La Revista

Institución presidencial frente a prensa y evaluaciones

Eduardo Sadot-Morales Figueroa
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Por: Eduardo Sadot-Morales Figueroa.

sadot16@hotmail.com

Llegar a la Presidencia
de México tiene muchos privilegios, pero tienen más responsabilidades que obligan
a quienes ascienden a ese cargo a manejarse con salud, cuidado, tolerancia,
madurez, humildad y responsabilidad.

Nunca es lo mismo lo que
pueda hacer alguien como persona o simple ciudadano, a lo que hagan, quienes
ostentan la investidura del ejecutivo federal – Presidencia de la República –
porque significa el potencial uso del poder que rodea a su titular. Si a eso
agregamos la ventaja que ahora brinda la costumbre, de una conferencia de
prensa diaria mañanera, que convoca a todos los corresponsales de medios
locales, nacionales y extranjeros de la fuente de la presidencia. Eso por
principio, pero además, las facultades legales que le otorga la Constitución
Federal y la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal. Que eso sí, le
otorga la mayor cantidad de poderes de que puede disponer una sola persona, si
además agregamos las facultades extraconstitucionales que ostenta también, como
lo mencionara, hace muchos años, el constitucionalista, Jorge Carpizo, entonces
habremos de aceptar, que aunque se pretenda disimular o contradecir que es el
hombre más poderoso de México. Ha sido común el uso indiscriminado y nada
ortodoxo de medios de presión, como por ejemplo, en la persecución de presuntos
delincuentes o indiciados, con medios muy eficaces y nada ortodoxos o poco
legales, o “convenientemente” encuadrados en las leyes penales, detienen a
familiares cercanos para obligarles a entregarse, así fue el caso de la esposa
de Duarte el ex gobernador de Veracruz, así parece también ser el método para
capturar a Emilio Lozoya.  

Si entre esas facultades
consideramos que incluye disponer de vidas y haciendas, porque al poder nombrar
a su equipo, a los secretarios de despacho, incluidos a todos los trabajadores
al servicio del Estado que son muchos, ergo de él dependen sus sueldos,
trabajos, estabilidad en el empleo o desempleo de un número considerable de
mexicanos.

De acuerdo a estas
consideraciones, el titular de la presidencia cuando hace uso de algún
micrófono o expresa algún juicio o pronunciamiento sobre un tema o una persona,
inclusive cuando decide no contestar o guardar silencio, no es igual, al
derecho a guardar silencio, de cualquier persona que también tiene ese derecho.
El silencio, la voz o pronunciamiento de un presidente ¡absolutamente nunca es
igual! Es parecido a la habilidad, por ejemplo de un experto en karate o
profesional del box, que eventualmente tenga que batirse a golpes con una
persona, que no tenga esa misma habilidad, inclusive en esos casos la ley
penal, establece las diferencias, precauciones y limitaciones que debe tener
quien tiene esas habilidades que le hacen superior.

Las palabras, emitidas
por una persona – cualquiera que sea, ignorante de ello o no – pueden tener
consecuencias devastadoras para sus gobernados, eso es lo que les obliga a ser
humildes y reconocer la fuerza de su superioridad, no hacerlo, resulta abusivo
e irresponsable, hasta peligroso para cualquier mexicano que fuese mencionado,
desde una conferencia de prensa de la presidencia de la República – uno de los tres
poderes del gobierno del país – son también delicados por sus consecuencias,
más, cuando repite el presidente que es un presidente legítimo, respaldado, por
treinta millones de votantes, debe admitir que si entre esos treinta millones,
hay algunos – pocos, no se necesitan muchos – que tengan acceso a armas, por su
trabajo – lícito o no – si escuchan a su líder o presidente, pronunciarse en
contra de algún mexicano, periodista o ciudadano, calificarlo de adversario, no
necesariamente entienden “adversario” ellos entenderían “enemigos” no
necesariamente tienen que comprender, la sutil diferencia. Y si por otra parte
pueden desencadenar la actitud oficiosa de ayudar a su líder o presidente, y
accionar una arma en contra de cualquiera de ellos, desencadena la violencia.
Es precisamente esto lo que el presidente debe entender, una palabra suelta con
descuido, provoca violencia y de consecuencias mortales para sus “adversarios”,
que aunque no lo hace responsable jurídicamente, si lo hace moralmente
responsable. Cuando se obtenía la licencia de locutor, para comprender la
responsabilidad de hacer uso de un medio de comunicación masiva, era una
exigencia conocer el alcance y repercusiones de estar frente a un micrófono,
más el caso de un presidente.

Así, del mismo modo, los
resentimientos, animadversiones y antipatías, desde ese cargo tienen
consecuencias de alto impacto.

La postura del presidente
frente a la Prensa y a la aplicación de exámenes y evaluaciones, tiene mucho de
fondo de su experiencia con ambos. Es comprensible que catorce años estudiando
y reprobando algunas materias le provocaron una actitud hacia los exámenes,
condición que se refleja en sus declaraciones de no aplicar exámenes a los
jóvenes en las escuelas. Más grave aún resulta el desconocimiento de las
Instituciones autónomas, que contradicen sus datos, que decida cambiar a
quienes contradicen sus cifras evidencia su inconformidad con las evaluaciones,
menos con la necesidad de mejorar y corregir, resulta mejor cambiar las reglas
que cumplirlas. Los años de lucha, solo le permitieron aceptar a quienes
apoyaron su propósito, pero a quienes no lo hicieron los calificó de
adversarios, nunca comprendió que su postura antigobiernistas y crítica es un
papel necesario en cualquier gobierno y que por otro lado, estando ya el en el
gobierno le resulta incómoda la critica, tan necesaria en el ejercicio del
poder, particularmente la prensa que ayuda a que los gobernantes no abusen en
el ejercicio del poder, al presidente aún no le queda clara la conveniencia de
una prensa crítica, mejor que una sumisa, ello le ayuda a corregir errores y
servir mejor a su pueblo. La incontinencia de su carácter, disfrazada de
franqueza, a la larga, a cualquier político le resulta perjudicial, a él y a su
gobierno. Su costumbre de calificar y descalificar, sus ocurrencias, sin medir
consecuencias, le evidencia primero como ignorante de las mínimas reglas de uso
de un micrófono, y en el gobierno, como arrogante, abusivo, intolerante y
pésimo gobernante.

Un presidente que es incapaz
de controlar sus impulsos o contener sus rencores, con el pretexto de ser
honesto, directo y sincero, no puede ejercer un cargo tan importante. Por su
bien y el de México debe aplicarse a corregir, la imagen que está proyectando,
que más que imagen, resulta una evidencia de un carácter incontrolable y sujeto
a las leyes de convivencia elementales.

Eduardo Sadot-Morales Figueroa
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