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La intertextualidad en las manzanas de Martha Chapa

Aída López Sosa
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Por: Aida Maria Lopez Sosa. 

“La
manzana es el primer nombre de la mujer”. 
Martha
Chapa

La sensualidad de los sabores ha seducido a
más de un artista. A lo largo de la historia, estos han logrado un afortunado
maridaje entre la cocina y la disciplina estética a la que se consagran.
Conocemos los manjares que deleitaban el paladar de los virreyes de la Nueva
España en el siglo XV, gracias a las 37 recetas que Sor Juana recopiló y que a la
fecha degustamos. El compositor italiano
Gioachino Rossini, aficionado a la comida, en el siglo XIX, como una ópera
bufa, no dudó a los 37 años deponer las notas musicales por fórmulas culinarias
que llevaran su apellido como el Tournedo
Rossini
, servido en su restaurante parisino. En el siglo XXI la pintora de
las manzanas, Martha Chapa, fusiona su plástica con las delicias de la cocina
mexicana. Regia de nacimiento, con más de 35 libros de cocina y más de 300
exposiciones, nos deja penetrar la cáscara roja que la envuelve a la pulpa
suave y dulce de su universo, en una conversación íntima para La Revista
Peninsular.

La niña de las manzanas pasó el proceso de
la metamorfosis para llegar a ser lo que es, la pintora universal con un
lenguaje propio que la distingue en más de cinco décadas de exitosa carrera.
Cuenta que a los siete años una tarde de sábado, saliendo de comer cabrito, “el más delicioso de Monterrey”, cruzó
la alameda con su familia, padres y hermanos. En el kiosco vislumbró a dos
niños con una maestra que le pareció que estaban dibujando, se soltó de la mano
de su mamá y corrió a preguntar qué tenía que hacer para estar en el “grupo”,
la maestra se limitó a decirle que tenía qué saber si contaba con habilidades
para incorporarla. Era María Jesús de la Fuente de O´Higgins, esposa del reconocido
muralista Pablo O´Higgins. Es así como Martha inició su carrera sin saber hasta
dónde llegaría. Hoy es el orgullo de su primera mentora que la conoció siendo
semilla.

Martha revela la fuerte identificación con
su línea paternal. Su padre, urólogo de profesión, la inspiró a estudiar tres
años de la carrera de medicina, sin embargo, fueron las dos hermanas de él, sus
tías, quienes definieron sus pasiones por la pintura y la cocina, ambas
brillantes. La “sirenita Marthis”, como la llamaba su papá de cariño, cada vez
que se ausentaba por lo impredecible de la profesión, le dejaba en su buró una
bolsa de “jugosas manzanas rojísimas
de la frutería “La Victoria”. Cuando despertaba y las veía, sabía que papá
estaba ausente. Las manzanas dulces la acompañaban hasta el retorno del
patriarca, a quien la sirenita le demandaba tiempo de convivencia, plática y
conocimiento, evidencia de su curiosidad por comerse al mundo de un mordisco.

Posterior se trasladó a Ciudad de México
para profesionalizar lo que hasta ese momento era un pasatiempo que combinaba con
su carrera de medicina. Estudió en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y
Grabado “La Esmeralda”, perteneciente al Instituto Nacional de Bellas Artes,
bajo la tutoría de artistas como Luis Sahagún, Eugenio Mingorance, entre otros.
En la década de los sesenta inició su obra plástica. No siempre la manzana
permeó su obra, aunque refiere que andaba en la búsqueda de la primigenia. En 1970
el óleo sobre tela “Aroma de inocencia”, muestra el desnudo de su hija Martha
con coletas aspirando el aroma de las teresitas. En 1974 en el óleo sobre tela
“Sirena” –así la llamaba papá-, pinta uno de sus primeros desnudos adultos: la
modelo de espaldas frente a su cama. En 1977 “Descubriendo su mundo”, es otro
de los desnudos infantiles, donde una niña en cuclillas le da la espalda a un
perro en segundo plano, que husmea una manzana roja -quizá la incursión de la
fruta en su plástica-. Es en los ochenta que la manzana se convierte en una
constante con sus diferentes posibilidades: con alas como una mariposa en el
“Vuelo de noche” (1981); como un perla en su ostra en “El deseo de la arena”
(1983). Sola y mordida frente al volcán Popocatépetl: “En busca del peso
perdido” (1985), es una metáfora de la devaluación que sacudía al país en aquel
entonces. Óleo creado para una exposición colectiva donde coincidió con José
Luis Cuevas.

Rodeada e influenciada por los artistas e
intelectuales de la segunda mitad del siglo XX, Martha recibió comentarios y consejos de sus amigos y
maestros. Rufino Tamayo opinó que: “Su trabajo está cada vez más logrado y
responde con mayor evidencia a su concepto de erotismo.
David Alfaro
Siqueiros en una carta fechada en 1972, le aconsejó que diera el salto a una
nueva concepción del realismo: “Adelante,
créeme, que con estas premisas que son sinceras, puedes llegar muy lejos”.
José
Luis Cuevas en un viaje relámpago a México visitó su estudio y aunque su
intención fue quedarse tan solo unos minutos, permaneció más de tres horas
embrujado por el aroma de los platillos que la pintora cocinaba, que al igual
que su pintura, son productos de su imaginación, -leído en una misiva de Cuevas
en 1972. Fernando Benítez la definió como una “mujer frutal y bellísima, verdaderamente tiene la piel de los
duraznos, su aroma y su redondez sensual. Esta Eva pinta manzanas vivas”. “En
las manzanas que pinta Martha Chapa veo sutilmente conjugados los dos aspectos
del problema: la tentación y la caída”
, escribió Salvador Elizondo. Pita Amor en
una carta datada en 1984, expresa su descubrimiento del arte a través de un
cuadro de la artista que observó una noche desde su lecho. Definió la manzana
metálica, melancólica, sombría, con el carmín imperturbable. La epifanía de su
estética se develó cuando una diabólica electricidad le recorrió el
cuerpo.

Martha Chapa tiene el mérito de haber sido
la primera mexicana cuya obra se expuso de manera individual en la Galería de
Arte Moderno (1983), bajo el título: “Frutal e Intelectual, la Pintura de
Martha Chapa”. Con exitosas exposiciones alrededor del mundo, la artista
disfruta cocinar y escribir; ahí es donde se da tiempo para reflexionar acerca
de los misterios del alma. Un bouquet
de aromas, texturas y colores, se manifiestan en su arte: “Pintar una manzana es pensar todas las manzanas”.

La sencillez es cualidad
de los grandes. Martha con su afabilidad, bonhomía, refinamiento, nos ofrece su
universo que sintetiza en una manzana que bien puede pasar desapercibida en la
cesta de un oferente, pero que con su pincel nos lleva a la promesa del
paraíso.

Aída López Sosa
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