Entretenimiento, por: David Moreno
La Casa de Papel se convirtió en un fenómeno a nivel global por una razón muy importante: la empatía que el espectador desarrollaba hacía sus personajes. A quien veía la serie le importaba que los atracadores de la Casa de Moneda llevaran a buen término su acto criminal y la razón era muy sencilla: el robo realmente era un movimiento de resistencia en contra del sistema capitalista, un sistema injusto en el que los perdedores rara vez son los que detentan el control del mismo.
La serie era genial porque a pesar de sus clichés, de sus fallos en el guión y de utilizar viejos recursos del lenguaje audiovisual como los cliffhangers (la técnica que presenta una situación para generar suspenso y que el espectador quede enganchado a la acción con el deseo de saber cómo se resolverá el asunto), lograba una conexión especial por ese grupo de personajes tan disímiles que liderados por el astuto y genial Profesor le plantaban cara a todo un Estado para terminar poniéndolo de rodillas. El final de las dos primeras partes de La Casa de Papel fue redondo: triunfaron los que nunca ganan, los que históricamente están destinados a perder. Hubo un costo, claro, pero al término de las dos entregas se queda con esa sensación que se produce cuando un buen libro se cierra y uno sonríe porque los últimos párrafos han concluido la historia de manera perfecta.
Pero como sucede recientemente con todas las narrativas audiovisuales que tienen éxito, los finales perfectos son cada vez menos comunes. Hay que explorar más allá de los mismos porque así lo reclaman las monedas, así lo desean muchos televidentes que tienen la necesidad de consumir sin importar que la calidad del producto vaya en detrimento de lo que alguna vez nos maravilló y encantó.
Y así ha llegado La Casa de Papel 3 y ha sucedido lo que suele pasar en estos casos: se ha convertido en una serie más, una que termina por perder ese factor sorpresa de sus dos primeras entregas y en la que toda aquella narrativa anti sistema lucha, sin mucho éxito, por mantenerse a flote. El gran problema me parece que recae en los motivos para realizar un nuevo atraco, pues en las dos primeras partes estos eran revolucionarios, disruptivos y con razones que estaban por encima del interés personal de cada uno de los atracadores.
En contraste, el regreso a las andadas de la banda liderada por el Profesor (Álvaro Morte) están más ligadas a los sentimientos personales y a las relaciones intrapersonales que se han generado entre los protagonistas de la historia. Se pierde entonces ese discurso insurgente, rebelde, para entrar por momentos en los peligrosos terrenos del melodrama que poco tenían que ver con lo que los creadores del programa nos habían presentado anteriormente.
La introducción de personajes antagónicos, particularmente el caso de la inspectora Alicia Sierra (la siempre maravillosa Najwa Nimri), y su desarrollo funcionan para darle un respiro a situaciones que ya hemos visto con anterioridad. Y mientras personajes como Nairobi (Alba Flores) alcanzan un desarrollo interesante, otros como El Profesor dejan a un lado las características que los hicieron particulares para centrarse en sub tramas que traicionan a lo que una vez fueron dentro de la narrativa de La Casa de Papel. Otros como la inspectora Raquel Murillo (Itziar Ituño) de plano terminan por convertirse en pesadas piedras que arrastran a la trama por rumbos que poco tienen que ver con lo que tanto había funcionado en las entregas anteriores del programa.
A pesar de lo anterior la serie logra mantener momentos de interés y el último capítulo de la tercera parte genera una tensión dramática que remite a lo que el programa fue en su momento. ¿Hay esperanza para una cuarta parte mejor lograda?, es difícil decirlo. Dependerá sobre todo de que tanto la trama vuelva a generar sorpresa, de que tanto el desarrollo de los personajes recupere el camino y sobre todo que éste genere que a uno vuelva a importarle el destino de los mismos.
Ojalá y así sea, porque un fenómeno como La Casa Papel no merece un final común, especialmente porque ya tuvo uno que fue apoteósico pero que ha sido desperdiciado en pos de la explotación comercial que tiene la tendencia a arruinarlo todo. Ya veremos.