Por: Cristina Padín
Después irían al pinar a comer una tortilla. La había hecho
la abuela D. Y tomarían tomates, aquellos que eran tan sabrosos y divinos. Se encontraban
en uno de los arenales más largos de la zona de Rías Baixas. Dijo la Soberbia
que esa zona no se llamaba así, pero nadie le hizo caso alguno…
Estaban la niña que amaba a los caballos, el hijo del
valiente gallego que siempre ofrecía la verdad, el niño sevillano que quería
ser torero y los dos adolescentes que vivían enamorados. La Soberbia les
hablaba de seres altaneros y ellos elogiaban la sencillez y la humildad de
Juli.
La tortilla se veía exquisita…
La Soberbia hablaba con alardes. Solo queda el local de mi
primo para comer bien, decía, y ellos se deleitaban en el tomate sin escuchar
sus fanfarronadas. Caía el sol sobre el mar a las diez de la noche. Sonaba una
gaita. La Soberbia quiso hablar… pero a nadie le interesó lo que quiso decir.
No aportaba nada.
Y llegó la Luna, despacio. Y la Soberbia se marchó, contrariada…
Era un 8 de agosto..
La soberbia es asquerosa. Y ruin. Siempre estará sola.
Relato de un 8 de agosto o de dos 8 de agosto
Lo que vale vale.. lo que no desaparece
A los M: hoy y siempre. Sobre todo hoy
Al tomate y la tortilla: manjares
A mi Luis
A Carlos, que me envía fotos con las que armaré bellos
cuentos
A mi querido Juli, tan humilde, y a su familia
A la gaita gallega
A gallegos valientes
A la playa de la Lanzada
A los sevillanos que quieren ser toreros y a los que no
A las abuelas y a la mía
A Rías Baixas. Y a Sanxenxo.