Compartiendo diálogos conmigo mismo, por: Víctor Corcoba Herrero
(Uno debe descender a sus miserias para poder ascender a las cumbres
místicas del alma)
I.- EL ESPÍRITU MUEVE LOS
CORAZONES
Es el espíritu celeste quien nos restituye y guía,
el que nos orienta en la arteria de lo verdadero,
desconcertando la fuerza humana que nos mata,
y concertando otro valor y otra bravura interna,
que nos enciende y asciende al verbo que soy.
Uno es, en efecto, la virtud de cederse sin más,
y la palpitación de concederse la paz porque si,
de acogerse a la palabra y de negarse a no ser,
pues todo germina de nuestros mares interiores,
de ese oleaje vivido y de la placidez brindada.
Retornar al corazón es revestirse de esperanza
y vestirse del gran sueño de meditar y coexistir,
porque quien profundiza en sí mismo se halla,
que es como sentirse junto a ese orfeón orante,
dispuesto a corregirse y predispuesto a quererse.
II.- EL GOCE TRINITARIO EN LA SUBIDA
La mística trinitaria por si misma nos trasciende,
nos ramifica por ese espacio cósmico singular,
donde se irradia la glorificación del crucificado
y se manifiesta, que tras la sombra de la muerte,
vuelve la certeza del verso a revivirnos de gozo.
No hay mayor deleite que tornarse contemplativo,
que vislumbrar a las tres personas eternas en una,
sobre la noble escena de la Ascensión del Señor,
en el cual todo se abraza y se funde poéticamente,
en un soplo de aires que confortan y reconfortan.
Regrese la decencia a nuestros bajos horizontes.
Sepamos mirar y vernos en esa fuente de perdón.
Reconciliados con nuestros andares de aquí abajo,
nos aguardan otras visiones para llegar al Padre,
la de seguir a Cristo y la de proseguir sus pasos.
III.- UN MENSAJE DE ILUSIÓN
Jesús nos restaura el poema naciente de la vida.
Nos eterniza y estremece con su vuelta a la gloria.
Hace lo que le atañe, sin olvidar la naturaleza
humana que recibió de María, llenándonos de luz,
vaciándonos de mal, satisfaciéndonos de amor.
Cuando el señor nos crea, nos recrea y redime,
nos activa el deseo con la imagen de la ternura,
nos mueve y nos conmueve dándonos ilusión,
facilitándonos con el consuelo rehacer y renacer,
abriéndonos sus puertas, recubriéndonos de bien.
El Redentor, vivificado y elevado al reino divino,
continua vivo entre nosotros, persiste su llama,
alentadora y estimulante ante todo lo mundano;
no para evadirnos de la historia de caminantes,
sino para infundir confianza en nuestro camino.