Buenos días don Carlos Menéndez hoy amanecí con el miedo a su máxima potencia. Resulta que los yucatecos ya no le tememos a la muerte; quizá de oir cada día tantos fallecimientos ya nos vale. Muy distinto a como decía don Abel, tu padre, que debemos estar preparados para cuando llegue el momento. El desde muchos años atrás ya había comprado su tumba en el camposanto porque no quería dejarles problemas.
Como recuerdo con cariño a ese señor, y ahora no pensarás que lo digo por quedar bien con nadie ¿verdad? Simplemente me dio muchas lecciones de vida, fui su confidente muchísimas noches y me acompañó a mis juegos de boliche, de sóftbol, hasta a tomar algunas cervecitas, además de ciertas aventuras en el Diario. Ustedes no lo podían creer, recuerdo que tu hermano Rubén un día, extrañado, me preguntó: a dónde llevas a mi papá que ya espera con ansiedad los domingos.
Y es que cuando conocí a don Abel fue un momento no muy grato. Era yo recién desempacado, entré a la Redacción y vi a una señor de cabello blanco y con camisa de pijama en su escritorio que me llamó: es su amigo fulano de tal (no recuerdo el nombre), no señor, ¿no es su amigo?, no señor. Un reportero que no tiene amigos no sirve para nada. Imaginate como me cayó que me digan eso!!! Pero fue mi primera gran lección, desde entonces y hasta hoy me he pasado los días fomentando amigos y de verdad que me ha sido de gran utilidad.
Lo tuyo Carlos, era la docencia periodística, lo de tu papá era la docencia de vida. Seguro recordarás cuando tu hermano José me sacó del periódico. Fueron unos gritos de su parte, él no tenía formas y yo tampoco, así que acabó por correrme pero al día siguiente, a las 8 de la mañana, había en la puerta de mi casa una camioneta del Diario. D. Abel quería verme en ese momento.
Llegué a su casa de Paseo de Montejo, la que heredó Pepín y le servía para colgar sus carteles en todas las ventanas hablando mal de ustedes. Tu hermana Florita me invitó a un café y don Abel salió enseguida: mi hijo Carlos quiere que regreses al periódico. Te voy a dar un consejo: no te pelees con José, es dueño y es jefe, con qué le ganas. Cuánta sabiduría, desde entonces aprendí a no pelear todas las batallas. Pero además me dijo: tienes que controlar tu carácter si no, la gente te va a usar. Cuando algo no te guste tómate tu tiempo, analiza las cosas y luego resuelves lo que más te convenga.
Fueron mis primeras dos grandes lecciones y así comencé a tomarle cariño a don Abel a quien desde luego yo le caía bien. Otro día me llamó: ¿Tiene usted automóvil? Obvio que no, con el sueldo que ustedes me pagaban apenas alcanzaba para los frijoles. Búsquese uno, añadió, uno que pueda usted pagar a plazos. Más tardó en decirlo que en yo regresar con la respuesta: ya lo tengo don Abel. Dígale a mi hijo Abel (era el administrador, y cuidado que administró pero en provecho personal) que le dé el dinero. Jajaja, la cara de Abelito.
Allá comenzó una etapa que también influiría en mi vida. Una noche y otra también don Abel esperaba que terminara mi trabajo para llevarlo a su casa allá en la Alemán, donde vivía con tu hermana María Teresa. Eran horas, las más de las veces, porque llegábamos y él se quedaba platicando en el auto (la verdad no me daba oportunidad de hablar pero yo ni quería). Así conocí una parte “oculta” de Carrillo Puerto y su relación con tu abuelo D. Carlos R. que hasta dinero le dió para que el ojiverde de Motul montara su propio periódico.
De qué no hablaba don Abel, con decirte Carlos que las historias de ustedes ya me las conocía, pero me las llevaré la tumba, y no por malas, sino por congruencia conmigo mismo. Desde luego yo también le platicaba porque veía su interés. Una noche le dije: D. Abel cómo ve esto, el Bonch (Jorge Muñoz Menéndez) y yo resolvimos quitarte a los de abajo la Caja de Ahorros (los de abajo eran los administradores y los de arriba los periodistas) porque no están cumpliendo, los trabajadores necesitan dinero y le ponen demasiadas trabas, no se dan cuenta que esa Caja está cumpliendo con algo que es obligación del periódico, auxiliar económicamente a sus trabajadores cuando lo necesiten, mediante anticipos de sueldo o créditos a corto plazo,
Jorge y yo comenzamos a hacer breves mítines dentro del Diario lanzando mi candidatura para presidente de la Caja de Ahorros, para competir contra don Humberto Cámara, administrador y yerno de don Abel. El caso es que el día anterior a la elección me llama don Abel y me pregunta ¿cómo va tu campaña? Muy bien sólo me falta un voto, el de usted. Jaja hasta hoy recuerdo muchas caras de aquel día electoral. Cuando iba a comenzar la votación se levantó don Beto y dijo: por cuestiones personales yo no participo, me retiro.
Al día siguiente cuando llegó don Abel a trabajar le dije: ganamos, ahora a trabajar, necesito que usted me autorice una transferencia del Diario a la Caja de Ahorros, es de un millón de pesos (en esa época no era la gran cosa) a manera de fondo revolvente para que yo disponga de dinero y comience a otorgar créditos. D. Abel firmó en seguida y Abelito me puso cara de mil demonios pero tuvo que darme el dinero. Ay, cuántas cosas así no hicimos.
Bueno Carlos ya me volví muy platicador y tu ni hablas (bendito Dios, imaginate que susto me darías) pero un día de estos te cuento cosas de tu papá que tu tal vez no supiste en su momento.