Por Marco Antonio Cortez Navarrete
Ante el feroz embate y penetración social de las tecnologías de información y comunicación que ha borrado, o en su caso, obligado a medios tradicionales como prensa escrita y televisión migrar a plataformas digitales, el único que se mantiene vivo en los cuadrantes y ondas hertzianas es la radio.
Antes de entrar en materia recordemos que la radio surgió en Inglaterra entre 1894 y 1901 con Guillermo Marconi y 1906 Reginald Aubrey Fessenden transmitió la primera radiodifusión de audio.

En 1921 la radio llegó a México con diversos proyectos experimentales como el de los hermanos Pedro y Adolfo Gómez Fernández, en la planta baja del Teatro Ideal de Ciudad de México y la emisora de Constantino de Tárnava en Monterrey, que posteriormente se convirtió en la XEH.
Dicho lo anterior, decía que la radio es la que se mantiene casi intacta en esencia y objetivos. Mi teoría es que las tecnologías no absorbieron a la radio como en otros casos sino que fue la radio la que se incrustó a la era digital sin olvidar su esencia y propósitos. La señal de la radio llega a los lugares más remotos, donde aún no lo consiguen las famosas TIC’s.
El fin de este breve artículo no es la importancia de la radio sino la decadencia de sus contenidos, olvidando que este medio, además de informar y transmitir música es un inagotable banco para el fomento de la mente y de la imaginación.
En Yucatán todas las estaciones radiofónicas, públicas, privadas e incluso la académica, permanecen con un formato viejo, acartonado y por lo tanto obsoleto. Piensan que transmitiendo solo música o solamente noticias atrapan a los oyentes que viven hoy en un mundo enfocado al consumo exprés.
Los conductores o locutores hablan, no un lenguaje que eduque, sino que más bien crea confusión y peor aún ocasionan que sus tonterías por decir sutilmente son imitas por las y los niños y jóvenes principalmente.
Sus sandeces dichos en programas de “entretenimiento” o en sus espacios de noticias —por cierto ya obsoletas en más de un 90 por ciento debida la rapidez de las redes sociales— resultan cursis y estúpidos en voz de conductores que incluso fingen la manera de hablar —para ganar audiencia— y solo de esta ridiculizan a su cultura, a su familia, a sus ancestros y a un sinfín de comunidades.
Los propietarios, gerentes, directores y productores de la industria radiofónica creen que transmiten lo que quiere o interesa a los niños, jóvenes, adultos y ancianos; pero no es así porque incluso los dos últimos segmentos de población señalados, aunque parezca increíble, tienen en su mayoría un alto porcentaje de conocimiento para el manejo de equipos tecnológicos incluyendo a los inteligentes; y de los niños y los adolescentes mejor ni hablemos porque mientras la radio piensa y diseña contenidos o programas para esta población, los pequeños ya crearon sus propios diseños y programas y hacen infinidad de cosas más de las cuales, en muchos casos, no tenemos ni la menor idea.
En síntesis la radio sigue y ahí, firme, pero no es escuchada como se debe como consecuencia de la poca o nula capacidad, conocimiento, experiencia pero sobre todo, imaginación de quienes tienen enfrente los micrófonos.
PD. En alguna ocasión platiqué con Raymunda Riva Palacio, conocido y reconocido periodista y comunicador quien a una respuesta de un estudiante universitario respecto al presente y futuro de los programas de estudios de periodismo, ciencias de la comunicación, comunicación social, o como desee llamarse, dijo:
—Son auténticas fábricas de desempleados. ¡Pum!…
Dejo esto hasta aquí, esperando sean felices toda su existencia.