La Revista

Las mojarras y mi etiqueta azul

Manuel Triay Peniche
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Lo esencial es invisible a los ojos, nos dijo Antoine de Saint-Exupéry en el Principito. Quienes no tenemos su elegancia ni lenguaje literario podemos traducirlo como “las cosas que de verdad valen la pena no se ven con los ojos”: la entrega, el conocimiento, el profesionalismo, la amistad, el cariño.
El viernes pasado por la noche acudí a Dzilam González a la presentación del libro “Puntos finos del periodismo” escrito por un amigo de décadas, con quien he compartido más que el trabajo; ambos guardamos muchísimas anécdotas personales que al correr de los años nos siguen uniendo.
Cualquiera diría que tras convivir más de cuatro décadas con una persona ya la conoces pero no es así. Todavía el viernes me enteré que el autor del libro, Gínder Peraza Kumán, era un gran machaque, fue siempre el mejor de su clase, durante tres años pedaleó todos los días 24 kilómetros de Dzilam a Dzidzantún para estudiar la secundaria; cursó su bachillerato en el Tec de Mérida en sólo cinco semestres y sus buenas calificaciones lo llevaron a la ciudad de México para conocer la capital del país y a nuestro Presidente Gustavo Díaz Ordaz, de no muy grata memoria sobre todo para quienes recordamos la masacre de Tlatelolco.
Ginder se conoce de la A a la Z las Redacciones de los periódicos de la Península, ha trabajado en todos, o casi todos, es un orgulloso dzilameño y así lo presumen él y sus coterráneos. Su libro de referencia es, no tengo duda, un buen manual para quienes deseen desempeñarse en la apasionante profesión del periodismo, pero de igual utilidad podría ser para muchas otras ocupaciones.
Mientras disfrutaba de aquella noche del viernes, la noche de Ginder, recordé varias de nuestras vivencias: Manny, que así me llamaba, te invito a pescar. Y más tardo que perezoso me presenté en Dzilam González a la hora y el lugar donde nos habíamos citado. Ël solo llevaba una gorra y una pequeña bolsa de plástico en la mano.
¿Y dónde vamos a tomar el barco? Pregunté con una inocencia que no me luce nada bien. Aquí vamos a pescar, me respondió; abrió su pequeña bolsa, sacó dos cordeles con anzuelos de alfiler, y agregó: escucha, están comienzo las mojarras. Miré a donde indicaba su dedo y eran los troncos del manglar. El se metió al mar, lanzó su anzuelo, no pescó nada, y yo lo miré con ojos de … o vamos por una cerveza o las mojarras tendrás comida para mucho tiempo.
En otra ocasión el anfitrión fui yo. Ginder y otros compañeros de chamba festejaban en mi casa el buen equipo de trabajo que habíamos integrado en el Diario de Yucatán. El dzilameño puso los ojos en una botella de mi pequeño bar, la miro con atención y con deseo y le dije: es un whisky, déjame servirte un trago para que lo pruebes.
De inmediato me dijo que le había encantado y abrazó aquel Johnnie Walker etiqueta azul. ¿Puedo tomar otro trago, verdad? … y fue otro, y otro, y otro… La destapé para que pruebe y no paró de probarla hasta las cuatro de la madrugada que, cansado yo, le puse el resto de mi trago preferido en un vaso de plástico y lo acompañé a la puerta … y recé para que llegue sano y salvo a su casa sin cruzarse con algún retén.
Por cierto, esa misma noche otro amigo que estaba en casa, Eduardo Ochoa Guerrero, descubrió un etiqueta verde, un quinceañero que pega más duro que el Canelo. No aguantó tanto como Ginder, pero rió toda la noche de muy buena gana y necesidad de ningún chiste gallego.
Y así fueron fluyendo mis recuerdos mientras se desarrollaba la ceremonia que convertía a mi amigo en profeta en su propia tierra. Merecido homenaje, apreciado y docente documento el que nos lega a los profesionales de la comunicación, dado que “Puntos finos del periodismo” combina el texto impreso con lo audiovisual, pues Ginder comparte una veintena de audios e imagen con sus clases sobre cómo lograr un buen trabajo en los distintos departamentos de un medio tradicional.
Enhorabuena y gracias a las autoridades y vecinos de aquel pueblo casi costeño que nos hizo sentir como en casa, dado el trato preferente que recibimos dentro y fuera del Auditorio Manuelita Martín donde se celebró la inolvidable ceremonia de presentación.

Manuel Triay Peniche
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