Por: Raul Sales.
Las lluvias de los últimos días dejan importantes lecciones, la primera es que no hemos tenido la más mínima idea de planeación urbana por décadas, la segunda es el cuestionamiento de si somos sucios o no hay botes de basura suficientes, la tercera es la vanidad de nuestros gobernantes que prefieren glorietas, fuentes o esculturas antes que meterse con el nunca visto pero, siempre necesitado drenaje y ya, para finalizar, la última lección de la lluvia es que nuestras calles están hechas de cartón prensado pintado con una fina película de chapopote que, lamentablemente, no es impermeable.
Podemos ir pensando en el futuro de nuestra nación y comprometernos seriamente con el cambio y cuando estamos a punto de alcanzar la revelación de nuestra impactante y y anticipada participación social… “track” el fuerte ruido de la llanta cayendo en un enorme bache golpeando tierra y metal. Al carax con la idea, la retahíla de insultos surgen de nuestros labios a pesar de la educación de nuestros padres y mientras nos serenamos y respiramos profundo para bajar la presión del coraje… “trock” otro hueco, otra llanta. Respiramos nuevamente, bajamos la velocidad y entonces, ya no hay ruido, ya no hay golpe de piedra contra metal, hay un sube y baja cual olas de mar, uno y otro y otro más, circulamos de forma zigzagueante cual videojuego de nuestra infancia. Vemos una patrulla y preferimos ir en línea recta a pesar del riesgo de hundirnos hasta Xibalbá, no vaya ser que piense que estamos ebrios de tantas eses al volante y además de la reparación, tengamos que pagar la multa.
Nuestras calles ya cumplieron su vida útil, el bacheo es un paliativo pues las lluvias y su respectiva inundación buscan por donde salir y la minúscula grieta de ayer, hoy con el pavimento reblandecido y el intenso tráfico vehicular es un naciente bache que crecerá acompañado de los besos tiernos del caucho de los vehículos y los intensos apasionados de los camiones de carga.
Dirán que es común, lamentablemente lo es, dirán que la culpa es de las administraciones anteriores, también lo es, dirán que la recesión impide que se realicen calles de calidad, también será así, el caso es que todo lo que se diga es cierto pero, nadie se puede escudar en ello pues quienes ahora asientan las posaderas en las codiciadas sillas municipales las buscaron ansiosos, nunca se les obligó al abnegado servicio a su comunidad, fueron decididamente por ellas y si bien, hay problemas hasta para tirar arriba, no hay nada que moleste más que caer en los huecos de las calles que no se ven por la inundación, una inundación que dura más tiempo de lo acostumbrado porque las coladeras están obstruidas por la basura que nosotros tiramos.
La teoría de los cristales rotos, aquella teoría elaborada por Wilson y Kelling basado en el experimento realizado por el psicólogo Philip Zimbardo (vale la pena leerla completa) se resume en que una vez que empezamos a desobedecer las normas que mantienen el orden todo empieza a deteriorarse. Ahora bien, si trasladamos esta teoría a nuestras ciudades y vemos que las calles están rotas, la hierba crecida y descuidada, las luminarias apagadas, las bolsas de basura dejadas en donde se pueda y al desgarro continuo de los perros y gatos callejeros, nuestra ciudad de cristales rotos es motivo de desagrado, ya no la cuidamos pues no hay nada que cuidar, ya no se respetan las normas de civilidad y entonces, entonces sobreviene el desastre, las calles oscuras de hierbas altas se vuelven peligrosas, transitar después de ciertas horas lleva implícita la frase “hágalo bajo su propio riesgo”, nuestros niños ya no juegan en las calles, ahora los mantenemos bajo nuestro techo pues ya no es seguro, incluso nuestro andar se vuelve cauto, temeroso y el respeto por los demás queda relegado al “primero mi seguridad”, en otras palabras, nuestro tejido social se ha ido por el bache, hilacha a hilacha, hasta que no queda nada.
Dicen que quejarnos no sirve de nada y en un país que se ha vuelto peligroso para el periodista que critica al qe dice servir pero, que no sirve ni para aguantar una crítica a un problema que debe solucionar hace que nuestra sociedad rumie en silencio lo que debería vociferar.
Se debe proponer, es verdad, se debe actuar, es cierto, se debe ser participativo pero… ¿cómo?… Seguimos viviendo en una sociedad que necesita caudillos y los capaces se dejan de lado porque nuestras campañas se vuelven concursos de popularidad en lugar de análisis de perfiles.
Así que dime ciudadano, ¿seguimos igual o cambiamos? Dime ciudadano ¿necesitas que alguien te diga que hacer? No sería mejor que le dijéramos a nuestros diputados que alzaran la voz e hicieran su trabajo de escuchar nuestras demandas para proponer las iniciativas que las solucionen, no sería mejor que, los que empeñaron su palabra y nos hablaron bonito dejen de buscar justificaciones y empiecen a plantear soluciones.
Un bache es signo de una ciudad dejada a su suerte y olvidada por los que nos prometieron servir. Un bache es el principio, luego viene la dejadez, la corrupción, la impunidad, el secuestro de nuestras libertades, el callar por miedo, la autocensura y luego, ya no será el lamento de una llanta… será el lamento de nuestro futuro.
¿Crees que no puedes hacer nada? Solo voltea a Chile y verás lo que puede hacer una sociedad. ¿No es igual? Quizá no pero, en esencia… es lo mismo.