La Revista

La desaparición de los partidos

José Francisco Lopez Vargas
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Claroscuro, por: Francisco López Vargas.

Las elecciones de 2018 serán un parteaguas para el
futuro del país. Muchos partidos políticos desaparecerán después de los
comicios como actualmente los conocemos y los cambios que veremos serán la
nueva realidad política del México de hoy.

El triunfo electoral del primer domingo de julio
pareciera definido, pero me niego a afirmar que será inevitable. En las
elecciones, las sorpresas siempre nos asaltan muchas veces no para bien.

Me preguntaba un internauta en mi cuenta de tuiter
si un periodista puede hablar todos los días contra un candidato presidencial y
entendí que se refería a quienes somos críticos acérrimos de Andrés Manuel
López Obrador.

Mucha gente aún no entiende que cuando uno escribe
en un periódico o revista un artículo o una columna en la sección Opinión o
Análisis es precisamente eso: la opinión de uno y está en el lector si la
acepta, la increpa, la defiende o la combate. A eso se le llama discusión, se
le llama argumentación, pero nunca será una imposición.

Algo similar ocurre cuando uno publica algo en redes
sociales: es la opinión de cada quien en su muro y está en otros seguirlo,
compartirlo o aceptarlo o no. En ningún caso se justifica el insulto, la ofensa
y menos, claro está, la agresión por lo que uno piensa, escribe o comparte. Eso
es intolerancia.

Les invito a leer a continuación la columna que el
periódico Reforma publica los lunes a Jesús Silva Herzog Márquez, esta semana
con el título “La ambición hegemónica”:

No hay aduana en
Morena. Los ambiciosos pueden venir del PAN o del PRI y alojarse de inmediato
en Morena. Pueden haber servido al sindicalismo más corrupto o haber trabajado
para las satrapías más siniestras. Para acampar en Morena no se necesita dar
explicación. Olga Sánchez Cordero, propuesta por Andrés Manuel López Obrador
para ocupar la Secretaría de Gobernación, piensa que esa política muestra el
carácter incluyente del partido. Más aún: cree que afiliar sin pedir el mínimo
requisito pone en práctica el principio constitucional de no discriminación.
Aquí no discriminamos a nadie, parece decir con orgullo. En realidad, esa
carencia revela que Morena no se concibe como un partido, sino que tiene la
ilusión de encarnar todo el mundo político. ¿Es casualidad que Morena rechace
la pe de partido en su nombre?

Un partido es un ángulo no la totalidad
del aro. En la tradición democrática, todo partido se reconoce como fragmento,
como una porción organizada de la sociedad unida por ideas y proyectos comunes.
Desea, por supuesto, la expansión. Quiere crecer, propagar su proyecto,
multiplicar su influencia. No puede ser una asociación hermética, pero pierde
sentido cuando arrolla los contornos indispensables. Como órganos del
pluralismo, los partidos necesitan membranas que los separen de sus
adversarios, que den sentido a la pertenencia y que sirvan de orientación a los
votantes. La fervorosa convicción antipluralista del fundador de Morena ha
sellado a la criatura. En la campaña del 2018, impulsado también por la enorme
cargada de oportunistas, Morena pretende presentarse como la síntesis política
de México. La voz de la legitimidad histórica.

Temo que la coalición que se ha formado
en esta temporada trascienda la estrategia electoral. No se trata solamente de
ampliar la base de votantes sino de rehacer el mapa y la dinámica de la
política. El partido más joven del escenario nacional se perfila a ganar la
Presidencia de la República. Pero eso, tal vez, sea lo de menos. Lo que viene
no es una simple alternancia como la del 2000. Estamos por presenciar la
sacudida más profunda al sistema de partidos que hayamos vivido en nuestra
historia moderna. No dedico tiempo a examinar la crisis de sus adversarios.
Simplemente digo que bien podemos anticipar que el PRI quedará reducido a la
irrelevancia y que el PAN se sumirá en una profunda crisis interior que le
dificultará plantar cara a la nueva hegemonía.

Eso es lo que imagino: no una nueva
mayoría, sino una nueva hegemonía. No un nuevo partido mayoritario sino un
avasallador bloque político. Será un bloque amplio, popular, legítimo.
Representará una esperanza de oxigenación. Presumirá mandato. En el tercer
intento de López Obrador, está puesta la mesa para una sacudida histórica. El
profundo desprestigio del proyecto de modernización, la barbarie de la
violencia cotidiana, la obscenidad de la corrupción preparan una mudanza sin
precedentes. Es de esperarse que el terremoto de julio será acompañado por
réplicas sucesivas. Tras el voto, seguirán seguramente las migraciones hacia el
campo de los ganadores. La nueva hegemonía, recuerdo de la previa, tendrá
satélites. Los ultras serán de gran utilidad para ese proyecto que busca cubrir
todo el arco de las posibilidades públicas. La nueva hegemonía podrá definir la
ley e irá ocupando poco a poco los órganos del Estado. Y a diferencia de la
hegemonía postrevolucionaria, tendrá un carácter marcadamente personal. Una
hegemonía al servicio de la Cuarta Estatua.

Aún antes del voto, podemos decir que la
vieja brújula está rota. Muy pronto tendremos otro cuadrante y una nueva
cartografía. Si cambiará la mecánica del poder no será solamente porque las
piezas se reacomodarán, sino porque las ambiciones son de otra naturaleza: el
relato de la Cuarta Transformación debe ser tomado en serio. El cuento importa
porque, más allá de su dirección, significa un rechazo a las cadencias del
reformismo y, sobre todo, a sus exigencias de moderación. El argumento
histórico de López Obrador es precisamente que el reformismo es una trampa, una
farsa. El cambio auténtico supone abandonar esa ruta de negociaciones que, a su
entender, es el camino de las traiciones.

Todos estaremos a prueba”. (fin de la transcripción).

No
todos estamos de acuerdo en el nacimiento de este bloque político y tampoco con
que su elección es inevitable, pero el retroceso si es evidente: se reconstruye
un bloque peor que el PRI que combatimos desde los 60´s. Hagamos algo más,
aunque sean patadas de ahogado…

José Francisco Lopez Vargas
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