Homenaje a Sartori.
Por: Leo Zuckermann.
El italiano era implacable cuando alguien hacía una pregunta estúpida.
Tenía unos ojos muy expresivos. Cuando hablaba, gesticulaba y movía su mano derecha. A menudo alzaba su ceja izquierda. Solía calarse unos pequeños anteojos en el medio de su nariz. No era el típico académico inseguro. Por el contrario, derrochaba una gran confianza que, sí, podía convertirse en arrogancia. Era carismático y coqueto con las mujeres, aunque siempre caballeroso. Los estudiantes europeos y latinoamericanos (en especial, “sus mexicanos”, como nos decía) lo adorábamos: era la perfecta estampa del viejo profesor inteligente y cabrón. Los estadunidenses, en cambio, le rehuían por considerarlo rudo y hasta ofensivo.
Sartori era implacable cuando alguien hacía una pregunta estúpida, utilizaba una falacia o abusaba del idioma. En una ocasión, reprendió a un estudiante estadunidense por utilizar un acrónimo, como se hace con toda naturalidad en ese país. “Quizá le respondería si supiera a qué se refiere usted con eso de IR”, le dijo. El maestro claro que sabía, pero no dejó pasar esa bola. El alumno, atónito, le contestó que todo mundo sabía que IR era “international relations”. A continuación, el profesor le explicó la importancia de hablar correcta y claramente en la academia. No por pedantería. Al revés, Sartori estaba haciendo su trabajo de educación pura y dura. Porque, más que llevarme los conceptos básicos de su teoría democrática en aquel seminario en la Universidad de Columbia, el último que daría antes de jubilarse, lo que aprendí de mi maestro Sartori es la importancia de la lógica y el lenguaje en el desarrollo de las ideas.
Tenía un gran sentido de la ironía y el sarcasmo. Un día nos pidió leer Un prefacio a la teoría democrática del politólogo estadunidense Robert Dahl. “El día que ustedes sean politólogos de verdad, ese día van a escribir un libro como éste”, dijo al comenzar la clase donde lo analizaríamos. Acto seguido, se pasó varios minutos explicando las enormes virtudes del ensayo de Dahl para terminar diciendo: “Lástima que esté completamente equivocado”. Esperó a que nos acabáramos de reír para luego argumentar, con lógica impecable y en su perfecto inglés, los defectos del ensayo en cuestión.
Le fascinaba el tema de la democracia. Desarrolló una teoría que publicó en inglés en dos volúmenes (The Theory of Democracy Revisited). No son nada fáciles de leer. Sartori se pone del lado de los teóricos elitistas de la democracia moderna que, según él, sí tiene un adjetivo: liberal. He aquí un régimen político donde una mayoría elige a una minoría para que la gobierne. Quizá, la mayor fortaleza de este libro es el intento de integrar las teorías descriptivas y prescriptivas en una sola: la de lo democráticamente posible.
Pero el teórico de la democracia era, también, un ferviente defensor de este sistema político. De ahí que siempre estuviera pensando en las amenazas contemporáneas a la democracia liberal. Hacia al final de su carrera, escribió dos diatribas muy provocadoras: una contra la televisión y otra contra el multiculturalismo.
En Homo videns: la sociedad teledirigida (1998), Sartori critica la vulgaridad del medio de comunicación más importante en ese momento: la televisión. Si el homo sapiens era un ser caracterizado por la capacidad de pensar, de generar abstracciones, se estaba convirtiendo en un homo videns por culpa de la televisión: “Una criatura que mira, pero que no piensa, que ve pero que no entiende”. Y esto era una amenaza para la democracia liberal porque permitiría la elección de bufones televisivos como miembros de esa minoría que tenía que ser ilustrada: la del gobierno. No es gratuito que Sartori haya aborrecido y criticado duramente a Silvio Berlusconi, primer ministro italiano que llegó al poder gracias a la banalización televisiva. El gran profesor ya no tuvo tiempo ni vida para analizar a Donald Trump porque…
El segundo ensayo es La sociedad multiétnica (2001) donde rechaza a los defensores de la multicultura y la acción afirmativa acusándolos de liberales falsos que tienen el propósito de aniquilar el pluralismo y la tolerancia. Es, de nuevo, el Sartori provocador, políticamente incorrecto, que le entra al debate pantanoso de la inmigración, sobre todo la musulmana a Europa. Se trata de una defensa a las sociedades abiertas, no desde la aberrante derecha intolerante, sino desde los mejores valores de la democracia liberal. “¿Hasta qué punto puede una sociedad pluralista acoger sin disolverse a enemigos culturales que la rechazan?” Vieja y compleja pregunta de los defensores de la democracia liberal.
Giovanni Sartori falleció a los 92 años de edad, el pasado 4 de abril. Vaya que lo vamos a extrañar ahora que la democracia liberal está tan amenazada.