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Institucionalizarse o vivir ¿qué te importa?

Jorge Valladares Sánchez
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Por: Jorge Valladares Sánchez 

En el kínder todo era muy claro, y aunque nos llevara tiempo, había suficientes ocasiones y personas para recordarnos, incluso en casa, que: -Antes que nada, ¡Buenos Días!; así, en plural, pues aunque sólo nos referíamos a ese día, significa un énfasis real que deja en alto nuestro buen deseo de que tu día sea bueno. –Por favor, al pedir, y gracias al recibir; esas eran las palabras mágicas; tanto que ya que el mala onda serías tú si te niegas a dar “si ya te dije: por favor”. Y con un poco más de esfuerzo aprendimos el -¿Cómo estás?, más complicado, porque en aquél momento realmente esperábamos atentos respuesta a la pregunta.

Recordamos aún los bonitos diálogos de la primaria: luego de presumir algo u opinar a destiempo, -¿Quién? –¿Quién qué? -¿Quién te lo preguntó?; o luego de hacer una pregunta no autorizada, -¿Qué te importa? –Come torta, con tu hermana la gordota y si te empachas no me importa… ¡Qué bonito era tener claro en lo que era bien o mal venida nuestra participación!

Y años más tarde, ¿qué te importa? Cuánto tardamos en dar una respuesta que corresponda en efecto con lo que priorizamos en los hechos y en la dedicación de tiempo y esfuerzo, versus las primeras respuestas que parecen más slogans o formas de parecer buenos pa/madres, ciudadanos/as o seres humanos. ¿Qué es lo que realmente te importa a ti? más allá de lo inmediato, sin fórmulas sociales, sin respuestas de cortesía. Decimos que los hijos son primero, y en muchos casos ellos/as casi no nos ven. Decimos te amo, y dejamos que los celos, la rutina, la violencia, el trabajo, otras personas y/o los fantasmas del pasado dominen el terreno. Decimos que México es primero, pero lamentamos que esté tan lleno de mexicanos/as.

Un enorme alejamiento de atender lo que realmente importa ocurre con algo que en sociología se ha dado en llamar institucionalización. En un primer momento hay un sentido positivo de institucionalizar, pues corresponde con definir y establecer una forma efectiva o al menos aceptada para resolver una situación social o cultural y de ese modo facilitar que el colectivo sepa qué hacer en casos así, es como un gran aprendizaje social. Ya Focault nos advertía de cómo al cabo del tiempo lo instituido puede empezar a revertirse en una forma de control desde esos procederes aceptados, al dejar de cuestionar y atribuirle un poder a la estructura y la forma por sí mismas. Visto desde la psicología, hay otra aplicación de la institucionalización, referida al proceso a través del cual las personas se empiezan a comportar y con el tiempo a definir (identidad) de acuerdo a lo que la Institución en la que se encuentran establece, anidando gradualmente su personalidad e idiosincrasia en las paredes, horarios, frases, procedimientos, costumbres e informes que allí son “lo correcto”.

Esta semana, la maravilla de hacer mi trabajo ocurrió en la grata compañía de amigos/as guerrerenses, con la amable anfitrionía del Instituto Electoral y de Participación Ciudadana de ese querido estado. Presentándoles el Dossier de la Democracia que hicimos en Yucatán (disponible en la página iepac.mx), reiteraba cómo lo aprendido en el kínder se mina un poco al descuidar hacerlo y se mina horrores haciéndolo sin el sentido y la magia originales. Y que gradualmente vamos participando cada vez menos y en menos situaciones de nuestra comunidad, quizá un tanto producto de las respuestas de la primaria, pero sobre todo confundidos al priorizar lo urgente, lo usual, sobre lo verdaderamente importante.

Y concluíamos que tenemos que revertir esto. Asumirnos ciudadanos/as en el sentido que mi hijo a los cuatro años le daba: cuidadanos, cuidadores de lo que es de todos; entender que lo público en efecto es nuestro, y reaccionar a ello como lo hacemos cuando algo en casa o en la familia es dañado o requerido. Decidirnos a tomar para nosotros/as las calles, los parques, los servicios públicos, las decisiones de gobernanza, la seguridad, el bienestar comunitario, defenderlos, usarlos, mantenerlos limpios y funcionando. Ofendernos y actuar en consecuencia ante un parque dominado por la delincuencia o en abandono, un hospital abarrotado que no puede atender con dignidad y urgencia a cualquier enfermo, un acto fallido de seguridad pública o un manejo deshonesto de nuestros recursos.

Claro, este es un proceso de toma de conciencia, decisión y empoderamiento, personal y colectivo, complicado y cada vez más difícil con tantos distractores y necesidades apremiantes. Debemos ser Utopistas (capaces de enfocar cómo deberían de ser las acciones y relaciones para que cada vez convivamos mejor) y Persistentes (mantener el esfuerzo hasta lograr avances y seguir). Además del “sí se puede”, instalarnos en hacerlo y hacer alianzas, dialogar y enfocarnos a los cambios en la pareja, la familia, el vecindario, la escuela, el equipo, el trabajo, la asociación/institución, la colonia, la ciudad, el estado y el país.

Pero es necesario un énfasis especial en los/as servidores públicos, para quienes sus necesidades son cubiertas por las contribuciones de todos/as, que pagan sus sueldos y los recursos que emplean. Tienen que estar alerta ante la institucionalización que acecha en los “bajos sueldos”, las frustraciones, los jefes que no dan el ejemplo, la burocracia o el sindicato y “la ciudadanía que no coopera”. Prohibido aceptar que “así son y así serán las cosas” o tomar la actitud de “no está en mis manos”, ni se diga el “yo hago como que trabajo y ellos hacen como que me pagan” o “el que no tranza no avanza”. Cada día se nos requiere iniciar con un “buenos días” lleno de buenos deseos y un “¿cómo éstas?” que sí espere con empatía una respuesta, lo mismo a compañeros/as que a la gente a la que servimos (y nos paga). Y, enseguida, volver a decidir: ¿vivo hoy intensamente el servicio que brindo o me dejo caer en la institucionalización que hace inservible, lejano y hasta odioso mi trabajo.

Las instituciones no están allí para tener la confianza de la ciudadanía, no es el punto; porque confianza viene de fe, y eso es creer sin ver, por mera decisión personal. La misión diaria es captar, enfocarse y atender el interés de la gente a la que tenemos que servir, por ley todos/as y por vocación los que hoy decidimos vivir intensamente nuestro trabajo. La confianza, el respeto, la colaboración, el reconocimiento de la gente a la que servimos muchas veces llega en consecuencia, cuando suficientes servidores públicos coincidimos y nos aplicamos a vivir intensamente y cumplir las funciones sin perdernos en la institucionalización.

Estaba yo decidiendo si sería este un buen tema para publicar, cuando inundan, a mis grupos en whatsapp y mis búsquedas en línea, las palabras de Rosario Ibarra (92 años), en boca de su hija, dando una cátedra de la diferencia entre lo importante y lo accesorio; la distancia entre “nuestros impuestos están trabajando” y hago lo que te ofrecí cuando quería que me dieras el puesto. ¿Quién no valoraría, ante la plana mayor de los tres poderes del estado mexicano, recibir la condecoración que sólo se otorga a los ciudadanos/as más destacados (la Medalla Belisario Domínguez)? Pues la de Rosario ahora estará “custodiada” por el Presidente de la República esperando que, en vida, esta luchadora social alcance a recuperarla, lo cual sólo ocurrirá si viene acompañada de la respuesta que le importa, la que le hizo dedicar su vida a una lucha que se puede premiar con un distintivo, pero ganar sólo con esa respuesta.

Parece que el problema no son los malos/as, ni que realmente sean tan malos; el asunto real es lograr que los buenos/as (que somos muchos/as más) efectivamente actuemos bien, juntos/as y por el tiempo suficiente hasta ganar suficientes batallas.

Jorge Valladares Sánchez
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