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Lo que pierde Anaya, lo que gana AMLO

Jorge Fernández Menéndez
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Razones, por: Jorge Fernández Menéndez.

López Obrador volvió a golpear a Anaya con una sola frase: le dijo que su fuerte no es la venganza, “tanto que ni a ti te voy a meter a la cárcel”.

El debate no cambiará los resultados
electorales del próximo primero de julio, pero puede tener influencia, sobre
todo, en los equilibrios de poder que dejará la jornada electoral.

Los debates no se ganan, pero sí se pueden
perder. Y creo que quien más perdió fue el candidato del Frente, Ricardo Anaya.
Cuesta entender que algunos analistas lo hayan visto ganador, incluso, en forma
abrumadora, sin comprender el contexto en el que se desarrolló el debate y los
fines del mismo. ¿Qué fue lo más importante de Anaya en el debate? Su primera
intervención la usó para deslindarse de las acusaciones de corrupción en su
contra (por cierto, pésima idea sacar, al mismo tiempo que comenzaba el debate,
la segunda parte de las conversaciones de Juan Barreiro sobre Anaya). Luego
atacó a López Obrador con lo del constructor José María Riobóo. Estuvo bien en
señalar que Rioboó participó en las licitaciones del nuevo aeropuerto y que
como perdió, tuvo la ocurrencia, no puede ser calificada de otra manera, de
proponer lo de Santa Lucía.

Pero de ahí a dar el salto a hablar de
corrupción porque le dieron contratos por 170 millones de pesos durante los
seis años del gobierno de López Obrador en el GDF, hay una distancia. Sin duda,
existe una relación estrecha de Riobóo con López Obrador que debe ser cuidada,
pero contratos por 170 millones de pesos para un presupuesto de infraestructura
del GDF de decenas de miles de millones de pesos al año, no son significativos.
Incluso, esos 170 millones, que fueron básicamente para el distribuidor vial y
los segundos pisos, empequeñecen ante un negocio inmobiliario que generó
utilidades de 80 millones de pesos con una simple transferencia, que es de lo
que acusan a Ricardo Anaya.

No creo que con esa estrategia haya ganado
mucho, más allá de dejar el nombre de Riobóo sembrado, como también lo hizo
Meade al señalar que uno de los representantes de Odebrecht en México es Javier
Jiménez Espriú, a quien López Obrador quiere designar secretario de
Comunicaciones y Transportes.

Pero se equivocó mucho más Anaya al
insistir en tres, cuatro oportunidades y en forma exaltada, en que meterá a la
cárcel al presidente Peña Nieto y al propio Meade, entre otros funcionarios.
Primero porque un Presidente de la República no puede meter a la cárcel a
nadie: eso lo investiga el MP y lo decide un juez. Segundo, porque en los casos
que nombró Anaya no hay acusaciones penales contra Peña: ni en el caso
Odebrecht ni en la Casa Blanca (que fue un desastre político, pero fue
exonerado por la función pública) ni mucho menos por lo de Ayotzinapa, un caso
en el que por cierto, los responsables directos fueron funcionarios de partidos
ahora aliados de Anaya: el gobernador Ángel Aguirre, quien llegó al poder con
una alianza PRD-PAN y el presidente municipal José Luis Abarca, perredista.

Y tercero, y mucho más importante, porque
lo que necesita Anaya es que el voto útil se vuelque en su favor. Y con su
participación en el debate del martes no va a lograr que ni un solo priista o
simpatizante de Meade, lo apoye. La estrategia de la cárcel, lo hemos dicho
aquí muchas veces, incluso reflexionando sobre lo que ocurre en Brasil o
Guatemala, no funciona, no sirve, destruye en lugar de construir. Y López
Obrador volvió a golpear a Anaya con una sola frase: le dijo que su fuerte no
es la venganza, “tanto que ni a ti te voy a meter a la cárcel”.

Meade estuvo mucho mejor que en los
debates anteriores y su participación puede ayudarlo a colocar al PRI y sus
aliados en la lucha real por el segundo lugar, aunque parece evidente que será
por lo menos difícil alcanzar a López Obrador. Pero no es un tema menor porque
de eso dependerán los equilibrios legislativos en la próxima administración.
Meade volvió a verse bien preparado, en esta ocasión con un lenguaje menos acartonado
y más desenvuelto, en temas que conoce, perfectamente, y, sobre todo, en lo
educativo mostró coherencia y claridad. Pero como el formato del debate impide,
precisamente eso, el debate, ello no termina de permear plenamente en el
electorado. Por cierto, que sepamos Anaya no está indiciado.

López Obrador flotó. Contestó los ataques
con puyas, no se enganchó y cuando estuvo a punto de hacerlo con Anaya uno de
los moderadores lo impidió. Negó los hechos de corrupción, negó acuerdos con
Elba y con Peña y para todo tuvo la misma respuesta: acabando con la corrupción
(tampoco dijo cómo lo hará) habrá dinero para todo, desde medicinas hasta
subsidios a jóvenes. Se vio mal en el tema educativo, donde apareció el López
Obrador más tradicional, y moderado en lo económico y social.

Volvió a decir que venderá toda la flota
de aviones y helicópteros del gobierno federal. Y cuando hablaron de desastres
naturales a nadie se le ocurrió preguntarle cómo los atenderá su gobierno sin
aviones ni helicópteros. Quizás, lo más delicado es que sigue sin especificar
cómo hará para llegar a sus objetivos de gobierno. Ése sigue siendo una enorme
interrogante.

Pero no nos engañemos. A dos semanas del
cierre de campaña y con el inicio del Mundial, pasados ya los debates, no se ve
cómo se le pueda impedir ganar el primero de julio, aunque no sea por
porcentajes menores a los que Andrés Manuel y los suyos esperan.

Jorge Fernández Menéndez
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