nazar Haro, uno de los más
polémicos policías, ex director de la Federal de Seguridad, considerado por
muchos como el asesino del régimen, decía una frase que he convertido en mi
referencia personal: las deudas de gratitud nunca se saldan, pero jamás
desperdicies la oportunidad de abonar a ellas.
Decía la abuela que a los malagradecidos Dios los
marca y los peores son aquellos que son malos hijos.
Las referencias a la ingratitud son miles, pero la
explicación más común que puedes encontrar en la red es esta: “la ingratitud es
una forma de egoísmo. No hay un solo origen de la ingratitud. Puede provenir de
una mala educación, una actitud de arrogancia, un sentimiento de rencor o
envidia. Cualquiera que sea su origen, las actitudes ingratas producen cierta
frustración o incluso una herida emocional en la persona ofendida”.
Leyendo la alusión que hace Carlos Loret de Mola sobre
la impresión de Cuauhtémoc Cárdenas el día del triunfo de Andrés Manuel López
Obrador queda claro que el presidente de México es una mala persona y que,
todos los días, lo reitera como para no dejar duda de su convicción de que para
él, su proyecto es todo, precisamente, porque es de él y al que no le guste
merece cualquier adjetivo y maltrato.
Empezando su quinto año de gobierno, López Obrador
está más que rencoroso. Teme que el rechazo social lo lleve a perder el poder y
con ello pasar a la historia como un político farsante que intentó destruir la
democracia. Si gana, su proyecto lo encumbrará como el más grande político del
nuevo siglo a pesar de que logre o no cambiar las reglas de las elecciones y colonialice
o avasalle al INE que pretende dejar sin recursos.
¿Para una persona como él existe la gratitud para sus
votantes? ¿Le debe algo a esos 30 millones que lo llevaron a ser presidente?
La pandemia nos lo puso de frente y desnudo: le cayó
como anillo al dedo, dijo; y en México rompimos récord de infectados y muertos
por el Covid; jamás murieron más niños por no tener sus medicamentos para el
tratamiento del cáncer y muchos de los que tenían asegurados sus tratamientos
contra males crónicos y degenerativos los vieron interrumpidos con la
desaparición del Seguro Popular.
El presidente miente y es capaz de mentir de nuevo
para sostener su farsa. Él no es culpable de nada, así le dejaron el país, pero
jamás tuvo talento, preparación ni conocimientos que pudieran hacerle entender
que tendría que rodearse de los mejores. Para él, lo primero siempre fue pasar
a la historia y luego mantenerse en el poder. De resultados mejor no hablamos.
En el ocaso de su gestión, López perdió la joya de la
corona ahí en la ciudad que gobernó a base de decretos, que llegó a ser
autoridad por concesiones ilegales y torciendo la ley que le impedía ser
candidato por no cumplir con el tiempo de residencia obligado, se acostumbró a
que la ley se moviera a su conveniencia: “no me vengan con que la ley es la
ley”, dijo, quizá recordando que nada paso con su desafuero.
López Obrador calificó a Cuauhtémoc Cárdenas cómo su
opositor si era parte de un grupo que se presentó en la semana y que encabezó
Dante Delgado fingiendo que no es para ganar adeptos partidarios, lejos de la
exigencia de la sociedad y sus demandas al régimen de Andrés, sobre todo a su
intento de demoler la democracia. Ni una concesión a quien lo encumbró, a quien
lo sacó de Tabasco, a quien le abrió las puertas al partido que dejó de
servirle.
Hoy, la gente cree que es buen presidente porque les
reparte un dinero que no es suyo, mientras su gobierno provoca más pobres, más
corrupción, más clientelas electorales, más dispendio en obras faraónica que
solo servirán para “agradecerle” haberlas hecho a costa de millones.
Mientras, sus seguidores aplauden que les quite el
derecho de votar engañándolos con el supuesto dispendio del INE, con los
“abusos” de los consejeros y hablando de un fideicomiso con el que esa
institución se financia gracias a los servicios que da a la banca con los datos
biométricos a su resguardo.
El peor de los malagradecidos es el mal hijo, reza el
refrán popular. Y el hijo de la democracia mexicana, que llegó a ser
presidente, hoy la quiere matar, dejarla sin poder parir más nuevos hijos fruto
de sus normas impecables.
Detengámoslo, digámosle que esa madre que quiere matar
es la madre del futuro de todos, es la madre que esperamos siga concibiendo
frutos que lleven al país a mejores niveles, aunque a veces lo que se dé a luz
sea un farsante. Los hijos nunca serán todos iguales, pero no matemos a la
madre por ello.