Raúl Asís Monforte González. 15 de junio de 2024.
Conforme algunos de los principales mitos van siendo destrozados por la realidad, la industria automotriz se está subiendo a una supercarretera de alta velocidad hacia la electrificación.
Hace algunos años, no muchos, fui invitado a impartir una conferencia en un Foro de Energía llevado a cabo en Mérida, Yucatán, en el que hablé del futuro que se veía venir para el transporte, la energía y algunas otras tecnologías. Un periódico local tituló así la crónica del evento en su edición del día siguiente: Pronostican para 2024 el fin del motor de combustión interna.
Hasta hace poco tiempo, entre tres y cinco años, muy pocas personas creían que la transición hacia los vehículos eléctricos podría suceder muy rápidamente. Los negacionistas tenían muchos argumentos para pensar que el cambio sería lento o que jamás sucedería del todo, y entre ellos destacan básicamente tres que hasta hoy siguen repitiendo con frecuencia, y todos ellos están equivocados.
Uno es el precio de adquisición de un vehículo eléctrico, “son muy caros”, decían. Además, no tienen suficiente autonomía, la frase más recurrente era “no puedo llegar a Cancún, y si lo hago, ya no regreso”. El tercer pretexto va muy relacionado con el anterior, “si compro un auto eléctrico ¿dónde lo cargo y cuánto tiempo me toma hacerlo?”
Aunque ciertos, esos argumentos son solamente válidos para una serie de circunstancias particulares en un momento preciso de la historia. El error está en considerar esas circunstancias inamovibles, o en pensar que los cambios no podrían ocurrir con la suficiente rapidez.
El precio de un producto o servicio ha sido siempre y seguirá siendo el gran diferenciador para posicionarse en el mercado y provocar una adopción masiva, así que alcanzar la paridad de precios entre un automóvil con motor eléctrico y uno con motor de combustión interna resultaba crucial. Pero es extremadamente difícil hacer una comparación justa. Si eres propietario de un Corolla de Toyota, ¿podrías señalar con exactitud cuál es su equivalente en otra marca? ¿Te gusta un Sentra de Nissan? ¿O un Mazda 3? Resulta muy subjetivo, y eso se complica más al tratar de comparar uno de combustión con uno eléctrico.
Una opción generalmente aceptada internacionalmente para definir la paridad de precios en este sector de manera objetiva es “el punto en el cual el automóvil eléctrico promedio cuesta lo mismo que el vehículo promedio de combustión interna, excluyendo subsidios gubernamentales y los ahorros futuros en uso de combustible”. Ese punto se alcanzó desde finales del año pasado, y esa es la razón de que estemos observando un incremento exponencial en las ventas de autos eléctricos hoy.
En términos de autonomía, ya muchos modelos eléctricos vienen con rangos iguales o superiores a los que ofrecen sus similares de combustión interna, los avances tecnológicos de las baterías, su densidad de carga y reducción de precios, han facilitado este cambio.
El temor de no tener dónde cargar el auto, ocurre principalmente por seguir pensando dentro del paradigma erróneo de que “tengo que ir a una gasolinería”. Los que se han atrevido a dar el paso de adquirir un eléctrico, han terminado por darse cuenta de que la estación de servicio está en su propia casa o en su oficina, así que con tener ahí un cargador, tienes solucionado en más de un ochenta por ciento el problema. Y por el otro veinte restante, no te preocupes, se está resolviendo muy rápidamente.