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La campaña infinita

José Francisco Lopez Vargas
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Claroscuro, por: Francisco López Vargas.

El sueldo de los políticos debe bajar, pero el sueldo y salario de quienes son especialistas debe permanecer en aras de no desmantelar la administración pública para convertirla en una mediana, casi tirando a mediocre.

Mientras en Yucatán todo está preparado para la toma de posesión del nuevo gobierno, en la campaña que ha retomado el presidente electo para agradecer el voto mayoritario de los mexicanos sólo ha ratificado que sus palabras deben tomarse con mucha precaución: las dice de acuerdo con su auditorio y se disgusta cuando se publican y generan reacciones críticas a sus afirmaciones.
No maten al mensajero, dice una máxima que bien podría aplicarse. Los periodistas sabemos cómo hacer nuestro trabajo y si bien nuestra labor es decir lo que pasa somos los menos responsables de lo que los actores políticos dicen. Nuestra labor es sólo plasmar esos dichos y ver qué opinas los otros actores sociales sobre ellos.

El presidente electo pareciera que no termina de entender que ya ganó la elección, que no necesita usar arengas falsas para ganar simpatías, pero pareciera que esos discursos sólo le sirven para justificar que mucho de lo que propuso simplemente no podrá realizarlo y menos como lo propuso originalmente.

Para el presidente electo sus reyertas personales son la base de su justificación. El país está en bancarrota, dice, desde hace 30 años cuando se implementó el modelo neoliberal por Carlos Salinas de Gortari.

El presidente López nunca habla del presidente Ernesto Zedillo. No puede. Para él, Zedillo fue un tanque de oxigeno que no sólo le permitió una alianza que lo dejó competir por la jefatura de gobierno de la Ciudad de México sin tener la residencia sino que está remolcando a personajes centrales de esa administración que él no ve como neoliberal: Esteban Moctezuma, será su sectario de Educación; Olga Sánchez Cordero su secretaria de Gobernación, sólo para subrayar a dos de los más visibles personajes impulsados por el presidente Zedillo.

Insisto: cuando una persona tiene que decirle a todos que él es honrado, que no miente y que no traiciona es precisamente porque sí lo hace pero necesita aceptación de sus interlocutores para tener la certeza de que lo aceptan.

La eterna campaña del presidente lo llevará a no tener escolta del Estado Mayor Presidencial tan sólo porque no quiere que lo vigilen, que le sigan los pasos personas que no pueden ser confiables para él y que necesariamente tendrán que reportar sus actividades y responsabilidades a sus superiores.

Sin embargo, para él esa desconfianza hay que venderla como una certeza y una demostración de que el pueblo bueno lo protege, los cuida y nunca le haría daño. El problema es que cuando un presidente afecta tantos intereses, siempre habrá alguien dispuesto a frenarlo. Así pasó con Luis Donaldo Colosio, con Ruiz Massieu sólo por citar los dos casos más recientes.

Empero, el presidente electo se olvida de que su vida ya no sólo importa para él sino para el país: un atentado a su persona dañaría la imagen internacional del país, provocaría una devaluación, una caída en la bolsa de valores y una fuga de capitales. Eso es lo que él no entiende en aras de su popularidad que, por lo que se ve, es más importante que la estabilidad social y económica del país.

Sus arengas políticas contra Salinas, Calderón, Fox y demás ex presidente únicamente han exacerbado el rencor social, pero evita castigar hasta con declaraciones a quienes hemos visto operar para el poder político mediante desvío de recursos cuyo destino no sabemos si fue electoral, personal o una cuota de agradecimiento a quien los nombró miembros del gabinete.
Al negarse a hacerlo, López Obrador acredita que está dispuesto a perdonar todas las desviaciones siempre y cuando a él lo dejen gobernar como lo pretende.

El descrédito que ahora le propina al Banco de México al señalarlo como único responsable de una crisis económica y cambiaria desvía la atención de que él controla el Congreso, la política hacendaria y recuerda cuando el presidente Luis Echeverría decía que la política económica nacional se manejaba en Los Pinos. Esos tiempos han cambiado, pero las prácticas del pasado bien que pueden volver a convertirse en crisis recurrentes como las vividas con Echeverría, López Portillo, De la Madrid, Salinas y Zedillo.

Desde los días de Fox, México ha mantenido un manejo económico eficiente que le han valido calificaciones internacionales que no sólo no han frenado las inversiones sino que presentan al país como un objetivo económico atractivo para la inversión extranjera.

El tema de los sueldos y salarios del gobierno Federal ha empezado a mermar no sólo el ánimo de quienes ya colaboran en ese ámbito sino que tampoco logran convencer a quienes son expertos en diversas áreas a sumarse a un gobierno que les pagará poco y les exigirá mucho y no sólo en tiempo sino también en responsabilidad.

El sueldo de los políticos debe bajar, sin duda, pero el sueldo y salario de quienes son especialistas en diferentes áreas debe permanecer en aras de no desmantelar la administración pública para convertirla en una mediana, casi tirando a mediocre.

El anuncio de la reducción de sueldos y salarios y el de la desconcentración administrativa enviando a las secretarías al interior del país sólo tiene un objetivo: acelerar las renuncias y las solicitudes de jubilaciones para dejar espacios suficientes para meter a sus leales y desde ahí consolidar su proyecto de nación más de su próximo sexenio.

Hoy, con el control del Congreso en pleno con las mayorías en el Senado y en la Cámara de Diputados, a López sólo le falta maniobrar, eso hará la ex magistrada Cordero, para tener una Suprema Corte de Justicia a modo que le permita entronizarse sobre los tres poderes de la nación y desde ahí convertirse en el nuevo mesías y gran salvador del pueblo.

Deseo estar equivocado porque si a López Obrador le va mal y se equivoca, lo lamentará todo el país. Esperemos haya mesura y siente cabeza. La campaña no es infinita.

José Francisco Lopez Vargas
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