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La mejor herencia de un padre para sus hijos

Marco Cortez Navarrete
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Por: Marco Antonio Cortez Navarrete.

Había una vez un joven cuyos padres, mamá y papá, vivían una relativa felicidad. El fue el segundo de 4 hijos y desde adolescente trabajó con su papá (mi abuelo) manejando de Valladolid a Mérida y viceversa, camiones cargados con decenas de toneladas de maíz para su distribución y venta entre mayoristas.

A sus escasos 15-16 años aquel joven cargaba en sus hombros sacos de maíz y de frijol con pesos de 100 kilos o mas, cada uno. Su padre —ex jefe de policía— era muy estricto, al menos con este hijo.

En uno de los tantos amaneceres el llamado chilib (varilla delgada) manejaba un camión repleto de sacos con maíz y aún somnoliento y en un instante perdió el control del volante y volcó, ocasionando que los sacos se rompieran y los millones de granos se regaran por todas partes.

Ante el miedo a su papá, el chilib prefirió huir lo más lejos posible porque ya sabía lo que esperaba con su progenitor y así comenzó su aventura que lo llevaría a todos los rincones del país para finalmente establecerse en la Ciudad de México y donde Dios le puso en su camino una mujer con la que decidió formar un hogar.

El joven se hizo hombre y su mujer se convirtió en madre de 5 hijos, uno de los cuales vivió apenas unos momentos. Sus dos hijos mayores crecieron y fue entonces que decidió regresar a su tierra, Yucatán, donde se dedicó al comercio, explotando así sus habilidades naturales para esta actividad.

Y así creció a sus hijos, todos los días, como buen comerciante, abría las puertas de su negocio, desde luego y con el apoyo de su esposa tres de sus hijos hoy son profesionales —con posgrados— y otro más se dedicó a lo que fue su pasión de toda su vida. Como anécdota, ya en su lecho de muerte aquel padre dijo al hijo mayor (el más loco y rebelde) que se dedicara al comercio ya que tenía todo establecido y sólido.

El hijo le dijo que tenía otra pasión y que para el moribundo padre parecía más bien una utopía pero el hijo lo convenció y terminó haciendo lo que más le gustaba.

El padre solo alcanzó a decirle: “Lo que hagas hazlo con pasión y entrega, con disciplina, de manera educada y nunca permitas que te humillen, sea quien sea. Defiende tus ideales y tus convicciones, pero se siempre humilde.

La mejor herencia que aquel padre le dio a su hijo fue aprender a trabajar, a dar todo de sí, a educar a sus hijos haciéndolos mujeres y hombres dignos y a no dejarse vencer nunca ante la vida que pone en el camino innumerables obstáculos.

Tenderle la mano al más rico y al más desposeído, comer y comportarse dignamente ante poderosos y ante marginados. Esa es la herencia que dejó aquel padre que sufrió en carne propia el abandonó, el hambre y la desolación pero que tuvo un Ángel que lo guió y le mostró el camino agarrado de la mano de sus familia.

Hoy descansa en paz y orgulloso de ver qué no tan solo se superó en lo personal sino que formó un hogar y sus hijos trascendieron como tal vez nunca imaginó.

Gracias papá.

Marco Cortez Navarrete
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