Por: José Zenteno Dávila.
Algunos llevamos 6 o
más semanas detenidos en casa, sin trabajar, sin ir a la escuela ni hacer vida
social. Nada de ir al trabajo o juntas de negocios, ir al cine, restaurantes,
vacaciones, reuniones con amigos o familiares, nada. El pequeño COVID-19 nos ha
secuestrado en nuestros domicilios y de algún modo le hemos entregado nuestras
libertades al Estado para que se consiga “aplanar la curva de contagios”, el
bien común más mencionado en las últimas semanas ¿Pero qué han hecho los gobernantes
con esa libertad entregada por sus ciudadanos?
En España están molestos
con el gobierno por lo que consideran la peor gestión sanitaria del mundo. A
pesar de que tuvieron poco tiempo para prepararse frente a la pandemia, España
ha aplicado una gran cantidad de pruebas diagnósticas equivalentes a 22.3 por
cada 1000 habitantes, mantienen la tasa de mortalidad dentro de la media
mundial, la información sobre la enfermedad ha fluido sin cortapisas y el
gobierno ha dedicado grandes sumas de dinero público para el sistema de salud,
el rescate de empresas y el sostenimiento de los desempleados. Los españoles
están inconformes pero no lo suficiente para cambiar a la coalición gobernante
en caso de que en este momento se realizaran elecciones generales, esto lo pude
confirmar en varias encuestas publicadas en internet.
Los norteamericanos
están igualmente molestos con el exótico presidente Donald Trump a pesar de que
su gobierno ha destinado millones de millones de dólares para salvar a su
economía del desastre. La administración federal y los gobiernos locales han
hecho un esfuerzo enorme para aplicar el equivalente a 16.4 pruebas
diagnósticas por cada 1000 habitantes, en una población de 327 millones. La
pandemia en los Estados Unidos es la más diagnosticada del planeta con enormes
recursos humanos, científicos y materiales dedicados a la tarea de combatir al
virus invasor. A pesar de los enormes y onerosos esfuerzos, es el país con más
contagios y muertes de todo el mundo. De acuerdo con el sitio www.realclearpolitics.com en este momento la manera en que Trump abordó la
crisis sanitaria le estaría costando su reelección como presidente.
En el Reino Unido el
Primer Ministro Boris Johnson también desafió públicamente las advertencias
sobre la letalidad del coronavirus y, al igual que Trump, perdió mucho tiempo
antes de instrumentar acciones de contención como el distanciamiento social. La
osadía de Johnson casi le cuesta la vida porque se contagió de COVID-19 y tuvo
que ser atendido en terapia intensiva durante varios días. Hoy el número de
muertos en el Reino Unido casi alcanza al de España y es tercero en Europa.
Tras una caída en la aprobación del Primer Ministro en el mes de marzo del 2020
de acuerdo con el portal www.YouGov.co.uk Johnson recuperó con creces el apoyo de los
británicos en el mes de abril, tras sobrevivir a la infección.
Francia e Italia son
los países con el mayor número de muertes por COVID-19 en Europa, sin embargo,
sus gobernantes han mejorado significativamente su evaluación en la crisis
sanitaria. El apoyo al ejecutivo italiano ronda el 70% y el del francés Macron
“ha crecido como la espuma” de acuerdo con un reporte publicado en www.elconfidencial.com de España. El apoyo a la canciller alemana
Angela Merkel está en sus máximos históricos cercanos al 79%.
La clave del éxito de
muchos Jefes de Estado se relaciona con la aplicación oportuna de medidas
drásticas, con la sinceridad de su comunicación y sobre todo con la capacidad
de transmitir seguridad y firmeza. Los líderes que consiguen el apoyo de la
mayoría en tiempos de crisis lo hacen porque la gente atemorizada busca la
protección de un líder que se muestra responsable, claro y firme en el mando.
En otras palabras, los ciudadanos de todos esos países le han entregado al
Estado su libertad y en muchos casos los resultados han sido malos o pésimos en
términos de contagios y muertes, pero la evaluación de sus presidentes parece
no relacionarse con las estadísticas de la pandemia, sino con la percepción de transparencia
y firmeza en la conducción de la crisis.
Veamos los casos de
Italia y España. Ambos países sufrieron el ataque del coronavirus casi al mismo
tiempo con efectos muy similares, pues son punteros en contagios y muertes del
continente europeo. Sus gobiernos reciben calificaciones muy diferentes. El
italiano goza del apoyo mayoritario de sus gobernados, mientras que el español
ha sido cuestionado porque la gente duda de la veracidad de la información que
comunica. En España ocurre que el gobierno perdió la confianza entre los
ciudadanos lo que le ha impedido al presidente Pedro Sánchez que su aprobación mejore
significativamente con la pandemia.
Lo que muchos
analistas observan es un reposicionamiento generalizado de los liderazgos
políticos en tiempos del COVID-19, salvo casos específicos en los que han
desaprovechado la coyuntura al traicionar la confianza ciudadana. A pesar de la
complejidad de las circunstancias sociales que produce la pandemia, los
ciudadanos buscan liderazgos firmes y claros a donde refugiarse. Solo aquellos
gobernantes que han dado muestras de irresponsabilidad, opacidad o inconsciencia
son los que han dejado pasar la oportunidad de afianzar su liderazgo. Tales son
los casos de Donald Trump, Jair Bolsonaro, Lenin Moreno o Andrés Manuel López
Obrador.
En México ocurre que
el subalterno encargado de gestionar la crisis sanitaria es más confiable para
la población que el propio presidente de la República. Este hecho explica con
claridad la razón por la cual la aprobación ciudadana de Andrés Manuel López
Obrador cayó durante marzo y prácticamente todo el mes de abril del 2020. En
México se tiene más confianza en las instituciones que en el jefe de ellas para
gestionar la coyuntura del coronavirus.
Se equivocan quienes
piensan que los costos políticos estarán relacionados con el número de muertos
o de contagios. Las encuestas en todo el mundo demuestran que los efectos perniciosos
de la pandemia no afectan la aprobación de los presidentes, de ahí que es
inútil pretender maquillar las cifras o evadir la gravedad de la situación por
temor a perder popularidad. Los gobernantes que han cedido a la tentación
perdieron la confianza ciudadana, el valor más apreciado por la gente a cambio
de entregar su libertad.