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LA MALDITA POSMODERNIDAD

Jorge Valladares Sánchez
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Por: Jorge Valladares Sánchez *

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Desde el apogeo cultural de la Grecia Clásica, que mucho nos sigue guiando, hasta ahora (y probablemente antes), ha habido sabios, filósofos, teóricos, líderes o influyentes (influencers) a quienes citar para justificar la idea, habitualmente queja, popular: “cómo han cambiado los tiempos”. Nostalgia maquillada de admiración al recordar nuestro pasado personal (pues “todo tiempo pasado fue mejor”) o explicación que en parte justifica nuestra menor efectividad como padres (pues “en mis tiempos, qué le iba yo a responder así a mi mamá”) o acercamiento a una realidad exterior de las herramientas que disponemos ahora, sin revisar mucho la evolución o involución de nuestra forma de pensar individual y colectiva.
“Los jóvenes hoy en día son unos tiranos; contradicen a sus padres, devoran su comida y le faltan al respeto a sus maestros”. Frase que se le atribuye a Sócrates, bien podría ser un ejemplo de publicación (post) multi compartida multi lateralmente (viralizada) en la red global (internet) por padres y profesores de hace más de 2,400 años, si no fuera por obvias razones de la “tecnología” de entonces; pero hoy valdría el experimento de publicarla y saber si el número de reacciones y re publicaciones logra uno de los tres o cuatro éxitos que en tiempos actuales alcanzan para llamar influencer a más de uno/a.
Así como esa frase pudo ser descriptiva de la mirada colectiva de muy diversos siglos, incluido el actual, lo demás que aquí escribo igual podría decirlo de otras épocas. Pero quiero acentuar el tiempo que vivimos, y de él conversar sobre algunas situaciones y proponer posibilidades, por lo cual le pongo un nombre y un adjetivo. No para compararlo históricamente, sino para sintetizar de qué estoy hablando sin tener que repetir esta aclaración. Voy a referirme a características humanas y sociales que conservan un hilo conductor en lo que podemos llamar nuestra humanidad.
Pensando en las épocas y tiempos, podríamos procurar claridad revisando a quienes ya han escrito sobre las características del periodo en el que estamos. Díaz (2005) en su obra Posmodernidad nos da una panorámica de lo que es la época así llamada. Nos hace ver las complejidades temporales y conceptuales de un periodo de tiempo que se erige como alternativa a otro| cuyas características comparte. La Modernidad fue una ruptura con lo clásico y se caracterizó por su acento en la racionalidad y la búsqueda del progreso, en una articulación de la utopía en tres dimensiones fundamentales de lo humano: la ciencia, la moralidad y el arte. Hallar ese “no lugar” (utopía) en el que seríamos razonables, justos y estéticos. Cuando ese acento se pierde surge lo posmoderno, con la contradicción, en el uso popular, de que lo moderno signifique lo nuevo y lo posmoderno sea más nuevo que aquello que era nuevo.
En la posmodernidad se abandonan las utopías, se afirma el presente, hay un rescate de algunos elementos del pasado y el futuro es algo en lo que no es conveniente dar espacio a la ilusión. Hay sin embargo, una continuidad del hedonismo de varias épocas previas y un acento mayúsculo en la tolerancia, que van desde la reverencia al éxito económico hasta el espíritu de comicidad, que privilegia recurrentemente una atmósfera de buen humor, visible por ejemplo en el terreno de la política, donde ser percibido como aburrido hoy es un error más urgente de atender que el de ser percibido como corrupto.
En la Posmodernidad hay un sentido de “todo se vale”, que ante la rigurosidad de tiempos pasados suena aberrante, pero que se valida en el hoy por la efectividad que tiene para resolver lo que en determinada esfera se considere un problema, si bien no garantiza que valga para otros temas o incluso casos.
Harvey (1990) se refiere a la condición de la Posmodernidad y deja ver cómo se han superado, afinado o mejorado muchos elementos de la Modernidad, aunque no hay certidumbre acerca de la coherencia o el significado de los sistemas de pensamiento que los reemplazan. En alguna medida es el paso de la jerarquía a la anarquía, de la semántica a la retórica, del paradigma al sintagma, de la selección a la combinación, de la paranoia a la esquizofrenia, del origen y la metafísica a la diferencia y la ironía, y, claro, del significado, y la trascendencia al significante y la inmanencia.
¿Son realmente los tiempos los que nos hacen pensar que funcionamos ahora tan diferente? Incluso, ¿funcionamos realmente tan distinto a como funcionábamos antes? Seguramente en algunos temas sí, pero creo que no en tantos como suponemos. Veamos entonces el efecto de las herramientas de que disponemos.
Me refiero aquí a posmodernidad como una manera de enmarcar algunas tendencias de lo que podemos visualizar en el comportamiento social de las interacciones, comunicaciones y ocupaciones adoptadas cada vez por más gente, década tras década, desde que la tecnología digital inició esta carrera acelerada para convertirse en el sustrato cotidiano de las manifestaciones humanas.
Esta manera de usar el concepto lo acentúo con el adjetivo maldita, por ser una palabra llamativa, sí, cuya diversidad de significados sintetiza para mí circunstancias y efectos a los que considero que debemos poner atención si queremos comprender lo que sucede en varios elementos cotidianos. Cuando quiero referirme a los efectos positivos, omito ese calificativo, claro; pero hablando de los negativos me parece muy descriptiva la palabra maldita, pues varios de sus significados aplican perfecto. Maldita quiere decir execrable, o sea, apartada de lo sagrado, no reverenciable. También sirve para referirme al mal que se genera desde los efectos negativos de sus condiciones más influyentes, que para mí son 3 y las identifico más adelante. También me sirve el sentido de perversidad, como una forma de señalar el ir en contra de normas previas, algunas de las cuales ¡claro que servían! Y la palabra “maldita” también tiene el sentido de mala calidad, así como el de molestia o desagrado, que en algunos| aspectos me genera.
Entonces, son tres los que considero las características más influyentes del periodo de vida que compartimos: el acceso casi universal a casi cualquier cosa, el logro creciente en facilitar los procedimientos para conseguir casi cualquier cosa, y la reubicación de la antes llamada explosión demográfica del interior del hogar a la calle. Los efectos negativos de esas variables son el origen principal de que yo adjetive como maldita a esta multifacética época.
Gracias en parte a la digitalización, los dispositivos electrónicos que hace apenas 60 años eran ciencia ficción, maravillaban y generaban envidia un par de décadas después y hoy tienen una obsolescencia programada a periodos incluso anuales. Así, cada semana nos acercamos más y más al acceso universal a casi cualquier cosa, persona, situación… Sin abundar mucho, hoy casi cualquier persona podría hablar con un líder mundial o su persona más admirada con un par de contactos y el uso de los medios electrónicos. Tenemos en fracciones de segundo tanta información en torno a cualquier tema que tenemos que decidir cuál leer (entre las que el algoritmo nos presenta), hay programas, acciones y variantes para que se accesible alguna versión de casi cualquier objeto que se nos ocurra que necesitamos para vivir o estar bien. Cada día es menos frecuente que tenga sentido la frase “mi gran sueño es…” y más frecuente ver que se trata como habitual y hasta con desdén logros, pertenencias, accesos y demás, que antes daban sentido e ilusión a la vida de muchísimas de personas.
En otra línea, desde la misma plataforma de lo digital, y sumada a una actitud de que la vida nos adeuda justicia y placeres, la vida cotidiana y los logros relevantes cada vez requieren de menos esfuerzo. Lo que en los sesentas y setentas eran la aspiración máxima: una vida sin esfuerzos, lo cotidiano al fácil alcance, las metas en poco tiempo alcanzables, hoy son el patrón cotidiano en muchos temas. Los temas del hogar, del trabajo, de la comunicación, de la escolaridad, del realizar una proeza, cantar en karaoke, firmar un contrato o recibir un servicio, cada vez están más a “un click”. Por ejemplo, hoy saber o ver imágenes hermosas de un lugar anhelado representa más dificultad en cuanto a diferenciar entre un anhelo y un antojo, que en lo que nos requiere poder bajar imágenes, videos y datos importantes de tal lugar.
Sumemos a esto la explosión demográfica que en los años setenta fue tema político y social de alarma y que hoy continúa su marcha en números, pero perdió visibilidad en el ánimo público; tenemos ahí un escenario cada vez menos alentador para la búsqueda de sentido personal, social y de la humanidad. Da el cariz más llamativo el giro que ha dado este crecimiento del interior del hogar hacia la calle. Es decir, en aquellos otros tiempos las familias crecían hasta el grado de convivir en un hogar de 5 a 15 o más personas; la eufemísticamente llamada “planificación familiar” hizo lo suyo y se redujeron la cantidad de miembros de aquellas familias; pero ahora los cambios sociales llevan a que se diversifiquen y multipliquen el número de hogares, mientras los números totales de población siguen aumentando, y con ello el espacio y recursos se reparten entre más y tiene cada vez menos calidad como satisfactores.
Para algunos el brinco histórico de antes a después de tener el fuego o la rueda, marca una diferencia fundamental en la humanidad, como el antes y después de las armas a distancia, la imprenta, o ídem de las máquinas o la reciente globalización funcional de las computadoras y sus derivados. Nuevamente, la pregunta es sí antes y después de esos hitos instrumentales realmente cambió tanto el comportamiento y relaciones entre la humanidad y si los cambios se explican por la tecnología de que disponemos.
La acumulación de experiencia y la cultura que germina a lo largo del tiempo, así como la tecnología a la que nos adaptamos lentamente quienes no nacimos con ella contribuyen, claro a definir nuestra vida e interacción social y personal. Pero mi postura es que hoy como entonces, las personas somos más diferentes al interior de la generación que la generación frente a otras generaciones. El acceso a recursos hace una clara diferencia, pero aún entre los sectores que tienen acceso similar a ellos (por “clase”, nivel educativo o socioeconómico) existen amplias diferencias entre las personas de una misma comunidad o región. Y es en el interior de las personas donde tenemos que hallar los elementos para el mejor nivel de humanidad que podamos alcanzar. Nacer de humanos y con genética de humanos alcanza para el potencial, pero no para la actualización de lo mejor de esta especie que somos.

Y mi apuesta, para decirlo sencillo, es la conciencia. Esa capacidad colectiva en cierto grado, pero particularmente personal para darse cuenta de lo que eres, lo que puedes y quieres, lo que tienes y el dónde, cuándo y con quién estás. El grado en que esa capacidad se activa y se enfoca con prioridad a autodefinirse y decidir en lo cotidiano es lo que establece la mayor diferenciación entre personas, las que viven juntas en una casa, las que integran una comunidad, las que disponen de herramientas equivalentes y las que comparten una época.
Las características que destaco de esta Posmodernidad representan tanto riesgos como un potencial enorme para fortalecernos como humanos, como sociedad, como pobladores del planeta. La Maldita Posmodernidad puede representar un deterioro del nivel de motivación, esfuerzo, concentración, dedicación, aspiración, involucración y sentido del ser para muchas personas y seguirse multiplicando. Pero no es el tiempo, ni el dispositivo que tenemos en mano, sino la conciencia desde la cual lo usamos para limitarnos y alienarnos, en vez de crecer y relacionarnos.
Espero dejar claro que no me refiero a rechazar el cambio o desaprovechar lo que la tecnología nos pone al alcance; sino a que la velocidad con la que se abren puertas y se facilita atravesarlas es cada vez mayor y en demasiados casos el ritmo de nuestro enriquecimiento cultural, familiar y personal más lento. El mismo celular puede servir para conversar mejor y tener más cuidado de lo que importa o para perdernos en un espacio de banalidades e irrelevancias emocionales; para comunicarnos más ampliamente o involucionar nuestro lenguaje a estampitas y figuras ajenas a nuestro sentir (o peor, que reflejan cuánto ya se deterioró nuestra habilidad para sentir).

No tiene la culpa el dispositivo, sino el que lo hace indispensable. Y aún si los tiempos cambian o la tecnología nos supera, seguimos a cargo: de nuestra vida, de nuestros hijos, de nuestra comunidad, de lo que queremos que signifique ser humano en esta nuestra vida. Incluso, un momento de conciencia explica muy bien el antes y después de una persona o un grupo. Hagamos examen de conciencia… y aprobemos.

*Jorge Valladares Sánchez
Papá, Ciudadano, Consultor.
Doctor en Ciencias Sociales.
Doctor en Derechos Humanos.
Coordinador Nacional de la Red Cívica Mx, A.C.
Especialista en Psicología y Licenciado en Derecho.

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