Por: Eduardo Menéndez Gaber
Cada 24 de febrero, los mexicanos conmemoramos el Día de la Bandera, un
símbolo que representa nuestra historia, lucha y unidad como nación.
Más que un estandarte, la bandera de México es un reflejo de los valores que nos
han definido a lo largo del tiempo y un recordatorio de los sacrificios que permitieron
la construcción del país que hoy conocemos.
La actual bandera mexicana, con sus colores verde, blanco y rojo, fue adoptada
oficialmente el 16 de septiembre de 1968, aunque sus raíces se remontan a la
época de la Independencia. El diseño se basa en la enseña del Ejército Trigarante,
que en 1821 marcó el fin del dominio español y el nacimiento de una nación libre.
A lo largo de los años, ha pasado por modificaciones, pero ha conservado su
esencia y significado: el verde simboliza la esperanza; el blanco, la unidad y la
pureza; y el rojo, la sangre derramada por los héroes patrios.
En el centro, el escudo nacional nos remonta a la leyenda fundacional de
México-Tenochtitlán. Según el mito, los mexicas recibieron la señal de Huitzilopochtli
de que debían establecer su ciudad en el lugar donde encontraran un águila
devorando una serpiente sobre un nopal. Esta imagen, capturada en nuestra
bandera, es más que un símbolo histórico: es una prueba de la tenacidad y la visión
de nuestros antepasados.
A lo largo de la historia, la bandera ha ondeado en momentos de gloria y también en
tiempos de adversidad. Ha sido testigo de batallas, movimientos revolucionarios,
victorias y momentos de unidad. Desde los campos de guerra hasta los podios
deportivos, ha sido un estandarte de orgullo para millones de mexicanos dentro y
fuera del país.
Hoy, al mirar la bandera, no solo vemos un emblema patrio; vemos nuestra
identidad reflejada en sus colores y en su historia. Honrarla es reconocer el pasado,
valorar el presente y construir un futuro donde los principios que representa sigan
guiando a México hacia la grandeza.


